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Sin penaltis no hay milagro

Por Fermín Caballero Bojart , 15 febrero, 2014
Fotografía: Clive Mason/Getty Images.

Fotografía: Clive Mason/Getty Images.

Mientras el mundo se debatía en una intensa tensión diplomática por posicionarse durante la Guerra Fría, ante la invasión rusa de Afganistán en la Navidad del 79, Estados Unidos y URSS ultimaban importantes preparativos. Los de los juegos olímpicos de invierno de Lake Placid (USA) y los Juegos Olímpicos de Moscú. La URSS no faltó a la cita deportiva en Estados Unidos, donde finalmente consiguió 22 medallas, diez de ellas de oro. Durante la celebración de los juegos de invierno, en febrero de 1980, el presidente norteamericano Jimmy Carter dio por finalizado su ultimátum: Si URSS no se retiraba de Afganistán, no acudirían a los Juegos Olímpicos de Moscú. El presidente del COI, el irlandés lord Killanin con la mirada puesta en Los Ángeles ‘84, declaró al rotativo Washington Post que era inviable una olimpiada paralela. 65 países apoyaron el boicot y no acudieron a Moscú. Carter confirmó su posición públicamente cuatro días antes del partido de hockey sobre hielo USA-URSS. Y el clima de tensión diplomática se traslado a la pista de hielo.

Si ganaban los universitarios norteamericanos se jugarían la medalla de oro ante Finlandia. Entonces el sistema era de liguilla. Acceder al oro pasaba por derrotar al mejor equipo ruso de la historia, que se presentaba con el currículum de cuatro oros olímpicos consecutivos (desde 1964). Con un resultado final de 4:3, los norteamericanos rompieron todos los pronósticos y la noticia causó un efecto heroico en el país. Nadie apostaba por aquellos jóvenes que miraban a los deportistas soviéticos con una mezcla de admiración y desafío, muchos de ellos componentes del ejercito ruso. La revista “Sports Illustrated” les nombró deportistas del año, y en algunos medios se consideró como la mayor gesta de la historia del deporte americano. Lo que se bautizó aquella misma noche por el comentarista del encuentro, Al Michaels, como el Miracle on Ice (Milagro sobre hielo).

Hoy, varias invasiones después, se volvían a enfrentar los dos países en Sochi. Cargados los jugadores de sus protectores corporales, para contrarrestar la violencia de sus frenadas, de sus empujes permitidos a más de 50 km/h, donde lo humano no existe, se esperaban de rojiblanco, los rusos, y, de azul, los estadounidenses. De nuevo unos juegos olímpicos de invierno.

Un partido de hockey consta de tres partes de veinte minutos cada una separadas por un descanso de un cuarto de hora. Agotada la hora de juego y en caso de empate, se juega una prórroga de cinco minutos y si finalizan en tablas, se lanzan tiros libres (penaltis). Tal y como ha sucedido hoy en el Bolshoi Arena de Sochi.

Con empate a dos en el marcador y a falta de 4 minutos para el final, el espíritu del Miracle on Ice empezó a rondar por el rink a la velocidad del puck, ayudado por un gol anulado a Rusia debido a que la portería americana estaba desfasada con la línea de gol. Estaban presentes en la pista Viktor Tikhonov, nieto del entrenador de la selección soviética que perdió frente a los americanos y Ryan Suter, hijo de Bob Suter, uno de los victoriosos jugadores que consiguió la medalla de oro para Estados Unidos al derrotar, días después, a Finlandia.

Tras la decisión arbitral las cámaras enfocaron a Putin. Permanecía impasible con su rostro de espía cruel. Había visitado la sede de la delegación americana en los momentos previos al partido para tenderles una mano. Pero tras el gol anulado, con los ojos puestos en el hielo y en el entrenador Zinetula Bilyaletdinov, ex jugador de la URSS la fatídica noche del milagro del 80, Putin quizás recordaba el caso Snowden, o la ley que impide a los norteamericanos adoptar niños rusos, o las retrógradas leyes que esta imponiendo contra los homosexuales, o las consecuencias de no alcanzar la medalla de oro en hockey sobre hielo, deporte que practica y que conoce. Y probablemente solo entonces pudo concluir que había razones de sobra para pensar que Estados Unidos no había enviado a Sochi a los mejores. Y por ello una Rusia técnicamente superior estaba siendo nuevamente derrotada.

Triunfo americano (en los penaltis) del que, estaba vez sí, han sido puntualmente informados millones de compatriotas rusos. Al contrario de lo que sucediera con la humillante derrota del 80 que fue omitida durante dos días en la URSS y solo fue filtrada por el rodillo de la censura de Brézhnev días después del suceso.


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