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Un tren con un destino: la libertad

Por Fernando J. López , 1 febrero, 2014

No podíamos imaginar que hoy estaríamos subidas en ese tren.

No era concebible que, tras las luchas sociales del siglo XX, diésemos tan graves pasos hacia atrás nada más entrar en el nuevo siglo. Pero sucedió. Confundieron la mayoría democrática con el despotismo y dejaron que fueran las sotanas las que, una vez más, dictaran el destino de un país donde el atraso que le debemos a tantos siglos de caciquismo eclesiástico sigue dejando sentir su huella.

Hoy estamos allí, unidas y firmes contra quienes pretenden robar el derecho de la mujer a decidir. Por eso solo cabe usar el femenino plural, ese que nuestra lengua usa con tanta timidez como si quisiera, desde la torpeza del morfema flexivo, invisibilizar el papel esencial de la mujer en la construcción de cualquier sociedad. De este presente. De todo futuro.

Estigmatizar, condenar y juzgar a quienes toman una decisión como la de abortar no solo es un acto de ignorancia -¿tan difícil es entender que no estamos ante un tema, precisamente, exento de dolor y reflexión en quienes lo viven?- sino, más aún, de crueldad. Se castiga a la mujer que decide y, por supuesto, se pone en tela de juicio su capacidad intelectual -y moral- para hacerlo. Se esgrimen argumentos religiosos -confundiendo la esfera privada con la colectiva- y se desprotege por completo a la mujer, negándole su derecho a decidir y obligando a tomar un camino que, finalmente, solo servirá para promover los abortos ilegales en condiciones inseguras y miserables.

Vuelven, o eso quieren, las escenas truculentas de Tiempo de silencio. O, por qué no seguir solo unos pasos más atrás, de El crimen del padre Amaro. Vuelve la hipocresía, la misoginia, las escapadas a Londres -donde sea- y el insufrible paternalismo de un poder que cree que puede imponernos a todos los demás su doctrina ultrarreligiosa e intolerante. Un poder que no tiene reparos en aniquilar los derechos de sus ciudadanos destrozando su sanidad, su educación, su -¿aún queda algo?- bienestar, pero que se erige en el gran defensor de los fetos, que no de las personas. Y ahí seguimos, volviendo a debatir -años después- algo que creíamos que no tendríamos que tratar de nuevo. A la espera de nuevos retrocesos sociales donde se pongan en cuestión otras libertades y sin saber bien qué derecho será el próximo en descarrilar.

Esta mañana el Tren de la Libertad llega a Madrid. Ojalá consiga llegar a su último destino: el del derecho de cada mujer a decidir sobre su vida. Porque hoy, en ese tren, todas somos ellas.

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