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Vanidad de vanidades

Por Silvia Pato , 26 febrero, 2014

woman-241329_640La palabra selfie, tan utilizada por todo el mundo, tan moderna y actual para la mayoría de los hablantes, elegida en el año 2012 por la revista Time como término que marcó tendencia, y en el año 2013 por el diccionario Oxford como palabra del año, no tendría tan buena fama si habláramos de ella como lo que, en muchas ocasiones, representa: puro narcisismo.

En esencia, un selfie es una fotografía que se hace uno mismo con un teléfono móvil o una cámara web para subir a la red; y aunque la Fundèu BBVA recomienda «autofoto» o «autorretrato» como término en español, los hispanoparlantes parece que se decantan por seguir utilizando el anglicismo.

Sea como fuere, las redes sociales están repletas de esas fotografías. Hay cuentas que cada semana o cada día muestran una renovada foto de perfil con una nueva toma de esas en la que uno parece adorarse a sí mismo; de hecho, algunas personas tienen tan estudiado el gesto que lo único que cambia es el tono de la barra de labios o el hecho de ponerse o no un sombrero.

Este bombardeo de autorretratos, y no una renovación esporádica de los mismos, puede provocar que, en alguna ocasión, nos preguntemos: ¿Está realmente la gente tan encantada de conocerse, o esa necesidad exhibicionista es síntoma de una autoestima baja y una serie de carencias emocionales que necesitan del constante reconocimiento del resto ante la inseguridad que, aunque no reconozcan, parecen poseer?

Asemeja que estamos fomentando una sociedad en la que la vanidad es eje común para provocar necesidades ficticias, convirtiéndonos así en unos consumidores ideales, eternamente insatisfechos. Como siempre sucede en estos casos, el problema no es el uso, sino el abuso; después de todo, a cualquiera de nosotros le vendrán a la mente cuentas en las que, más que compartir o difundir noticias y opiniones, su titular se dedica casi exclusivamente a colgar selfies de forma compulsiva.

La imagen femenina, seguramente, sea la más afectada por esa utilización. Mientras muchas hemos crecido conscientes de los cambios y de las luchas respecto a la situación de la mujer; en la actualidad, jóvenes, y no tan jóvenes, se convierten por voluntad propia en objetos esclavizados por su aspecto en una constante competición de posturas y mohines, a veces ridículos, y en ocasiones ridiculizables, en sus propias páginas en las redes sociales.

Hay instantes en los que es triste comprobar cómo hemos sucumbido al culto a la imagen de tal forma que, a nuestro alrededor, ya no son únicamente los vendedores y publicistas los que se sirven de él, sino que la mayoría de las personas lo utilizan, convirtiéndose en meras fachadas que, a menudo, diciendo de lo que presumen, confiesan de lo que carecen.

 

 

 


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