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POLÍTICA, CARACTERÍSTICA ARTIFICIAL DE LO SOCIAL

Por Eduardo Zeind Palafox , 1 septiembre, 2015

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Mala es la sociología profesada por los que no filosofan, pues son inhábiles para distinguir lo que es voluntad, social o individual, de lo que es fuerza, siempre material. Filosofar es, usando términos del libro del “Génesis”, distinguir o separar “las aguas de las aguas”. Dos caudales ideológicos se cruzan, y haciéndolo confunden al contemplador, que ignorará, si no practica la socrática actitud, de cuántas partes consta lo que intuye.

Por desgracia, por laxitud intelectual, hoy la voluntad de las sociedades es posesión de los estudios políticos, y la fuerza, que es lo que mueve los cuerpos, por filosófica tradición es asunto de la física. Con fuerza, con ciencia, se urden poderes, y con autoridad las leyes que regula el derecho, que acatan sólo los concientes, los que han notado la vulnerabilidad de la libertad. No es político quien arbitra con azotes, plomo y gritos, sino tirano, pero tampoco lo es el blando beato que quiere verse ayudado siempre por la mano divina.

El sociólogo, más cauto que suspicaz, más buscador de condiciones y efectos que de máculas morales, forjará útil ciencia si nunca olvida que la expresión de toda sociedad es mitad natural, espontánea, ciega, y mitad artificial, causada por algunos héroes u  hombres de suma fuerza, como dijera Carlyle.

La ciencia médica de la venerable y solvente Grecia nos acostumbró a ver en el hombre un mero envoltorio del “pneuma” o “espíritu”, que es lo que da vida al cuerpo. Tan importante idea, por salvar vidas de reyes, emperadores, caudillos y matones, túvose por verdad indiscutible, del tipo de las que por natural movimiento tocan todas las ciencias. Todavía no sabemos cómo se liga el alma al cuerpo, desconocimiento que no impide, en verdad, que sigamos hablando de ambas cosas como el que habla de lo que más conoce. Mas si no podemos determinar lo dicho en los terrenos psicológicos, sí podemos hacerlo en los ámbitos de la sociología.

¿Qué hace que la voluntad de un pueblo se troque en fuerza, en acto? Los conceptos. De todos es sabido que la voluntad está en medio de los pensamientos y de los actos. La voluntad yace en la conciencia, que yace en la memoria, que está hecha de tiempo. Éste, para pervivir, forja los famosos “lugares comunes”. Sin éstos sería imposible vivir en la ciudad o transitarla sin sufrir constantes extravíos, así como seguir siendo los que somos.

Las memorias de los pueblos están hechas de  “lugares comunes”, de donde nace el lenguaje con que nos comunicamos. La lengua, ha dicho José Ortega y Gasset, es más fuerte, poderosa, cuando dialoga. Cuando es monólogo es muy frágil, tenue, y más confunde que explica, y más crea pesadillas, que son el primer género literario, según Borges, que sueños sosegados. Es común que los sociólogos busquen en las novelas, que son discursos aliñados con elegancia, el quid de la lengua, pero olvidan “oír con fe” los diálogos de las gentes de las plazas. Todo dialogante se refiere constantemente a “lugares comunes” para que quien lo escucha comprenda fácil y rápidamente lo que dice.

Al sermonear a nuestros zagales decimos “el día de mañana” y no “dentro de quince años”, y lo hacemos para poder hablar de lo posible sin parecer pedantes profetas. La expresión “el día de mañana”, véase, sirve para pensar y arrostrar con prudencia el azar. Decimos “ande yo caliente y ríase la gente”, como Góngora, para demostrar que es más la comodidad propia que la opinión del vulgo. Pero acontece, afirma Ortega y Gasset, que poco a poco el lenguaje, que nace de la nueva “homogeneidad de situaciones”,  dejará de ser fuente de saberes sociológicos.

¿Qué peculiaridad podrá ofrecernos un decir que se usa por doquier? Notan las masas que la cultura, que ya es similar aquí y allá, les da un repertorio de verdades que valen lo mismo en Madrid que en Buenos Aires, lo mismo en Tokio y en New York, lo cual las engríe y las hace pensar que manejan informaciones tan doctas como las del más erudito helenista de Oxford. Dijo San Pablo (1 Cortintios 8: 1): “Scientia inflat, caritas vero aedificat”. Tal decir muy pronto será reconvención no para judíos y griegos, sino para los pueblos todos.

Toda opinión, “lugar común”, recordando a Aristóteles, atribuye a las “entidades primarias” caracteres accidentales que acaban pareciendo substanciales. La ciencia económica, por ejemplo, que es ciencia de algunos pueblos, no de todos, es vista como fuerza que debe afectarlo todo. Incomprensible resulta para el sociólogo, como hemos aprendido de los libros de Lévi-Strauss, una mentalidad que no afana maximizar ganancias y minimizar pérdidas. “Que no todo sea ganancia a lo largo del destino”, como dice un poeta argentino, es inconcebible para la mentalidad sociológica.

¿Acaso muchas sociedades se han dejado enseñorear por el capitalismo sólo porque no han visto en éste al monstruo que es, jayán con mil cabezas en forma de “lugares comunes”? Hasta Eric Hobsbawn, historiador marxista, para escribir sus libros usaba “lugares comunes”. Leamos breve párrafo de uno de sus libros:

la “nación” como unidad no tenía un lugar claro en la teoría pura del capitalismo liberal, cuyos elementos básicos eran los átomos irreductibles de la empresa, el individuo o la “compañía” (sobre la cual no se decía mucho) impulsados por el imperativo de maximizar las ganancias y minimizar las pérdidas.

El término “nación”, de aparente estofa natural, es artificioso, vulgar “lugar común” que ha servido siempre a guisa de teleología. Y toda teleología es espiritual, simple, substancial, incorruptible. ¿Quién podrá destruir “lugar común” tan sólido? La sociología, donde “toda proposición que contradiga el sentido común se expone a la sospecha de prejuicio ideológico, de partidismo político”, citando a Pierre Bourdieu.

Pugnar contra el “lugar común”, clarearlo, es luchar contra la política, es impedir que las aguas o caudales de ideas, que siempre caen en el mismo sitio, caigan en otros lugares. Afirma Rafael Preciado que Max Weber fue sociólogo que veía en la política parte fundamental de la expresión social, pues de él dice:

Lo que le interesa sobre todo es la estructura de dominación del Estado por la entrega de los sometidos al carisma personal del caudillo, auxiliado en el funcionariado moderno por un conjunto de trabajadores intelectuales altamente especializados mediante una larga preparación y con un honor estamental muy desarrollado, cuyo valor supremo es la integridad.

Nunca tan cerca había visto a Carlyle de Weber, ni tan lejanas política y sociología o expresión de lo social. Para los pensadores del “centro”, a decir de Dussel, la política cae sobre la sociología y la determina, y para los de la “periferia” es lo social lo que enarbola lo político.

Acabemos nuestra sencilla lección citando algo que Sarmiento, el clásico argentino, ha escrito y que podría ser fundamento de la sociología: “El aspecto del suelo me ha mostrado a veces la fisonomía de los hombres, y éstos indican casi siempre el camino que han debido llevar los acontecimientos”. No será sociólogo, sino ideólogo, quien sin meditar diga que las expresiones de lo social y la política conviven dialéctica, naturalmente. No es libro de sociología, sino panfleto propagandístico o satírico, el que se ciñe a describir lo que los políticos han hecho a los pueblos. No es teoría social, sino grito de guerra, la que parlotea de oscuras fuerzas sociales y no reflexiona que la única “fuerza” social digna de ser atendida por la ciencia es la razonada voluntad humana, que no es fuerza ni parte de causalidad alguna, sino lo único libre del mundo, a decir de Kant, Schopenhauer, Gramsci y otros pensadores recios.

                                                                               Eduardo Zeind Palafox 

http://donpalafox.blogspot.mx/

Fuentes de consulta:

ARISTÓTELES, Tratados de lógica, Editorial Gredos, Madrid, 1982.

BOURDIEU, Pierre, Cuestiones de sociología, Ediciones Istmo, Madrid, 2003.

HOBSBAWN, Eric, La era del imperio. 1875-1914, Editorial Planeta, Barcelona, 2013.

ORTEGA Y GASSET, José, La rebelión de las masas, Porrúa, México, D.F., 2013.

PRECIADO, Rafael, Ensayos filosófico-jurídicos y políticos, Editorial Jus. México, D.F., 1977.

SARMIENTO, Domingo F, Recuerdos de provincia, Salvat Editores, Navarra, 1970.


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