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Somos la izquierda: el PSOE con Pedro Sánchez

Por Carlos Almira , 19 junio, 2017

“Somos la izquierda”, proclama ahora el PSOE, al compás de la Internacional. ¿Sentimiento de identidad recuperado? ¿Puja electoral anticipada sobre una parte de los votantes de Unidos Podemos? ¿Recuperación de un auténtico anhelo transformador de la sociedad? Supongamos esto último, a ver qué pasa.

Para cambiar el mundo hay que creer, al menos, en tres cosas: primero, que es posible hacerlo; segundo, que es necesario, si no ineludible, hacerlo; y tercero, que el mundo alternativo propuesto por uno, no sólo es mejor, sino realizable aquí y ahora.

Ahora bien: lo anterior exige a su vez lo siguiente: a) un conocimiento, mínimamente riguroso, de lo que se quiere cambiar; y b) un compromiso sin fisuras, del agente del cambio.

Vamos a llamar a ese mundo el “Capitalismo”. ¿Se debe cambiar el Capitalismo? ¿Se puede cambiar el Capitalismo? ¿Hay un orden viable alternativo al Capitalismo, tal y como lo conocemos hoy?

Por último (y que me perdone el lector estos preliminares), debe tenerse en cuenta el problema del poder, por una parte: quién lo detenta en el mundo que se pretende cambiar, y cómo lo hace; y por otra, el problema de la imaginación política (o, si se quiere, la utopía realizable). Pues un proyecto de esta naturaleza y envergadura, no sólo requiere un compromiso ético sin ninguna componenda posible, substancial, con los intereses y apremios del presente; y un análisis riguroso de la realidad; sino a la vez, una disposición de ánimo libre, ociosa, del agente del cambio, que en cierto modo lo coloque a la vez, dentro y fuera de la Historia, en la que él mismo se sitúa.

¿Qué es el Capitalismo? Aceptemos provisionalmente, la definición del Historiador francés, Ferdinand Braudel: el Capitalismo es, a la vez, un producto de la Historia Moderna de Europa; y es el orden social y político (más que económico), que resulta de ese proceso histórico singular e irrepetible (por definición).

El alma del Capitalismo no es el mercado, sino el monopolio. El control y la explotación, desde instancias y por medios extra-económicos, (la Monarquía Autoritaria, la Democracia Americana, el Imperio Británico, la Alemania Nazi, el Estado de Partido Único Chino), del mercado, por parte de las grandes empresas privadas de cada momento histórico, precisamente para eludir su potencial de espacio de libre competencia, de ese espacio llamado mercado. Había más libre mercado en la Edad Media que en la Europa Moderna y en el mundo contemporáneo.

El Estado es, pues, más esencial al capitalismo como sistema de poder político, que el mercado (que no es más que la institución social donde ese poder se pone de manifiesto, además de un componente ideológico, legitimador, del Capitalismo). Pongo un ejemplo: cuando, al pairo de la Revolución Industrial y las primeras luchas obreras en Inglaterra y el Continente, los trabajadores intentaron hacer lo mismo que las empresas, es decir, controlar el mercado de la venta de fuerza de trabajo, éstas no dudaron en recurrir al aparato del Estado para impedirlo. La concurrencia en el mercado pues, cuando se da, no es un proceso económico sino una lucha política sin cuartel.

¿Puede la izquierda substantiva, hoy por hoy, disputar a las grandes multinacionales el control sobre el mercado (de trabajo, como de otros bienes y servicios), a nivel regional, nacional, global?

En cuanto al poder: a lo largo de su Historia, desde el comienzo de la Edad Moderna, el Capitalismo ha conocido sucesivos soberanos: el gran comerciante de las Compañías de Monopolio Estatales de Indias, de las Monarquías Absolutas (y las Repúblicas Absolutas, como Holanda); el gran industrial del Imperio Británico, de la Democracia Americana, de la Alemania de Bismarck, del Kaiser o de Hitler; y la gran corporación bancaria desde el final de la Segunda Guerra Mundial (y sobre todo, desde los años 1980), de las instituciones globales de nuestros días. Hoy por hoy, el soberano del Capitalismo es el hacedor de dinero bancario (dinero de crédito creado de la nada), y el especulador bursátil en corto, con fondos anónimos (tarea esta última, realizada cada vez más con algoritmos matemáticos, informáticos, esto es, por ordenadores).

¿Puede la izquierda substantiva hoy arrebatarle el monopolio de la creación de dinero fiduciario, a la Banca Comercial privada, y a la vez, regular los flujos e inversiones bursátiles en corto, realizados en milésimas de segundo por ordenadores anónimos, por ejemplo, gravándolos con una tasa automática?

¿Por qué habría que cambiar el Capitalismo? Supongamos, que esta forma de dominación (que no de economía), es la responsable principal de la destrucción de nuestro planeta, del cambio climático, de las guerras, del hambre entre los seres humanos, ¿del terror? ¿Habría en ese caso, que cambiar el Capitalismo?

¿Y cómo podría hacerse (suponiendo que pudiera hacerse)? Este es el tipo de preguntas, que pueden sonar casi infantiles, que una izquierda substantiva debería empezar a plantearse. Supongamos que hay fórmulas, que se pueden implantar y desarrollar en unas pocas semanas: por ejemplo, una Banca Pública capaz de crear y poner en circulación la masa monetaria en substitución de la Banca Comercial privada, que necesitan los agentes económicos. ¿Cómo? Yo soy empresario, y necesito un local que vale doscientos mil euros. En vez de acudir a un Banco y pedir un crédito, acudo a una Agencia Pública de Crédito, expongo mi proyecto, dejo en depósito una garantía en valor de 20.000 euros, y recibo un papel (moneda fiduciaria), cuyo valor de cambio aceptado es de 200.000 euros, a reintegrar con un interés de un uno o un dos por ciento anual, en dos o tres años. ¡Así de fácil!

Para imaginar esto (utopía realizable), e intentar llevarlo a cabo, uno debe sentirse tan libre de los intereses e imperativos de su presente, como Leonardo Da Vinci cuando pintaba La Gioconda o La Última Cena. La lucha política es también un Arte.

Ahora bien. Lo más probable es que, hoy por hoy, quien intentase algo así acabase en los tribunales, en la cárcel, o con un tiro en la nuca. O como Asange, encerrado en una embajada.

¿Puede cambiarse el Capitalismo eludiendo este paso engorroso: eludiendo la peligrosa lucha por el poder con las grandes empresas y sus instituciones políticas subsidiarias e implacables?

Sí, si uno está lejos, y si cuenta con estructuras humanas ajenas al mundo que quiere cambiar: por ejemplo, en Chiapas, en el sur de México (una región tan grande como Bélgica organizada por las comunidades indígenas, de origen Maya, por el movimiento zapatista).

En Europa esto no parece posible. El tiempo se nos acaba.

Estamos en el ojo del huracán. El Capitalismo no va a pararse.

Cuando el PSOE de Pedro Sánchez y los afiliados (ante los que me descubro), dicen: “Somos la izquierda”, ¿son conscientes de la importancia, de la urgencia, de la envergadura de esta afirmación?


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