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Provocación

Por Oscar M. Prieto , 22 abril, 2021

Al llegar, la mirada se debate entre lo grande y lo minúsculo, igual que un péndulo. Uno espera la imponente inmensidad del palacio como línea de horizonte, pero se encuentra, allí abajo, a sus pies, con la humilde labor de un pequeño robot. Entre la contemplación y la observación, me puede la curiosidad y me quedo hipnotizado siguiendo los movimientos del diminuto cortacésped. Nadie lo maneja, él solo decide, silencioso, negro como un escarabajo, aplicado como un obrero sordo y concentrado, que no levanta la cabeza de su cometido. Nada le distrae. Es tal la desproporción entre el tamaño del parterre que alfombra la subida al palacio, cuya siega tiene encomendada y las minúsculas dimensiones del artefacto que, aunque uno sabe que se trata de una máquina incapaz de sentir, casi mueve a lástima su afán y no puedo evitar compararlo con los despiadados castigos con los que los antiguos dioses castigaban a los soberbios que osaban tomarles el pelo. Calculo que la hierba de esta esquina que acaba de recortar como un viejo peluquero ya habrá crecido cuando llegue a segar la del otro extremo. Sin embargo, no me da la impresión de que la ridícula segadora autónoma sufra por ello. Así que la dejo, no me vaya a provocar una compasión incongruente.

Últimamente se habla mucho de provocaciones, un concepto tan escurridizo como delator, inabarcable. Desde una minifalda a un mitin en la periferia, cualquier cosa puede resultar una provocación para quien tenga ganas de que le provoquen. Yo suelo venir al Campo del Moro para estar a salvo de ruidos secundarios y de provocaciones. Los senderos y sombras de hiedra y cedros, de magnolios y lilas, de vincas y tejos amortiguan los ruidos urbanos, tan sólo la sirena de alguna ambulancia en la lejanía, que suena distinto mezclada con el canto de los mirlos y los suspiros de los pavos reales. Paseando me encuentro con la única provocación que me merece tal nombre, “llamar hacia adelante”: la belleza de una “corona de San Pedro” en plena floración.

En esta serenidad de ánimo me llegan compases. Me guío por ellos, hasta dar con la Banda Real que ensaya en traje de campaña. “Entre flores, fandanguillos y alegría”, interpretan el pasodoble “Que viva España”. Mira que les gusta provocar.

Salud.

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