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Su sentencia. Gracias

Por Miguel Angel Montanaro , 11 febrero, 2014

Esta España esperpéntica, burda secuela de cualquier pieza Valleinclaniana, acabará, de seguir así este antinatural estado de cosas, con los actores y el público exiliados en algún recoveco infame de la historia.

No podemos esperar nada de instituciones y órganos del Estado que están sujetos a los intereses de partidos políticos, de lobbys, o simplemente, a las ansias de poder de los que pretenden hacernos creer, que levantan emporios de miles de millones de euros trabajando ocho horas al día.

Lo sangrante, lo desesperanzador, es que la columna estatal que se supone inmaculada y blindada al mangoneo político, es la más manoseada de todas.
La justicia. Que se ha convertido en una casa de lenocinio donde se entra y en vez de pagar, se cobra por metérsela a la Patria, concepto éste último, innombrable para todo progreta que vive muy bien trincando de ella.
No hablo ya, de la dedocracia en las elecciones partidistas para la formación de algunos órganos judiciales; ni siquiera, me refiero a la particular visión que tienen algunos administradores de la justicia –derecho metafísico e inalcanzable para la infantería ciudadana-, y sus deprimentes dictámenes a golpe de martillo.
Hablo, de que se admita con naturalidad, que los jueces puedan organizarse en facciones.

Quiero pensar que no soy el único ciudadano que entiende que lo perverso, no puede ser establecido como lo reglado y natural. Soy de los que cree, que lo que subvierte la propia naturaleza de la Ley y su propia esencia, es lo erróneo y denunciable.
El razonamiento de la imparcialidad de la justicia está prostituido por aquellos que deforman esa ecuanimidad de acuerdo a sus intereses.
El mejor ejemplo de esto, lo tenemos en los mal llamados jueces estrella, que quieren mandar –y no juzgar–, aplicando su ideología y no, lo que estipula el texto legal. A estos prestidigitadores del ahora lo ves, ahora no lo ves –dependiendo de lo juzgado–, les aplauden o pitan a rabiar los caciques de los partidos políticos si ven defendidos o atacados sus chanchullos con esas actuaciones togadas, algunas, de clamorosa vergüenza nacional.

A ver si me he enterado bien, no dejamos sindicarse a los militares –que ni pinchan ni cortan, lo único que hacen es comerse los marrones de los políticos, que son, recuérdenlo, los que realmente deciden las guerras-. No dejamos manifestarse a los policías, mucho menos, a los guardias civiles, ni siquiera, a los humildes vigilantes de seguridad, profesionales todos ellos que en sus parcelas se dedican a dar la cara por todos nosotros, y luego, los que tienen que juzgar sin sentimiento, sin afección humana alguna, con la venda de la justicia sobre sus ojos –que simboliza la más estricta neutralidad–, a esos, los tenemos realizando declaraciones en la televisión o agrupados en asociaciones conservadoras y progresistas.
Hagamos un grácil juego de palabras. ¿Es que hemos perdido todos el juicio?

¿Pero de dónde se sacan estos individuos que pueden declarar públicamente su sensibilidad política o filosófica y mucho menos agruparse para hacer ostentación de ella? ¿De la Ley? Pues que se anule esa ley.
Es vergonzoso que este asociacionismo se permita y que nadie lo denuncie.
Un juez no puede ser nada más que juez. Alguien sin apellidos ni etiquetas.
Y sus simpatías, sus creencias y sus querencias, y sus filias y sus fobias, en su casa y a puerta cerrada. Igual que la boca, que solo tienen que abrirla para dictar sentencia. Así de sencillo. Yo no quiero jueces conservadores o progresistas.
Quiero jueces independientes.

Les aseguro que antes de presentar una demanda ante uno de esos jueces mediatizados por su ideología y su ego, prefiero que un funcionario introduzca el sumario y mi declaración mediante una ficha en un ordenador dotado de una potente inteligencia artificial, y que después de echarle una moneda, me expida la resolución judicial con un amable y aséptico fallo, del tipo de: Su sentencia. Gracias.

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