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¿Tu hijo es del Madrid o del Farsa?

Por Magdalena Cabello , 23 junio, 2014

No es el fútbol en concreto una de las aficiones que más ocupan mi tiempo en la vida diaria. Sin embargo, este mes que hemos vivido tan convulso, tan…global, nos ha forzado, al menos una vez, a pensar en el balompié. Y global porque no solo estamos viviendo la fuerza expansiva del fútbol en los confines de nuestra frontera sino que hemos cruzado el charco para saborear un mundial deportivo por los cuatro costados, queramos o no, ahí está: en informaciones generales, en telediarios, en política, en sociedad, en corazón, en coronas, en ceremonias, y un largo e intermitente etcétera.

¿En coronas y ceremonias? Muchas son las banderas españolas que este mes cuelgan de orgullosos (y satisfechos) balcones de la capital, en una especie de fusión patriótico-futbolera que nos recuerda continuamente las victorias que nuestro país puede alcanzar si lo sentimos fuertemente, tanto al rey como a «la roja».  Un simbolismo creado para fortalecer la identidad de un país inmerso en una crisis, como ya sabemos, devastadora y bárbara.

¿Puede, de este modo, despertar algún tipo de ilusión los colores, los himnos, todo este simbolismo abstracto al que la gente se adhiere en cuestiones tan estratégicas como la política o la economía? Al igual que la fe indiscutible de la religión, aferrarse ciegamente a frases, nombres heroicos y sueños que nada tienen que ver más tarde con la realidad, consigue que se produzca esa especie de nebulosa que emborrona el empobrecimiento (cultural, social, político) y embriaga de placer a corto plazo. Sin que nada de esto, a pesar de óptimos resultados (deportivos) nos devuelva nada a cambio. La familia que celebra hoy el triunfo de un equipo, seguirá mañana con dificultades para llegar a fin de mes.

Brasil no le ha bailado la samba al fútbol.

Despertar contra esto, provocado por los exacerbados beneficios que el deporte más global genera, es lo que no se esperaba de ningún modo en el país anfitrión del mundial. «Más pan y escuelas y menos circo del fútbol», así titulaba José Manuel Rambla un reportaje (en el mensual Tinta Libre)  sobre la reacción de los ciudadanos brasileños frente a las grandes inversiones que el gobierno ha derrochado (en pro de la FIFA y su espectáculo) en detrimento y parón de las ayudas a las gigantes desigualdades que asolan el país actualmente. Más sorprendente ha sido si tenemos en cuenta que el fútbol, la samba y el carnaval son la «santísima trinidad» del estereotipo de Brasil. Así debe ir el país, y así deben acallarlo, en la mayoría de medios de comunicación al servicio de las grandes corporaciones, conectadas al fin y al cabo con los grandes empresarios y especuladores del fútbol. Son demasiados los beneficios; por tanto,  los costes importan siempre un poco menos.

Anterior al inicio del mundial y a la coronación express de Felipe VI tuvimos una especie de ruptura en la división tradicional política: el bipartidismo pareció tambalearse con pequeñas formaciones surgidas de movimientos sociales y desde abajo, alejadas de la burocracia cotidiana y anti-sociedad que la política que conocemos desarrolla en la actualidad. Posteriormente, llega el mundial y se desploma la roja, el rey abdica y se crean leyes de aforamiento, abdicación, etc. Qué mal rollo, ¿no era todo blanco o negro? ¿No era eso más fácil para crear identidad? Ahora ganan equipos de fútbol locales, tradicionalmente marginados, aparecen formaciones políticas distintas…

Ahora más que nunca te lo van a preguntar, ¿tu hijo es del Madrid o del Farsa?


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