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Variedad

Por Oscar M. Prieto , 16 abril, 2021

Uno era el pantalón para la semana y otro para los domingos. Los domingos la misa de once era la de los niños. Sólo había una cadena de televisión y los dibujos animados eran a una hora concreta. Una era la calle en la que jugar y uno el balón para soñar el fútbol. Y pese a esta aparente escasez de alternativas, nos sentíamos libres y, mejor aún, éramos felices. Porque la libertad está bien, pero dentro de un orden. No siempre es mejor tener demasiadas opciones entre las que elegir, pues exige un criterio más formado y el proceso puede ser causa de ansiedad y concluir en angustia.

Antes de continuar, ya adelanto que cuando comenzó esta pesadilla vírica decidí no leer noticias sobre el Covid. Opté por permanecer en una bendita ignorancia porque al principio nadie tenía ni idea de lo que sucedía y se podía leer una cosa y su contraria defendida con idéntica pasión y fundamentada en similares estudios científicos. Después, porque intuía demasiadas mentiras o sesgos interesados en las noticias, en las que entraban en juego desde la piratería hasta la geopolítica. Resultado de lo cual es, en mi opinión, este festival de la desinformación en la que todo el mundo se cree experto e incluso profeta.

En lo que sí parecía haber consenso desde el inicio era en que la única manera de salir de este círculo infernal al que la humanidad se ha visto condenada sin preaviso era contar con una vacuna con efectos salvíficos. La vacuna habría de ser el San Jorge que ensartara con su lanza al dragón del mal. Todos los esfuerzos se centraron en ello. En tiempo récord, laminando los plazos, se ha logrado. El éxito ha sido tal que no sólo contamos con una vacuna, tenemos unas cuantas entre las que elegir (todavía no comprendo como los rusos han dejado pasar la oportunidad de llamar a la suya “Vakunin”).

Y con esta exuberancia ha llegado el problema. Si sólo contáramos con una vacuna, nadie dudaría en vacunarse, no habría obligación ni compromiso anterior que nos impidiera acudir a la cita, ni la lluvia ni el fuego serían obstáculos y celebraríamos estar haciendo cola para recibir el pinchazo. El demonio se encuentra a sus anchas en la variedad y no sólo el gusto. Espero que no nos pase como al “asno de Buridán”, que ante dos pesebres casi en todo semejantes, no se decidió por uno y murió de hambre.

Salud.

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