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Reflexiones sobre un apretón de manos

Por Carlos Almira , 13 febrero, 2016

Ayer, en una comparecencia pública ante decenas de periodistas españoles y extranjeros, el presidente en funciones don Mariano Rajoy no correspondió al gesto del candidato a la investidura, el señor Pedro Sánchez, que le tendía la mano. Sin entrar en un juicio de intenciones, quién soy yo para juzgar a nadie, este gesto me recordó una clase de Ética, que tuvimos hace unas semanas, mis alumnos de 4º de ESO y yo. Se trataba en ella de analizar un corto de animación, titulado Man, en el que ocurre lo siguiente: Man
Un hombre aparece en medio de un jardín, que representa la Tierra. Nada más llegar, aplasta a una mariquita que se le cruza en el camino. A partir de ahí, va matando a todos los animales con los que se encuentra; tala todos los árboles; contamina el mar; construye toda clase de industrias y ciudades; hace experimentos monstruosos con conejos; y al fin, bajo un cielo totalmente negro por la contaminación, convierte hasta donde alcanza la vista todas las ciudades que ha construido, en enormes montañas de basura y chatarra; encumbrado sobre una de ellas, se sienta en un trono, se coloca una corona en la cabeza, y enciende, satisfecho, un cigarro puro. En ese momento, un pequeño platillo volante aterriza junto a él y aparecen dos extraterrestres. Tras un instante de duda, acaso de sorpresa, los recién llegados arrastran al hombre, lo pisotean y lo convierten en un felpudo donde puede leerse: welcome. Vuelven a su nave y desaparecen en la oscuridad del cielo. Fin.
Tras una pequeña discusión sobre el corto, les planteé a mis alumnos una pregunta: de todas las atrocidades que comete el hombre, ¿cuál os parece la peor?
Hubo respuestas, como puede imaginarse, para todos los gustos. Pero yo quería llamar su atención sobre algo que me parecía importante. Imaginaos, les dije, que nada más llegar el hombre al jardín de la Tierra, cuando la mariquita se cruza en su camino, en vez de pisotearla y aplastarla sin ningún motivo, por puro placer, la hubiese sorteado con cuidado o incluso, la hubiese apartado cariñosamente del camino. Si el hombre hubiera actuado así, ¿hubiese tenido algún sentido todo lo que hace después?
Mis alumnos estuvieron de acuerdo en reconocer que no. En ese caso, hubiese resultado absurdo todo lo que hace el hombre con el Planeta después, hasta la destrucción final. O lo que es casi lo mismo, no hubiese sucedido. Toda esa destrucción descansaba, pues, sobre el primer gesto: aplastar una simple mariquita. En la Biblia se lee: “quien salva una vida, salva el mundo entero”.rousseau-la-guerra-1894-la-cabalgada-de-la-discordia
El gesto más importante es, pues, el más insignificante en apariencia: no aplastar un insecto es apostar por el Bien. Aunque materialmente es mucho peor y más horrible destruir una ciudad o contaminar un océano, desde el punto de vista formal, lógico (y hay una armonía misteriosa entre la Lógica y la Ética, entre el deseo de Bien y el deseo franco de Verdad), lo decisivo, lo crucial, es no pisotear a la mariquita.
Cuando un hombre le niega el saludo a otro, aunque sea algo protocolario y falso, hace (o mejor dicho) omite, un gesto materialmente insignificante. Pero en la medida en que ese gesto, esa omisión, es el principio (no cronológico sino lógico) de una cadena, entonces retrata a ese hombre tan bien como el gesto de aplastar por diversión un insecto, y acaso esclarece el pasado y anuncia el porvenir que nos cabe esperar de él.
No soy quien para juzgar a nadie. Estoy incluso, dispuesto a admitir que fuera un despiste, y no algo intencionado (en cuyo caso, todo el razonamiento anterior no puede aplicársele al señor Rajoy). Pero creo que eso no le resta la validez general, como argumento, ni le quita el interés que acaso pueda tener, para nuestra reflexión política y moral que tan urgente me parece hoy.


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