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Una pinza para dos bigotes

Por Guillermina Royo-Villanova , 4 noviembre, 2017

A mediados del siglo pasado Howard Hawks dirige Los caballeros las prefieren rubias, película protagonizada por Marilyn Monroe y Jane Russel; una comedia que alertaba de ciertos estereotipos  primorosos para el humor que alguna se tomó muy en serio. A lo largo de mi rubia y antontolinada vida, he comprobado con qué desprecio  puede una monumental morenaza pronunciar la palabra «rubia». Desde luego, esto no sucede al revés por lo que vamos a intentar comprender quién está detrás de esta enredada melena que en ocasiones enmaraña la convivencia femenina.

¿Somos las rubias tontas y por eso tenemos mejor corazón? ¿Nos divierte enfermar a algunas morenas con nuestra abyecta presencia? ¿Se tiñen las rubias de morenas para evitar que les hagan bullying? ¿Se creen las morenas todo lo que dicen los hombres y por eso son más listas?  ¿Se creen las rubias todo lo que dicen los hombres y por eso son tan tontas? ¿Saben las morenas que los hombres las prefieren mujeres y ya está? –preferiblemente con curvas- ¿Pueden ser una morena y una rubia hijas del pueblo de Madrid? ¿Y de Barcelona? Todo esto y mucho más en:

                                                                                                                                             Una pinza para dos bigotes

Tengo dos antiestéticos pelos en el bigote, uno rubio y otro moreno, aún no sé cual es más bobo pero yo me los quito con la misma pinza. Intento tratar a todos mis pelos por igual porque nunca se sabe por dónde te pueden salir. Mientras la mujer lucha contra los ancestrales estereotipos del patriarcado, alguna morena arrezagada insiste en loarlos, mecerlos y amamantarlos con sus santísimos pechos. Estas creencias colectivas que etiquetan la realidad desvirtuándola nacen del afán de supervivencia y se fortalecen con el comportamiento generalizado, pero tranquilos porque me dijo una pelirroja que también se pueden derribar los clichés, afirmación a la que una castaña añadió: Sí, cuestionándolos. Y yo como soy idiota, me lo creí.

Marilyn Monroe -esa tonta con 165 de coeficiente intelectual-, siguió el juego a los hombres en virtud de la fama y el éxito, claro que la actriz no sólo era rubia, también tenía unas curvas de escándalo. Envidiada por todo el sector femenino hollywoodense, afianzó el paradigma de “la rubia tonta”. Un modelo que hizo tanto daño a morenas envidiosas como a pizpiretas trigueñas que también se creyeron la copla. Todos llevamos una calva dentro, es decir, no subestimemos la inteligencia humana, tal vez, el aparente panoli de turno sólo esté enfocando sus neuronas hacia intereses diferentes a los nuestros. Y en cuanto a  la moral del personal, pues eso, es personal y los seres morales tienen derecho a aburrirse gratis.

Las morenas se saben más auténticas porque cuando les salen canas recurren a un tinte que es de los de verdad, el potingue en cuestión está exprimido del pelo de morenas de toda la vida; por lo contrario, la rubia sólo puede elegir entre dejarse las canas o teñirse de morena que no le pega nada con esa cara de tonta que la genética le ha dado, y es que el pelo rubio no exprime bien. Recuerdo que en una ocasión me tinté de morena, morena azabache –ese color que apenas existe y que tantas morenas lucen- y les aseguro que seguí siendo igual de tonta. ¡Oh! Bellas y dulces damiselas que clamáis por la igualdad entre los sexos antagónicos. ¿Acaso la  distinción se encuentra en el color del vello púbico? ¿En su tacto? Tras preguntar al berlanguiano marqués de Leguineche descubro que el secreto se encuentra en lo sedoso del tema entre las piernas. ¡Marta cibelina!, clama al cielo Luis Escobar en La escopeta nacional. Ahí yace arrezagado el misterio, en la ingle. ¿Hay una ingle o hay muchas ingles? ¿Satisface hoy en día una ingle? ¿Qué ingle? (1)

Sea como fuere, benditos aquellos cabellos rubios o morenos que en la lengua anudan su extremo viperino. Es peli-patético ver mujeres tirándose de la melena mientras -para rizar el rizo- compiten con ahínco por un amante calvo. Va a resultar que el pelo de tonta -ese que nadie tiene- se esconde en muchas cabelleras aún sean de pega. La vida es bisoñé, pero no alimenten el postizo del cliché,  el de la hembra envidiosa, frívola, coqueta, egoísta y caprichosa. Bien pueden tomar ejemplo de esta estulta rubia que en su infinita generosidad prefiere dejar la vanidad para el que carezca de otras virtudes,  excelencias estas como mi radiante torpeza y atino en el desatino.

Sublimes y divinas mujeres de primoroso atractivo. ¡Cuánta razón tenía Jardiel! La belleza de la mujer fracasa en el codo. Yo añadiría, en el codo que mete a su amiga en el costillar, daga de la vanidad en la quita intercostal. ¡Oh! Pérfidas mujeres aquellas que sólo entablan amistad con las que les ganan en fealdad y pobreza, no me rechacéis por no ir a juego con vuestra falda escocesa. ¡Oh! Magnificencias de la naturaleza que os desmayáis al miraros al espejo, luciérnagas que atraéis a los machos que luego heredo. ¡Oh ninfas de la vanidad! Tanta es mi admiración que me siento hombre amedrentado, amilanado, cautivo y acojonado. Os perdono vuestra belleza si, claro está, perdonáis mis torpezas, flaquezas y perezas.

¿Son los higadillos de una morena más turgentes que los de una rubia? Turgencia, tersa piel, taxidermia la del rictus de la envidia. Amaos las unas a las otras y dejad que yo os mire. Más noto una mirada aún más crispada; es la de la morena que arde en ira obscena al ver que otra morena tránsfuga de peluquería luce ahora melena más rubia que el trigo en sequía.

He de reconocer que admiro el exhibicionismo de la vanidad, la mujer cosificada por la propia Colombine(2) para abrir los ojos al personal. Vanidad, vanidad, esa maravilla que traiciona la prudencia y el propio interés del que la exhibe, esa preocupación por lo que ven los demás. ¿Y en estos casos qué ven? Lo que vio Molière. Mujeres afectadas por el patriarcado que las enfrenta, las burla, las injuria en afrenta. Hermosas divas de película, es verdad que sois preciosas, pero preciosas ridículas (3).

Calvos, castaños, rubios, morenos, pelirrojos y albinos, lávense la cabeza de pigmentos de otros siglos y déjense de tanto tinte, tonto y tunante que a la hora de cubrir la cana, no parece tan importante.

Una admiradora, una esclava, una amiga, una sierva.

Guillermina Royo-Villanova

(1) Del guión de José Luis Cuerda en Amanece que no es poco. 
(2) Colombine, Carmen de Burgos. (1867-1932) Escritora activista de los derechos de la mujer.
(3) Hace referencia a Las preciosas Ridículas (Les précieuses ridicules) Comedia en un acto de Moliere. (1659)


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