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Plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo

Por Paloma Rodera , 11 febrero, 2014

©Paloma·RoderaÉstas son las tres cosas que se s upone todos deberíamos hacer en nuestra vida. Hoy les escribo de aquellos que han hecho más, mucho más que eso, esas personas que han llegado a la «cumbre» del éxito en cualquier campo. Los más cercanos y visibles pueden ser la música, el deporte o el cine, pero hay otras personalidades como artistas, catedráticos, etc.

Supongo que debido a un momento vital personal, pero también inevitablemente al hecho de que prácticamente todas las semanas muere alguna o varias importantes personalidades de nuestro tiempo, no puedo sino pararme a reflexionar sobre qué es lo que estamos haciendo aquí. No se trata de metafísica, ni de convertirse en el superhombre, ni nada parecido. Viendo a Meryl Streep en la pantalla pienso ¿cómo se sentirá esta mujer cuando se levanta por la mañana? después de haber hecho ese impresionante papel ¿qué se hace?  y entonces uno sabe que los presidentes del gobierno también cagan, que las estrellas de Hollywood son adictas a drogas con las que llegan a morir de sobredosis, que los grandes intelectuales, profesores de universidad, tienen discusiones con su mujer y problemas con sus hijos cuando llegan a casa.

Hace unos días leía la noticia sobre la muerte de Philip Seymour Hoffman, independientemente de las causas propias o impropias de su sobredosis hay algo que me hace reflexionar sobre qué significa el éxito. Es decir, al conocerse la noticia los muros de las redes sociales se llenaban de recuerdos al actor, algunos más escuetos y otros más extensos, con vinculaciones más o menos próximas.

Hace un tiempo tuve la oportunidad de asistir a unas conferencias en las que arqueólogos y eruditos hablaban y discutían sobre conjeturas de las que no había certezas (con la arqueología casi se trata de hacer puzzles con algo que ocurrió en un pasado y que nunca sabremos) pero sobre los que todos y cada uno de ellos habían estudiado mucho y dedicado años y años de su vida, prácticamente toda su carrera a ser expertos en una vasija.

No quiero menospreciar el trabajo, ni la investigación, ni los esfuerzos o las especializaciones, pero sí que muchas veces me pregunto qué sentido tiene, y dónde somos capaces de poner el precio de nuestra felicidad. Como personas que están en la cima del mundo sufren por no tener una persona a su lado que acompañe sus passos; como el que tiene a esa persona se siente frustrada por no haber alcanzado cotas más altas en el mundo profesional, y así sucesivamente. ¿Necesitamos el contrapunto de la infelicidad para sentirnos vivos?


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