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Pinta buena, lo que se dice buena, no tenía esa isla…

Por Víctor F Correas , 15 octubre, 2015

Un peñasco de origen volcánico y azotado por impetuosos vientos. Cuando llovía, lo hacía a conciencia, como si el cielo fuera un mar derramándose por toda la eternidad; y si hacía sol, parecía como si el infierno se hubiera apoderado de la tierra. Un escenario indeseable, ni siquiera adecuado para el peor de los enemigos. Eso era la isla de Santa Elena, en medio de la nada y alejada de todo y de todos. La visión debía de ser aterradora. La de los pasajeros de los pocos barcos que viajaban a la isla. Como la de uno que, tal día como hoy hace doscientos años, observaba la silueta de su rocosa morada acodado en una barandilla del Northumberland, un navío de guerra que le transportaba hasta allí. El pasajero en cuestión seguramente meditó durante el viaje en qué emplearía el tiempo que residiera en la isla, puesto que de ella no iba a salir. Pocas cosas tenía tan claras como esa. Tiempo tendría para pensar, para recordar glorias pasadas, los momentos vividos, los millares de almas que le siguieron ciegamente, el fragor de las batallas, su nombre en boca de todos, sus idas y venidas. El terror de Europa, admirado y temido por igual, tan odiado como envidiado. En todo ello pensaría el peculiar pasajero del mencionado barco que encaraba ese olvidado islote, desterrado hasta el fin de sus días. Napoleón Bonaparte era el nombre de ese pasajero.

Isla de Santa Elena

Así comienza el repaso a este quince de octubre que, al fin, sean dadas las gracias al hacedor de las cosas, ¡existió! Sí, porque hoy hace cuatrocientos treinta y tres años entró en vigor el Calendario Gregoriano, esa reforma auspiciada por el papa Gregorio XII para superar y eliminar el error de diez días respeto al año solar que se fue acumulando desde la implantación del Calendario Juliano. Por eso, ayer no fue catorce de octubre, sino cuatro. Diez días que nunca existieron. Ole, ole y ole.

Menos mal que existió el día, porque nos habríamos perdido el primer vuelo del hombre. Eso sí, anclado a tierra, que tampoco era cuestión de tentar a la suerte. Pero, a fin de cuentas, eso fue lo que consiguió Jean François Pilatre de Rozier, que se subió a la cesta de un globo atado a tierra para que no volara libremente tal que hoy hace doscientos veintitrés años, y se mantuvo durante cinco minutos suspendido a veinticinco metros de altura. El diecisiete y diecinueve de octubre volvió a repetir la hazaña con similar éxito. Para el primer vuelo libre de verdad habría que esperar hasta el veintiuno de noviembre. ¿Que como acabó? ¡Impacientes! A esperar hasta ese día.

Y por ir resumiendo, el día nos dejó el nacimiento de un tipo llamado a transformar los valores de la cultura occidental y cuya influencia todavía pervive. Ese nihilista y vitalista que respondía al nombre de Friedrich Nietzsche vino a este valle de lágrimas hace ciento setenta y un años. Como también lo hizo Virgilio hace dos mil ochenta y cinco años para regalarnos La Eneida, Las Bucólicas o Las Geórgicas.

Al criadero de malvas se marcharon Lluís Company y Jover, presidente de la Generalitat de Catalunya, fusilado tal que hoy hace sesenta y nueve años por un piquete de soldados en el Castillo de Montjuic, acusado de rebelión militar; la espía Margarette Zelle, exótica bailarina que se dedicó a transmitir al enemigo la información que obtenía en confidencias de alcoba durante la Primera Guerra Mundial. Hoy se cumplen noventa y ocho años del asesinato de esa espía más conocida como Mata Hari; y también un tipo que decidió suicidarse en la celda de una prisión antes de enfrentarse a un jurado que le iba a juzgar por una interminable lista de atrocidades, crímenes y tropelías. El tipo, de nombre Hermann Goering, prefirió echarse en brazos del cianuro a que le juzgara un tribunal en Núremberg. Cada uno tiene sus preferencias.

Sed buenos y felices si podéis… U os dejan 😉

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