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Pensamientos sobre Literatura Comparada

Por Eduardo Zeind Palafox , 2 abril, 2014

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Es muy difícil vivir entre el Océano y Quevedo, como dice un verso de Pablo Neruda, pues el uno, salado, salitroso, nos amarga, mientras que el otro, geométricamente nuboso, nos confunde. Los críticos de arte, que créense psicólogos de pinturas y de novelas, que creen que éstas cosas tienen una personalidad aparte de la de sus creadores, quieren catalogar las olas y las nubes, pero siempre perecen intentándolo. Ya Wittgenstein, en sus `Philosophische Bemerkungen´, ha sostenido que la psicología es la ciencia de las taxonomías vanas, pues no se puede clasificar lo que no tiene «ritmo». ¿Hemos dicho «ritmo» y no «forma»? Sí. Se ha descubierto que es más importante conocer los movimientos que las substancias, que es más útil determinar qué es lo probable que lo posible.

Muchas proezas son posibles en el mar y muchos versos ha inspirado éste, aunque mucho más ha inspirado el cielo, desde aristotélicas y probadas «imposibilidades convincentes» teológicas hasta metafísicas schopenhauerianas, ya astrología, ya astronomía o misticismo. Quevedo, que es el cielo de la prosa castellana, está por doquier, y tal omnipresencia recuérdanos algo que escribió Bajtín, a saber: que el lenguaje nos recibe al nacer y nos hace humanos. ¿Es humano alguien que habla con la prosodia algebraica de Quevedo? Hablar como Quevedo sería como hablar geométricamente, es decir, sería hacer de las ideas, que son nubes, matemática capaz de comunicar sentimientos. La Filosofía Analítica, los estudios de Gramática General y las mortificaciones sintácticas que han enfrentado amanuenses del jaez de Proust o de Alfonso Reyes, de Balzac o de Cortázar, han causado y encausado meditaciones sobre la simetría estilística, que en el universo de las letras fraguó el afán de comparar literaturas, la Literatura Comparada.

Es posible comparar cosas de la misma esencia, como el Sol con otro sol, mas no el Sol con la Luna. La Luna, que refleja el Sol por la noche y que alumbra a los enamorados, puede compararse con el Sol sólo bajo los influjos de un mundo amatorio, sólo así; quiero decir, y pido al lector atención minuciosa, que el quid de la Literatura Comparada es la Semántica, que es parte móvil de la Semiótica. Gadamer, uno de los hermeneutas más doctos del siglo XX, ha dicho que sólo podemos entender la `República´ de Platón si no olvidamos que ésta es utopía. Cuando leemos dicha obra con ojos políticos o moralistas, ora científicos, ora humanistas, encontramos en la platónica obra cosas que Platón no quiso decir, esto es, interpretamos. H. Bergson pensaba que la interpretación es posible merced a la divisibilidad. Si algo es divisible, decía el francés, es interpretable. ¿Cómo saber que algo es divisible o no? Deleuze sugiere que es el «sentido» lo que nos dice que algo es divisible o no.

¿Podemos aprender algo leyendo sólo un fragmento del `Quijote´? ¿Podemos aprender algo leyendo sólo fragmentos de la `República´? Si sólo nos enteramos de que Platón quería expulsar a los poetas de la República, pensaremos que los poetas en general eran malos, que la poesía era mala, un sinsentido para Platón; pero si estudiamos y comprendemos que eran los héroes y los dioses de la `Ilíada´ los que corrompían con sus ejemplos a los jóvenes, según la «doxa» platónica, que no la real opinión de Platón, entenderemos otra cosa y todo tendrá «sentido». Podemos comparar substancias con substancias y formas con formas. Comparar substancias con formas no es comparar, sino yuxtaponer, acumular, distorsionar. Podemos comparar metáforas, pero también los modos en cómo cada cultura interpreta las metáforas. ¿Es la metáfora la madre de la Literatura? ¿No es la «tékhne», el martillo con cabeza y cuerpo o la máquina que ruge como dragón también mera metáfora? ¿Son los objetos metáforas que se han materializado?

Foucault, en su libro `Las palabras y las cosas´, medita el asunto; dice: «En el momento en el que el lenguaje, como palabra esparcida, se convierte en objeto de conocimiento, he aquí que reaparece bajo una modalidad estrictamente opuesta: silenciosa, cauta deposición de la palabra sobre la blancura de un papel en el que no puede tener ni sonoridad ni interlocutor». Nótese que es posible que un novelista sea una simple extensión de la voz o sonido de los objetos. La «tékne», para Aristóteles, era una manera humana de comprender y trabajar la forma y la substancia, una meta-física, hilemorfismo, «arkhé», comprensión de los «arquetipos» de la naturaleza; para nosotros, modernos, es sólo un intermediario entre la naturaleza y nuestros caprichos. Creemos, así, que la Literatura Comparada es una «técnica» que nos permite tratar substancias, literaturas, cuando son las literaturas también «técnicas» que unos hombres usaron para interpretar la materia, el mundo que los rodeaba. ¿Podemos hacer de la «técnica» materia que puede ser trabajada por otra «técnica»?

Usemos una noción del Derecho Romano, discernamos entre «dominum» o «dominio» y «possessio» o «posesión». Yo puedo, como el Quijote, visitar una venta, ocuparla, mas no dominarla, mas no tener el señorío en ella; pero también puedo, a fuer de retórica caballeresca y de lances bélicos, dominar el lugar, imponer mi ley. Aplicando lo dicho a la Literatura, veremos que hay literaturas hechas por hombres que «dominaban» sus temáticas y otras hechas por hombres que sólo «poseían» el interés por ciertas temáticas, o que sólo traducían, para citar a Croce, sus vivencias. Cervantes no era un Caballero, era un soldado; pero James Joyce, autor del `Ulises´, obra de diégesis pobre pero rica en ardides fonéticos, sí era un magnífico parlante del idioma inglés. La obra de Joyce, a fragmentos, enséñanos buen inglés; la de Cervantes, a trozos, no nos enseña las razones de la muerte de la Caballería, aunque sí lecciones morales. ¡Pero la Literatura no se hace para moralizar! Siguiendo los dogmas hegelianos señalemos que la obra de Joyce es «obra natural», mientras que la de Cervantes es «artificial», construida y superior a la de Joyce, pues según Hegel son las obras artificiales, las creadas por el espíritu, más altas que las hechas por la Naturaleza.

E. Z. P.


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