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Timbuktu, de Abderrahamane Sissako

Por José Luis Muñoz , 15 febrero, 2015

TimbuktukConocemos sobradamente los que apreciamos los ritmos del Tercer Mundo la extraordinaria producción musical de Malí: Salif Keïta, Rokia Traoré, Khaira Arby, Oumú Sangaré y una larguísima nómina de compositores y  cantantes excepcionales. Ahora podemos empezar a conocer su cine gracias a Timbuktu, una película dirigida por el mauritano Abderrahamane Sissako (Kifa, 1961) que opta al oscar a la mejor película de habla no inglesa, razón por la que es visible, en muy dura competición con la polaca Ida, por ejemplo.

No estamos acostumbrados al cine africano. No nos llega o lo hace con cuentagotas. Es una cinematografía tan periférica y con tan escasísimos recursos que no interesa a las distribuidoras y a la mayoría de los espectadores que no conciben otro ritmo que el paroxístico que llega de Hollywood. Timbuktu, una película bellísima, poesía de principio a fin, empieza con una gacela corriendo entre las dunas de ese hermoso país africano tiroteada por yihadistas que la persiguen en un todoterreno y termina con el mismo plano, gacela que se metamorfosea en niña, todo un continente acechado por un  nuevo horror.

La película de Abderrahamane Sissako nos habla de un periodo muy reciente y concreto, ayer casi, cuando la yihad en 2012 hizo su violenta irrupción en ese país tranquilo y bellísimo en el que coexistían sin problemas musulmanes árabes, tuaregs y animistas africanos e intentó imponer un islam rigorista. Se prohibió cantar, sonreír, fumar, jugar al fútbol…se prohibió a los malienses ser felices, vivir, en definitiva.

Kidane (Ibrahim Ahmed) es un tuareg que ve pasar los días delante de su jaima instalada en el desierto en compañía de su esposa Satima (Toulou Kiki) y su hija Toya (Layla Walet Mohamed). Los yihadistas extranjeros han llegado a Tombuctú y muchos malienses han huido aterrorizados por su fanatismo. Kidane resiste en su oasis de paz hasta que la muerte accidental del pescador Amadou lo pone bajo su punto de mira.

La cámara de Abderrahamane Sissako recorre parsimoniosa las estrechas calles de la puerta del desierto por las que se atascan burros sobrecargados ante la mirada de yihadistas armados hasta los dientes, se introduce en sus mezquitas que no han sido destruidas por los fanáticos, acaricia las dunas y sigue al grupo de vacas que va a beber al Níger. El ritmo es pausado, como la idiosincrasia africana, como su forma de vida en donde el tiempo es relativo y transcurre con un ritmo muy distinto al nuestro. Las tropelías de esos soldados de Alá que intentan imponer sus normas absurdas a la población chocan con la tozuda resistencia pacífica de los afectados: una pescadera se niega a ponerse guantes, porque no puede trabajar con ellos, y ofrece sus manos a los fanáticos para que se las corten. Rebelión. El fútbol está prohibido y una pelota sin dueño rebota en los escalones de una calleja hasta llegar a los pies de unos milicianos que inquieren por su dueño. Sobre fútbol discuten tres yihadistas en distintos idiomas, porque unos vienen de Libia, otros de Mauritania, y se entienden mejor en francés y en inglés, el idioma de los infieles, para hablar de Messi o de la mediocridad de resultados de la selección francesa. Contradicción. Unos jóvenes malienses, en una de las escenas más bellas del film, juegan al fútbol en la arena del desierto con una pelota imaginaria, sorteando así la absurda prohibición de ese deporte. Resistencia. Un guerrero, en trance, danza sin música, también prohibida, ante Zabou (la actriz y bailarina haitiana Kettly Noël) que, con su presencia imponente y su vestimenta de diosa africana, bloquea en otra secuencia el paso de un todoterreno de yihadistas en las calles de la población: la temen porque está loca, porque quizá esté en comunicación directa con Alá. Los yihadistas, en otra escena, buscan afanosamente en la noche la procedencia de una música, para detener a los infractores, y la infractora, castigada a cuarenta latigazos, los recibe cantando su dolor. Un yihadista con su kalashnikov se recorta sobre la terraza de una casa en la noche bajo una luna espléndida; no le vemos la cara pero sabemos que se deleita con esa música prohibida que escucha. Sutileza.

Timbuktu es una película mágica, extraordinaria en su pasmosa sencillez, en donde hasta la violencia—la pareja que es lapidada por no estar casados a pesar de tener hijos—no es hiriente, sin por ello perder su carga de dramatismo. Abderrahamane Sissako nos habla del absurdo del fanatismo, de sus propias incoherencias—el imán del pueblo discute la interpretación que los guerreros de Alá hacen del Corán, les reprende por su forma de imponer el islam, por sus matrimonios forzosos—. La película finalista a los premios de la Academia es un canto a la libertad y a la tolerancia y reivindica el ser humano, incluso entre los fanáticos, como en ese yihadista moderado, Abdelkrim (Abel Jafri), que se esconde entre las dunas para dar cuenta de un pitillo y visita a Satima cuando Kidane se ausenta, quizá porque esté enamorado de ella.

Sabe captar el director mauritano formado en una escuela rusa de cine, la Universidad Panrusa Guerasimov de Cinematografía, la luz y la belleza de ese paisaje desnudo de Mali en el que cada árbol es una escultura por su singularidad o una mata cercenada por los disparos de un kalashnikov se parece a un vello púbico entre mulos femeninos que son dunas. Atempera el director mauritano el dramatismo con el humor—Abdelkrim, el yihadista humano, aprendiendo a conducir el todoterreno ante la mirada burlona de su compañero que le dice que mire al frente; el babel lingüístico de los invasores que finalmente recurren al inglés para entenderse entre ellos—y sobrecoge al espectador con imágenes de auténtico cine tan bellas como ese plano aéreo, rodado al atardecer, de Kidane que cruza el poco profundo río Níger, mercurio brillante, agua casi sólida, trastabillando por la angustia, entorpecido por su ropaje empapado, y el pescador Amadou, herido de muerte, en la otra orilla, intentado ponerse en pie sin conseguirlo: el fatalismo de una muerte que preludia otra.

Películas como Timbuktu son la mejor arma contra la yihad que nos horroriza y, sobre todo, les horroriza a quienes más la sufren últimamente: belleza contra barbarie. Arte frente a basura snuff.

Título original: Le chagrin des oiseaux
País: Mauritania
Año de producción: 2014
Género: melodrama
Duración: 100 minutos
Director: Abderrahamane Sissako
Estreno en España: 06/02/2015

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