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¿Y ahora qué?

Por José Luis Muñoz , 12 noviembre, 2017

Es el lema que figura en una de esas camisetas que últimamente me pongo con más razón que nunca. La camiseta no es mía, que conste: alguien se la dejó olvidada en mi casa (podría hacer un rastro y negocio con todo lo que se dejan mis invitados) y me la he apropiado. I ara qué? Seguimos con un problema enquistado y mucho me temo que de compleja solución. Tenemos para años, decenios quizá, y, con un poco de mala suerte, cuando esté en el asilo, con una bombona de oxígeno adosada a la espalda de mi silla de ruedas, aún durará el procés.

Nadie mejor para explicar lo que está pasando que Enric Juliana. Lo que realmente pasa, no lo que sueñan algunos. El periodista de La Vanguardia afincado en Madrid es quien hace el relato más certero de lo que está sucediendo en Catalunya. La distancia geográfica del meollo hace que mantenga la mirada fría y se entere más de las cosas. Suele pasar. Dentro de la vorágine uno no se entera. Dentro del bosque no se ve el camino.

Tengo muchos amigos, y hasta familiares, independentistas. Los tengo también en el campo unionista, término que me parece peligroso porque rima con ulsterización. Algunos, pocos, me han decepcionado con sus opiniones o sus salidas de tono. Con casi todos sigo manteniendo relaciones cordiales. Puntos de vista divergentes no pueden ser motivo para truncar relaciones de años. Y no estar ni con unos ni con otros, la equidistancia, a pesar de ser criticado por casi todos, me mantiene en un punto racional en un conflicto que se ha escorado hacia lo irracional, como muy bien razona Carme Riera en otro excelente artículo que leí hoy en La Vanguardia al hilo de lo que le dijo Josep Lluis Carod Rovira: el nacionalismo no es racional, es sentimental y emocional, se siente o no. Y estoy de acuerdo con el antiguo líder de ERC.

Suscribo al cien por cien lo que ha dicho Carme Forcadell ante el juez del Supremo que instruye su proceso: fue una declaración simbólica de independencia, un deseo, no una realidad. Por esa razón no se arrió la bandera de España de la Generalitat, no se publicó en el DOGC, no se celebró en la calle con muestras de júbilo  y los consellers y president, en vez de atrincherarse con los mossos d’esquadra afines en Palau (lo que hubiera sido una gesta heroica a añadir a las imágenes del 1 de octubre) se fueron cada uno a su casa. Como dice Enric Juliana en un artículo de La Vanguardia titulado 155 monedas, nunca se vio una declaración más triste de una independencia, que no fue, que la catalana. El cántico de Els Segadors entonado en las escaleras del Parlament sonó con tintes funerarios lejos de toda exaltación patriótica.

Vayamos a los entresijos de ese día que nadie puede considerar de gloria. Un Carles Puigdemont, arrinconado por el vaticanista Oriol Junqueras, la CUP (los únicos coherentes en este procés) y los estudiantes movilizados e ilusionados por la República Catalana, dispuestos a apedrear al presidente y a tildarlo de traidor en las redes, estaba dispuesto a salir del embrollo convocando elecciones autonómicas para evitar el 155 que gravitaba como una espada de Damocles. No fue así, pese a la convicción de Carles Puigdemont de que esa era la única salida y se produjo el desastre de ese simulacro de DUI con el resultado del 155 y fractura en el bloque de Junts pel sí que va a ser imposible reeditar. El puente entre Puigdemont y Junqueras quedó roto y más se rompió cuando el president marchó con algunos de los suyos a Bruselas y el vicepresident entró con otros de los suyos en la cárcel de Estremera.

Seamos serios. Ningún país, salvo España, se creyó la independencia de Catalunya, ni la proclamación de su República. No la reconoció ni Andorra, y no lo hizo sencillamente porque jurídicamente no se había declarado. Y ahí interviene el bombero pirómano. Cuando todo estaba desactivado, cuando las huestes entusiastas del independentismo estaban desmoralizadas porque veían que no había plan para el día de después (dirigentes de la CUP confesaron en televisión no estar preparados), que no había gobierno, y todo aquella retórica de controlar aeropuertos, fronteras, edificios estratégicos, se quedaba en eso, en pura retórica, en humo, el gobierno central, a través del fiscal Maza (otro de los pilares del independentismo, un cupero emboscado en la magistratura) echa gasolina al fuego para reavivarlo cuando ya era ceniza humeante: encarcelamiento del vicepresident y siete consellers seguido del exilio del presidente y cuatro consellers. ¿Torpeza del gobierno?

Hago mía al cien por cien la tesis de Podemos, explicada de forma magistral por Irene Montero en el Congreso de los Diputados en una sesión que ha sido tapada por ese flamear de banderas rojigualdas y esteladas: el PP se sirve de la crisis catalana para que pasen desapercibidos asuntos gravísimos que atañen a su cúpula, al mismísimo presidente de la nación Mariano Rajoy. Todas las investigaciones en curso sobre la trama Gürtel acreditan que los apuntes contables del tesorero del partido Luis Bárcenas responden a una realidad, que una serie de altos dirigentes estuvieron durante años, entre ellos el presidente, el señalado con cantidades manuscritas como M. Rajoy, percibiendo dinero negro de la trama corrupta. El presidente de España no solo utiliza el problema catalán, que se niega a resolver sentándose frente a frente con sus interlocutores, como muñidor de votos de quienes lo ven como garante de la unidad de España, aunque ha sido el político que con su inacción más la ha fragmentado, sino que además lo utiliza como pantalla para ocultar la podredumbre de su partido, la insoportable corrupción que lo anega y lo invalida democráticamente a seguir al frente del gobierno. Pero no pasa nada. El PSOE ya se ha olvidado de una moción de censura y apoyando el 155 sin fisuras juega a competir en unionismo con el PP. Mal vamos, porque esa política, precisamente, multiplica de forma exponencial el voto independentista en Catalunya.

El 21 D están convocadas elecciones autonómicas en las que todos los partidos independentistas van a participar para no quedarse fuera del parlamento (así es que ellos mismos son los que reconocen que aquí ni hubo república ni independencia, ni nada que se le parezca), aceptando las reglas del estado centralista, y se pretende por parte de los dos bloques que se conviertan en un plebiscito. Los partidos independentistas querrán superar a los constitucionalistas en escaños y votos, y esperan conseguirlo con una clara mayoría. Parecida estrategia van a seguir los partidos constitucionalistas, entre los que el PSC se ha convertido en rehén (ese maldito selfie de Iceta con Albiol) de la derecha y está perdiendo el poco crédito que le quedaba. Los soberanistas concurren con una fractura interna propiciada por ERC, que quiere asumir el liderazgo, un PDeCAT fragmentado, que va a perder muchos apoyos, y un president en el exilio que quiere esgrimir su legitimidad y volver a ser restituido en el Palau de la Generalitat con su cargo. Si quieren arrasar, a pesar de que en absoluto comulgo con su proyecto, aconsejaría a los soberanistas que unieran fuerzas y sumaran en una misma candidatura a ERC, PDeCAT, CUP y miembros destacados ANC y Ómnium Cultural. Solo así podrán garantizar una amplia mayoría tanto en escaños como en votos.

No es ningún secreto adónde va a ir a parar mi voto este 21 de diciembre: a la agrupación política que más sentido de país ha tenido durante todo este conflicto inacabable, a la que ha criticado a unos por modales autoritarios y antidemocráticos, condenando su violencia inaudita ante una consulta popular, y a otros por tomar decisiones precipitadamente, al margen de su propia legalidad, desoyendo a la oposición y abriendo un cisma dentro de la sociedad catalana con un proceso inviable de independencia que no contaba con una mayoría suficiente, la lista de Catalunya en Comú Podem encabezada por Xavier Domènech, uno de los políticos de izquierdas con la cabeza mejor amueblada, radical en su ideología y pensamiento pero moderado en las formas.

Hay una esperanza remota para desencallar este proceso a partir del 21 y es que una alianza de progreso encarrile el nuevo encaje de Catalunya en España y se hable, de una vez por todas y sin presos políticos en las cárceles. Dudo que Mariano Rajoy recoja el guante. Del incendio se obtienen los mayores beneficios y de eso podría darnos clases Naomi Klein, que ha estado recientemente entre nosotros, y su Teoría del shock. Mientras siga en la palestra el shock catalán estarán fuera de foco las condiciones precarias de los trabajadores de nuestro país, los miserables salarios que perciben, los recortes sanitarios y sociales, las libertades conculcadas por una represiva Ley Mordaza y la corrupción de los grandes partidos estatales.

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