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Presunción de Inocencia

Por Carlos Almira , 11 diciembre, 2014

El director del equipo de abogados de doña Cristina de Borbón, presuntamente beneficiada por el enriquecimiento de su marido en el caso Noos, ha asegurado que la Presunción de Inocencia no existe en España. ¿Cómo interpretar esto? Se me ocurren algunas posibilidades. Una, que la opinión pública en este país, harta de escándalos y extraordinariamente susceptible respecto a sus dirigentes, crédula e ingenua como nunca ante los medios de comunicación (que la informan sobre lo que pasa en el mundo), ya no cree en la inocencia de nadie. Si usted aparece en televisión y algún periodista lo relaciona con cualquier delito, aunque sea el asalto al tren de Glasgow, los españoles automáticamente lo considerarán culpable. Pues cuando el río suena, agua lleva. Esta interpretación tiene incluso, (¿lo habrá entrevisto el señor Roca?) la resonancia histórica, trágica y poética, de la reina María Antonieta conducida a la guillotina entre el fervor del populacho. También puede interpretarse como una falla de nuestro Estado de Derecho: pues, ¿qué clase de Estado es aquel que ya no es capaz de proteger los derechos procesales fundamentales de sus ciudadanos? Cierto que esta explicación tiene el inconveniente de hacer verdadero el dicho de que es peor el remedio que la enfermedad. Pero quizás sencillamente el señor Roca, traicionado por su subconsciente, ha querido decir que los españoles se han equivocado, no por incurrir en un flagrante prejuicio ante un procedimiento judicial aún abierto, sino por haber orientado este prejuicio en contra y no a favor de la infanta (algo así como un “no llores por mí Argentina”, pero al revés). ¿Qué hubiera dicho, pensado, sentido el señor Roca si una multitud enfervorizada hubiese insultado al juez Castro, a los abogados de Manos Limpias, a los periodistas de El Mundo, tras la publicación de la petición del Fiscal Horrasch (por cierto tan oportuna como agua de mayo), a la par que aclamaba y arrojaba pétalos blancos (color de los Borbones y símbolo de pureza), a la Infanta doña Cristina? Me lo imagino. Una opinión pública que contra viento y marea, contra todas las pruebas habidas y por haber, contra la misma evidencia del dos y dos son cuatro, se hubiese puesto a favor no ya de la infanta Cristina sino de toda su clase dirigente (la famosa casta) forjada desde la Transición (en la que, por cierto, estaría el propio señor Roca), ya no pondría de manifiesto que la Presunción de Inocencia no existe en España sino que la estupidez es el mayor capital político con el que se puede contar en un régimen de privilegios. ¿No creía el valeroso pueblo español, el pueblo de Madrid, en 1808, que los franceses habían secuestrado a sus reyes, y que Fernando VII era el hombre más majo del mundo, hasta el extremo de que las pensiones y los castillos otorgados por Napoleón en Bayona a él, a su padre y a Godoy para que permitieran reinar a su hermano Pepe Botella, no eran reales sino infundios, encantamientos, como los molinos de don Quijote? ¡Vivan las caenas, señor Roca! ¡Vivan los Borbones! ¡Viva el pobre Urdangarín, que se va a comer él solo el marrón! Si hay, como algunos filósofos y físicos han imaginado y supuesto, infinitos universos, en alguno de ellos reina un Urdangarín I y vive una sociedad agradecida con la mano que le roba y le golpea todos los días. marie_antoinette_screen2_large


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