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Por el cambio

Por Carlos Almira , 22 noviembre, 2014

El eslogan ya viejo que acompañó el ascenso del PSOE al poder en 1982 parece casi una anticipación de la situación actual. Entonces fueron suficientes unas semanas para percibir que no era más que un eslogan. Yo no sé con qué reclamo se presentará Podemos a las próximas elecciones generales. Pero mucho me temo que el resultado, a la larga, no va a ser muy diferente. Voy a vivir a los cincuenta el mismo desencanto que viví con diecisiete años. Intentaré explicar en estas líneas por qué lo creo.
En el actual sistema de partidos en España, Podemos no es, de momento, un partido más. Sin embargo, no es un partido anti-sistema (si lo fuera realmente, no tendría la más mínima opción electoral). Es un partido con vocación constituyente, de “cambio de régimen”, lo que no es lo mismo. Tal es su horizonte político novedoso, en comparación con las otras fuerzas que concurrirán a las elecciones generales. Vaya por delante, que en este sentido coincido con Podemos: yo también quiero un cambio de régimen en España.
Ahora bien: intuyo (pero nadie posee la Verdad) que Podemos no va a emprender, si llegara a gobernar, un cambio de modelo de sociedad, ni siquiera de sistema económico. De hecho creo que el sistema capitalista es tan fuerte, y tan inseparable aún del modelo parlamentario (democracia representativa), que cualquier grupo que llegue al poder, por radicales que sean sus planteamientos iniciales, se verá abocado al siguiente dilema: acomodarse o hacer la revolución. No veo yo a Pablo Iglesias y a sus colaboradores con la talla de un Che Guevara o un Salvador Allende, que me perdonen si soy injusto. Tampoco veo a una sociedad madura para las circunstancias de cambio histórico profundo que implicaría, por ejemplo, una nacionalización general, irreversible y sin indemnización de la Banca, una salida del euro, etcétera. Luego, si mi planteamiento es correcto, Podemos se acomodará. Vaya por delante que yo preferiría la revolución, aunque comprendo la prudencia y las limitaciones de quienes realmente puedan verse un día ante este dilema. Son muy humanas y no descalifican a nadie. Al fin y al cabo, nadie está obligado a ser grande, y es más fácil hablar, como yo lo hago ahora, desde la barrera que frente al toro.
Dos razones me llevan a creer lo anterior: la primera, es que creo que en esta formación política recién nacida, ya ha empezado a actuar la Ley de Hierro de la Oligarquía de que hablaba Robert Michells. La forma en que se han presentado, por ejemplo, las listas de los candidatos a la secretaría, y la estructura misma que parece ir dibujándose en Podemos (cada vez más distante de las ingenuas y nobles asambleas del 15-M a las que el que escribe esto asistió a veces), parecen apuntar, por desgracia, en ese sentido; la segunda razón, es el caso de Grecia, donde la formación más parecida a Podemos, Siriza, hace ya tiempo que ha moderado su discurso y sus pretensiones transformadoras, ¡y aún no ha llegado al poder, aunque es la formación que cuenta ahora mismo con más intención de voto! ¿Por qué iba a ser Podemos en esto, diferente de Siriza! La historia es maestra y ejemplo.
No obstante, Podemos es al menos un partido político con vocación de cambio de régimen, y eso ya es bueno. Muy bueno, en mi opinión. Ahora bien, ¿hasta qué punto se puede cambiar substancialmente algo y dejar, al mismo tiempo, incólume el edificio del que ese algo (la forma de Estado, el diseño territorial, la función y competencias de los tres poderes, en suma, la constitución política) es sólo una parte? El edificio es el gran capitalismo. El sistema político, la constitución política, es lo subsidiario. Habrá cambios, por supuesto, pero en lo esencial todo seguirá igual. Seguramente porque lo esencial no puede cambiarlo sólo un partido político en un solo país, aunque quisiera (si este fuera el caso, que no lo creo).
Podemos ha tenido el acierto de presentarse como un movimiento político que recoge la protesta, el profundo (y más que justificado) descontento social. Pero no ha surgido (como la Primera Internacional, y aún la Segunda) para cambiar el mundo sino para “regenerarlo” y hacerlo un poco más justo. Lo que dicho sea de paso, no es poco. Bienvenido sea aun dentro de estas limitaciones.
Por otra parte, si es verdad como creo que el gran capitalismo, tras el fracaso histórico primero de los fascismos (que eran también, una apuesta suya) y después del modelo soviético, aparece ligado inseparablemente al sistema parlamentario (democracia representativa, es decir, oligárquica), la ruptura con él implicaría una reinvención de la llamada (mal llamada) “democracia”. La invención ya existe desde hace tiempo en el papel (véase “El liberalismo político” de Rawlls, o “La sociedad opulenta” de Galbraith), pero aún no ha sido, que yo sepa, llevada a la práctica en ninguna parte. Lo que por supuesto, no significa que no pueda y deba ser realizada algún día, cuanto antes mejor. Para que se me entienda: los partidos políticos y las principales instituciones públicas tal y como existen en España actualmente, son incompatibles con la democracia participativa. Pero remover este estado de cosas es algo mucho más profundo y radical que abrir un proceso constituyente (y por supuesto, es mucho más que el programa del PSOE de Pedro Sánchez, que ofrece ahora reformar la constitución de 1978). ¿Quién va a clausurar estas instituciones para sustituirlas por otras, y cómo podría hacerlo, aunque quisiera realmente, por un simple triunfo electoral? Desde mis diecisiete años por lo menos, sueño con ese día (aunque soy consciente de que a la Historia le gusta convertir nuestros sueños en pesadillas).
Es curioso. Cuando estalló el 15-M, y el que escribe esto fue a las primeras manifestaciones en Granada, muchos nos sorprendimos hasta la emoción. De pronto éramos conscientes de que nos habían engañado y, peor aún, de que estaban dispuestos a arruinar nuestras vidas y las de nuestros hijos. Iban, van (mucho me temo) a machacarnos. Y hubo manifestaciones, acampadas…Y pocos meses después el PP ganó las elecciones generales. El sistema triunfa aún en medio de las protestas que, más o menos conscientemente, lo cuestionan hasta su raíz.Bertolt Brecht
Ahora se trata de demonizar a Podemos, de criminalizar a sus líderes. Pero visto lo visto, y aquí mucho me temo también una derrota, el problema se resolverá al final convirtiendo el cambio en un mero eslogan. Viene más de lo mismo. Líderes, clientes, discursos, entrevistas, manifestaciones…Y si la crisis es, como creo, histórica (entiéndaseme, como la crisis del fin del mundo antiguo o del modelo feudal en Europa al final de la Edad Media), estaremos cada vez peor por abajo, con pequeñas mejorías transitorias. Nadie, mucho me temo, va a traernos el cambio histórico a la puerta de casa. Vendrá, si viene, solo y por abajo, en la oscuridad, en la ignorancia supina de los expertos. Vendrá, como diría el entrañable Papa Francisco (ojalá dirigiera él Podemos, y lo dice alguien que no es católico desde su lejana, irrecuperable infancia), “como un ladrón en la noche”.
Otra cosa sería cumplirse el sueño de mis diecisiete años, que un día descubrí con emoción, anticipado en unos versos de Bertolt Brecht (que sí que conoció a la bestia):

“O todos o ninguno. O todo o nada

Uno solo no puede salvarse.

O los fusiles o las cadenas.

O todos o ninguno. O todo o nada”.


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