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Trump, la pesadilla americana

Por José Luis Muñoz , 9 noviembre, 2016

donald-trump-_848_573_1275135Aquí, entre nosotros, estaba convencido de que el hooligan Donald Trump iba a ganar estas controvertidas elecciones de Estados Unidos porque el candidato norteamericana conectaba a la perfección con esa Norteamérica profunda, inculta, machista y ultranacionalista con su campaña llamativa que buscó, un día sí y otro también, los titulares en la prensa con sus salidas de tono propias de un reality show. Para esa América, que es la que detesto, la de la política y comida basura, la del despilfarro y consumismo desaforado, Trump es uno de los suyos, como lo fue en su momento George W. Bush, el tipo que leía libros al revés. El magnate yanqui de flequillo dorado es un tipo duro y lenguaraz que dijo siempre lo que pensaba sin cortarse un pelo, pasó olímpicamente de lo políticamente correcto y parecía tener un halo de sinceridad en cada una de las atrocidades que salían de su boca. En el lado opuesto, la contención de Hillary Clinton, política profesional cuya carrera ha terminado esta madrugada, con un  historial muy cuestionado (no se opuso a la invasión de Irak; tuvo responsabilidades en el desastre de Libia; arrastra una imagen de corrupción) que no ha podido movilizar a su favor, ni siquiera, a las minorías ofendidas por su rival ni a las mujeres, porque millones de ellas han votado al cuestionado líder republicano, ni a los jóvenes a los que ha decepcionado. Bernie Sanders, su rival en el Partido Demócrata, la opción progresista de cambio real que tuvo el valor de declararse socialista, fue ninguneado por la candidata y sus seguidores se han quedado en casa pasando del mal menor.

Difícilmente podrá cumplir Donald Trump con dos de sus propuestas más llamativas, la de expulsar a esos once millones de ilegales, a los que hará la vida imposible para que ellos mismos tomen las maletas y se marchen del paraíso americano, y la de levantar ese enorme muro, que, en realidad, ya existe, porque otros lo hicieron sin vocearlo. En Europa también sabemos mucho de muros y emigrantes.

El Donald Trump bocazas posiblemente no sea tan letal como lo ha sido para la humanidad George W. Bush y el nefasto Trío de las Azores, responsables de la inestabilidad de medio mundo y con cientos de miles de muertos en su haber; no va a embarcarse en guerras como la de Irak o Afganistán. Donald Trump es un empresario, y qué mejor para ese país, que en realidad no es país sino un negocio, como dijo Brad Pitt en Mátalos suavemente, que un magnate multimillonario para regirlo como si fuera una empresa con sus pérdidas y beneficios. Donald Trump evidencia lo que viene sucediendo en el mundo en las últimas décadas, que la clase política, tal como se entendía, con su cada vez más leve ideología (aquí tenemos la vergonzosa deriva del PS0E) es ya perfectamente prescindible y el capitalismo ya no necesita intermediarios.

La única virtud que tiene Donald Trump es que vocea a gritos lo que otros políticos callan pero hacen. Tan incomprensible es para una mentalidad progresista que este tipo,  con su discurso xenófobo, reaccionario y machista, al que siempre reproché su pésimo gusto arquitectónico (la repugnante Torre Trump es él en rascacielos) que devaluaba la ciudad de Nueva York, haya llegado a la presidencia de Estados Unidos como que Mariano Rajoy, en España, siga siendo presidente. Los americanos y los españoles así lo quieren, pues adelante, son las reglas del juego y cada país tiene a los gobernantes que se merece y sus ciudadanos son responsables de lo que hagan al haberlos elegido. ¿Es la democracia un sistema perfecto en una sociedad mundial profundamente desigual? Evidentemente no. Recordemos, y no es una cuestión baladí, que Adolf Hitler también llegó al poder por las urnas.

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