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Sherlock es Sherlock, y tú, no

Por Adrián Magro de la Torre , 28 abril, 2014
  • Rápido repaso de la serie, en general, y lo que fue esta tercera temporada, en particular.

Los protagonistas de Sherlock: Benedict Cumberbatch y Martin Freeman.

¿Cómo imaginarse que, tras esas adaptaciones llevadas a cabo por un Guy Ritchie de encargo, el mito del mejor detective de nuestro imaginario volvería a despertarse, tan lleno de fuerza, de lucidez, con esa mirada que tiene de todo salvo descanso? ¿La respuesta? En la BBC.

Desde el año 2010 la cadena inglesa lleva ofreciéndonos pequeñas perlas televisivas, de ésas que se disfrutan con el paladar mojado, lleno de saliva. Cada temporada emitida hasta la fecha consta de, únicamente, tres episodios, pero, eso sí, de hora y media cada uno. Y aunque a primera vista suene a poco –algunas veces, de hecho, lo parece–, no hay que llevarse a engaño: como digo, nuestras bocas no necesitan de más besos para enamorarnos. (Ojo: no confundirla con ese otro artefacto procedimental, al estilo Castle, llamado Elementary.)

Este Sherlock, aparte de vivir con el Dr. Watson en el 221B de Baker Street (calle que en realidad no existe y nunca ha existido) del Londres del siglo XXI, es como el Sherlock que siempre hemos conocido: ególatra, a veces frío, otras socarrón, calculador hasta la médula…, y paro de contar, porque son muchos los adjetivos que pueden llegar a describirle, aunque, en el fondo, hay uno que debería ir siempre unido a la criatura que interpreta como si llevase haciéndolo toda la vida un –hasta hace bien poco desconocido– Benedict Cumberbatch, y ése es, y pese a todo: humano. Sin olvidarnos de su pareja: su más fiel –y único– amigo y compañero de fatigas, un Martin Freeman, alias Dr. John H. Watson, antiguo médico de guerra en Irak, que no se queda atrás dándole la réplica (un cóctel químico donde la sociopatía de uno contrasta con la rectitud del otro), aun sabiendo que su personaje es, desde siempre, mucho menos agraciado en cuanto a interés y/o matices.

Que conste que, tras vivir el shock protagonizado durante el salto que dio fin a la segunda temporada –a día de hoy, y para mí, la mejor–, las expectativas eran tan grandes que no podían/debían fracasar. ¿Cómo resolverían aquello que tenían que resolver y a todos nos había puesto el corazón en un puño? Como llevan haciéndolo siempre: con suma brillantez, teorías de por medio incluidas, gracias a que, sus creadores y/o adaptadores, Steven Moffat y Mark Gatiss (este último, además, interpreta de forma magistral al hermano del protagonista), le tienen un inmenso respeto al original, se lo conocen tan bien, tan de pe a pa, que pueden jugar –y juegan, como dos niños grandes– a cambiar/adaptar esto y aquello de las aventuras creadas por sir Arthur Conan Doyle. Conocen las reglas, conocen la historia, conocen a los personajes. Lo único que han hecho es, cogerlo todo, y trasladarlo a la sociedad donde reina la tecnología (perfectamente utilizada como un aliado más en sus investigaciones), y hacerlo aún más inmortal –si cabe– y cercano, sobre todo, para las retinas de los espectadores más jóvenes. Una de sus bazas –la cual, explotan a las mil maravillas– es el humor, fino e inteligente, muy bien destilado, que exprimen cuando tienen que exprimirlo (a decir verdad, ésta ha sido la temporada más cómica de las tres que llevamos). Véase como ejemplo la despedida de soltero con probetas en vez de vasos para calcular perfectamente la cantidad de alcohol a ingerir, o los diversos guiños u homenajes que hacen, muchos de ellos basados en la teatralidad: esa gorra que Sherlock se pone para recibir públicamente a los medios de comunicación, los múltiples parches de nicotina sustitutivos del tabaco, el blog de éxito que escribe Watson narrando todos sus casos, o ese bigote que, en las novelas y todo el cine, en general, siempre había lucido, y ahora se lo tiene que afeitar por, en boca de todos, hacerle más viejo de lo que en realidad es. Cosa de los tiempos y sus modas.

A su vez, tenía mucha curiosidad en ver cómo, desaparecido Moriarty (un espléndido psicópata bajo los rasgos de un gran Andrew Scott), iba a ser enfocada esta nueva temporada, las nuevas aventuras y, sobre todo, los nuevos antagonistas. Y la cosa, aun siendo, para mí, algo más floja sin éste, no disgusta, para nada, porque las cosas bien hechas, bien pensadas, y poderosas, tienen interés y lo causan. La mayoría dice que la amistad es la pieza que más ha reinado en esta ocasión, y es cierto, desde el primer capítulo. Todo comienza tras dos años de silencio, con un Sherlock recién resucitado antes los ojos incrédulos y enfadados de Watson (por él, y un ataque terrorista sobre su persona, vuelve), quien, por su parte, ha intentado seguir con su vida, y ahora pasa los días de forma tranquila y feliz con su prometida, Mary Morstan (Amanda Abbington, pareja en la vida real de Freeman), un personaje al que hay que prestarle toda la atención que requiere. (Recordad que en las buenas series nada es gratuito.) Por tanto, y con ese gran eje vertebrando el cuerpo, todo lo demás va sucediéndose sin aparente esfuerzo: ese bello reencuentro que ya he mencionado, los diferentes enigmas a resolver, la boda (con un discurso largo y sentido: el caso de Sherlock más difícil hasta la fecha) y sus altercados, o el último desafío al que tienen que hacer frente nuestros protagonistas antes de escuchar la pregunta final que cierra la temporada. Su respuesta hace que uno tenga ganas de gritar, de enfado, por la espera, o de felicidad, por lo que viene…

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