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Patrias

Por José Luis Muñoz , 7 marzo, 2021

Leo que Lumen va a publicar este 2021 lo que sin duda será un acontecimiento literario importante, los diarios y apuntes que dejó mi admirado Juan Marsé antes de cansarse de la vida y dejarnos a todos un poco más huérfanos. El autor de Últimas tardes con Teresa dio instrucciones escritas para la edición de esas memorias que no lo son exactamente (diarios y diversos apuntes) y de las que la prensa da hoy algunos interesantes extractos. Entre las muchas anotaciones jugosas de esos textos que pronto serán publicados, leo una que me llena particularmente: “Me he cuidado siempre de cualquier contaminación identitaria que implique cualquier emoción patriótica. No soy nacionalista de ninguna especie ni fervor, mi pequeña patria es una viña con un algarrobo y una balsa de regadío en el Penedés, donde me bañaba desnudo cuando era niño”.

Lamento no haber tratado tanto a Juan Marsé como sí lo he leído. Lo entrevisté con motivo de publicar Rabos de lagartija, una de sus mejores novelas, para la revista Playboy y recuerdo su charla amena y afectuosa una vez apagado la grabadora, compartiendo recuerdos de los cines de barrio extinguidos de su Guinardó y de mi Gracia en su casa: Roxy, Delicias, Texas, Rovira, Moderno, Principal Palacio, Máximo… Juan Marsé, como Manuel Vázquez Montalbán y Francisco González Ledesma, con quien guardaba un notable parecido, eran chicos de barrio, y con los tres había coincidido en una notable antología que armó mi buen amigo Manuel Quinto para Editorial Jucar titulada Negro como la noche junto a Juan Madrid, Mariano Sánchez Soler, Julián Ibáñez, Fernando Martínez Laínez, Andreu Martín, Carlos Pérez Merinero y Paco Ignacio Taibo II, entre otros. De Juan Marsé me gustaba, además de su inmenso talento literario, su aire libertario (militaría en la CNT de haber vivido la guerra) y el no tener pelos en la lengua a la hora de hablar de política o de algunos de sus colegas (María de la Pau Janer y Baltasar Porcel). No recordaba cuando, muy joven yo, le estreché la mano al recibir el premio La Sonrisa Vertical, de la que él era jurado, con Pubis de vello rojo. No me dio tiempo de agradecerle las muy elogiosas palabras que dedicó a mi novela Te arrastrarás sobre tu vientre, que retrataba su Barcelona, y la mía, que quizá leyó porque se la regalé. A través de mi amiga Ana Portnoy, vecina del escritor, sabía de él hasta que ésta murió de forma repentina y poco más tarde lo hizo él.

Esa frase sobre la patria de Juan Marsé, y otra que resalta lo indeleble que es esa infancia que nos marca, me lleva a mi buen y querido amigo Mariano Sánchez Soler que está montando unos videos espléndidos sobre el territorio de su infancia en Alicante, La infancia son recuerdos es su título genérico, bares que desaparecieron, calles remodeladas y esas sesiones en un cine de barrio, el Maracaibo, westerns y cine negro mayoritariamente, que terminaban cuando el acomodador lo echaba de la sala. De nuevo la infancia, y sus territorios, en el imaginario de escritores que no se resignan a olvidar esos espacios de felicidad magnificados aunque aquellos tiempos, en blanco y negro del No-Do y voz de Matías Prats padre, no fueran muy propicios para ello.

Mis buenos momentos estaban en esa biblioteca del barrio de Gracia en donde soñaba a través de los libros que devoraba ante la atenta mirada de la bibliotecaria, una mujer que tenía aires de institutriz británica (la recojo en mi novela El viaje infinito, quizá la más personal de toda mi carrera) y en esos tres veranos de mi infancia, en un pueblo de la Alcarria, sin luz ni agua corriente, con mis queridos tíos (él, médico; ella, maestra y centenaria escritora) y mis primos con los que sigo relacionándome pasen los años que pasen. Muchas veces, al cerrar los ojos, estoy allí, en esa biblioteca que ya no existe, y en ese pueblo que ahora tiene luz, agua corriente y hasta Internet. A medida que acumulamos años y la vida se nos acorta por delante, la infancia, ese territorio que tanto nos marca, se hace cada vez más presente aunque solo viva en nuestra cabeza y se extinga en ella. Mi patria es mi infancia.

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