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Ratas

Por Fernando J. López , 6 marzo, 2014

Las ratas están saliendo de las alcantarillas.

Se habían escondido mientras esperaban que la evolución legal amainase y volviese, de nuevo, la esperada y ansiada oscuridad. Los tiempos de la aprobación del matrimonio igualitario, que amenazaban con vencer miedos y tabúes, no parecían propicios para su discurso violento e ignorante. Por eso, las ratas aguardaban. Con paciencia y con rabia. En ese lodo de la estupidez donde se instalan quienes llaman miedo a lo que no es más que imbecilidad y mediocridad. Podemos darle un nombre compuesto, llamarlo homofobia, disfrazarlo de actitud que incluso pueda requerir algún tipo de debate o de razonamiento. Pero no es cierto. Ni lo requiere ni lo necesita ni lo merece. El odio que nace de la ceguera voluntaria no puede ser razonado. Simplemente ha de combatirse. Con contundencia y desde la legalidad. Así de simple.

Y esa contundencia es hoy más que necesaria. Porque ya no están en las alcantarillas. Las ratas han salido a la luz para mostrar que su odio sigue intacto. Que la involución social a la que, crisis y otras excusas mediante, estamos siendo sometidos es el mejor caldo de cultivo para engendrar nuevos asesinos en potencia y violentos en acto. De obra y de palabra. Qué más da. Lo único que importa es agredir, demostrar que ya no tienen miedo porque el barniz progresista se ha cubierto con el negro del clero o con la espesura fúnebre de las cejas gallardonianas. El ultracatoliticismo, de rabiosa actualidad, abre los túneles en los que se escondían las ratas y estas salen hambrientas y deseosas de morder la libertad y la belleza que tanto envidian.

Por eso agreden. Por eso, en Madrid y en pleno 2014, hace solo unas noches, cuatro chicos eran víctimas de dos palizas homófobas a escasos metros de distancia. Cuatro chicos que cometían la osadía de ser libres en una realidad que no quiere más que ratones acobardados y mezquinos, seres minúsculos a los que pisotear sin pudor, insectos que no exijan identidad alguna, que se conformen con dejarse arrastrar por donde la masa quiera llevarles. Esa, nos gustaría pensar, no es nuestra realidad. Pero sí lo fue. Y sí lo está volviendo a ser. Lo será si no combatimos. Si no acometemos acciones. Si no imponemos de una vez la visibilidad y devolvemos, de paso, el sentido político y reivindicativo al Orgullo. Si no damos cifras -bravo FELGTB y COGAM por vuestros sendos y recientes trabajos sobre homofobia en las aulas- a la discriminación, al odio, al resentimiento y a la ignominia. Si no ponemos nombres propios a esos maricones que se vuelven a gritar y que se convierten en palizas en plena Gran Vía a no sé qué horas de la mañana.

Nunca podremos agradecer a este gobierno lo bastante su esfuerzo por hacernos retroceder al peor pasado. Solo espero que cada vez que las ratas salgan de sus madrigueras y actúen con su cobardía acostumbrada -siempre en la sombra, siempre en grupo, siempre con alevosía-, los golpes resuenen en la conciencia de quienes les han animado a salir. Quienes, con cada nueva ley, con cada recurso en el Constitucional, cada gesto homófobo y ultracatólico promueven el odio y la ignorancia. Quienes quieren que vivamos asustados y entre ratas, olvidándose que llevamos mucho tiempo de lucha detrás y en su mezquindad solo encontramos más motivos para hacernos fuertes. Quizá porque nunca fuimos ratas cobardes, sino -más bien- supervivientes gatos. Y como a todo felino nos quedan por delante siete vidas y muchas batallas por librar.

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