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Muñones por manos

Por Guillermina Royo-Villanova , 24 mayo, 2014

La falsedad es tan antigua como el Árbol de la vida y en una sociedad basada en la apariencia las creencias plurales tienen todas las papeletas de ser falsas. Observo como en la calle el pueblo herido de hambre pide con desesperación un cambio exigiendo a los políticos que cumplan su palabra y criticando sin piedad el engaño. Reclamamos decencia, honradez, justicia y libertad. Ahora,  – ¿Somos consecuentes con nosotros mismos? – En muchas ocasiones la teoría de nuestros ideales vale para los demás pero no nos la aplicamos. ¿Podemos exigir a un gobierno lo que uno mismo no practica es su “Pequeño Mundo”? Si realmente deseamos un cambio debemos dinamitar las fórmulas anteriores y construirlo desde sus cimientos, un trabajo que debe surgir desde el pueblo consciente de su poder, el nuevo gobierno debería nacer de una nueva mentalidad popular. No es posible cambiar el mundo si no comenzamos a cambiar nosotros mismos y a estas alturas la deformación y el esperpento es tal que llegamos a vernos normales en los espejos del Callejón del Gato.

Deberíamos analizar desde lo que creemos o fingimos ser a lo que somos, el papel que elegimos o en ocasiones nos dan y acatamos buscando la aceptación pero ¿nos aceptamos a nosotros mismos tal como somos? Vivimos entre prejuicios y etiquetas desgastadas, somos polvo de apellidos estigmatizados por una condición sexual, una raza, una creencia o un look. Si se cayeran los dedos que señalan muchos tendrían muñones por manos.

Otra arraigada tendencia de este siglo es la de temer, castigar y repudiar la sinceridad cuando tanto la comunicación a través del diálogo pacífico como la crítica desde diferentes perspectivas no son más que una invitación a la reflexión. No hace mucho un “amigo Facebook” -fíate tú- me dio de baja con sus insultos correspondientes por salir retratada entrevistando a Rosa Diez, Pedro J. Ramírez, Julio Anguita e Iñaki Anasagasti; un juicio que se me realizó a partir de una fotografía sin haber escuchado las entrevistas en la creencia de que una imagen vale más que mil palabras; hablando de intransigencia en la misma red social los pechos de mi amiga y poetisa Patti de Frutos fueron censurados cuando posaban con elegancia en una fotografía artística reclamando el poder de decisión de la mujer, como también lo fueron anteriormente alguna de mis inofensivas acuarelas -menos eróticas que la maja desnuda de Goya- al ser denunciadas por algún ciudadano. En otra ocasión una publicación me censuró la ilustración de un poema de Baudelaire cuyo texto de alta carga sexual no hería su cristiana sensibilidad pero el hecho de que yo representara lo sugerido me convertía en sucia… Todo vale en la imaginación y en el pensamiento pero se aconseja la represión para la posterior fabricación de mosnstruos. Gracias a esta incubación de negaciones nace también el deporte nacional de criticar por detrás, ya que si expones tu visión pacíficamente y cara a cara con el implicado… “se cagan en tu puta madre”. Todos deberíamos tener en casa un retrato a lo Dorian Grey, aceptar nuestros defectos y escuchar las críticas porque solemos ser más parecidos a como nos ven los demás que a como nos creemos ser.

Vivimos engañados en la falsedad que alada vuela mientras la verdad la sigue arrastrándose, de modo que cuando las personas se dan cuenta del engaño suele ser demasiado tarde. Conozco una persona cuyo arte en la falsedad es tan pronunciado que no se da cuenta de que piensa exactamente lo contrario de lo que dice, el problema es que la verdad mal entendida, la que uno se cree con radical solemnidad, defiende una premisa que se pierde en el disimulo. Si realmente deseamos cambiar el mundo debemos comenzar desde nosotros mismos donde la libertad moral es la única libertad verdaderamente importante y suele estar fabricada por lo mamado y aprendido en nuestro entorno. Deberíamos cuestionar lo establecido y analizarlo antes de aceptarlo, porque la libertad se conquista día a día según vamos cambiando. Paradójicamente me siento libre de obligarme a cuestionar lo que la sociedad da por hecho y en ocasiones convertirlo en deshecho. Parece que sólo combatimos la libertad de los demás, tendemos a ver como enemigo al que no practica nuestros hábitos y entusiasmos pero la libertad ha de ser plural, no el privilegio de unos y el derecho de otros y a esa libertad plural no se llegará nunca si no trabajamos la libertad moral individual. Actuar por el “qué dirán” cuando nuestro libre pensamiento divaga por otros lares es una práctica que ha terminado enfermando a la sociedad. Lo políticamente correcto, ideado en pro de una mejor convivencia, invade nuestra vida de falsas relaciones donde el discurso de unos y otros no son más que palabrería y la crispación late a flor de piel bajo la fina seda del engaño. Claro que la libertad traería el caos y es ahí donde deberíamos comenzar el aprendizaje de la convivencia desde el respeto. Actualmente la libertad moral está aún controlada por el miedo a ser diferente, la culpabilidad cristiana heredada incluso en no creyentes y el abuso de los diferentes poderes a lo largo de la historia que controlando la moral nos ha convertido en prisioneros de nosotros mismos. Sólo a partir del respeto y la tolerancia podremos llegar a un entendimiento y desarrollar nuestras fuerzas, cultivemos nuestra propia libertad para ampliar el resto de nuestras cualidades mientras caminamos condescendiendo con la intransigencia. Llámenme utópica, y que la utopía sea la semilla del progreso y materia para el diseño de un futuro mejor.

Anda que…

neutrales

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