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No abandonen el humor, él no lo haría.

Por Guillermina Royo-Villanova , 8 mayo, 2017

 

Tienen la pluma por espada y un mismo lema:  “Ni me empuñes sin humor, ni me envaines por temor”.

 Evaristo Acevedo sobre Wenceslao Fernández Flórez, Julio Camba,

Ramón Gómez de la Serna y Jardiel Poncela.

 
Amable y benévolo lector, traigo una pena en el pecho que me vacila. En estos tiempos en los que se tiene un problema para cada solución deberíamos asirnos al humor, que es una cosa muy seria y contundente. Hoy en día resulta muy dificultoso escribir con humor sin que estalle la irascibilidad latente en las múltiples asociaciones que apoyan con su histeria a la consabida sociedad castrante que nos ahoga entre sus senos, la misma que les cierra las puertas mientras les amanta con su calostro. En los últimos años he comprobado que una misma frase puede ser denunciada por asociaciones enfrentadas entre sí, que a su vez se asociarán en su disociación para el linchamiento descontextualizando las no tan tontadas que uno escribe sin acritud para aliviar los días del simpático lector. Les adjunto un bonito ejemplo:

Aquel chuletón estaba tan bueno como la carnicera, blando como si lo hubieran golpeado con un bastón.

Esto será denunciado por la Asociación de Chulapos “Pichi, pa chuletón yo”, la Asociación los Tofus Fritos, la Asociación Fresita y Melocotón contra el consumo de carne, la Asociación Feminista “Eso me lo dices en la calle”, por comparar a la carnicera con un buey, el Movimiento Machista Casanareño por comparar al buey con una mujer, la Asociación de Amas de Casa “¿Tú que amas?”, la Asociación contra el Maltrato de Género Vacuno “Adiós, Cordera”, la Asociación de Carniceros-charcuteros “Babe”, la Asociación “Los Palomos Cojos” y la Asociación de Viudas Negras, por darles razones.

Tras el fratricidio del gracejo, estos verdugos suelen destripar, diseccionar y linchar airadamente el triste recuerdo de la chanza discapacitando -si se me permite utilizar el palabro- a su progenitor para engendrar o parir nuevos chascarrillos en el futuro sin que nadie se sienta ofendido. Minusválido y discapacitado son términos que resultan peyorativos. A ver si aprendemos de una vez, se dice persona con discapacidad; por ejemplo, conozco muchas “personas con discapacidad” para el humor pero mucho humor “discapacitado” por el virus de la autocensura, inoculado como vacuna tras los nombrados linchamientos; estos airados ajusticiamientos han llevado a muchos profesionales a perder su trabajo o a disminuir la calidad del mismo. Los periodistas vienen siendo reprobados por algo tan respetable y plausible como ser capaz de reírse de uno mismo y, por amor y prolongación, del prójimo (Mc 12, 29-31). Esta última capacidad otorga ciertos derechos al escritor para bromear sobre lo que le rodea, ya que en general es tan patético como su propia existencia. Se tiende a rechazar lo que no se comprende, en lugar de intentar entender lo que se rechaza. En mi caso soy discapacitada para todo lo que me exija vista, olfato y oído musical, es decir, para el salto de valla, la polca, la cocina y lo políticamente correcto, entre otras muchas cosas que no estoy en absoluto capacitada para recordar. De hecho, soy más incapaz que capaz como bien estoy demostrando. Gracias a mis ya nueve dioptrías y los epítetos que las vienen acompañando, como cuatro-ojos, cegata, bisoja, estrábica, bizca, hipermétrope-astigmática –éste último gana si te lo llama un tartamudo–, he forjado mi personalidad y agudizado mi oído, el cual me he visto obligada a reeducar en consecuencia. De niña fui mancillada y nadie me hizo ni caso, también topé con un maltratador y me fui con mi maleta a otra parte, cuando la vida me sonreía mi amado esposo falleció tras un duro cáncer; hoy por hoy, nadie, ni todas las mal encaradas federaciones unidas contra el buen humor, van impedir que siga riéndome de esta tragicomedia que es la vida porque, lo crean o no, es lo único que nos queda. Uno no puede esperar que la vida le sonría si no sonríe a la vida, y si ésta golpea no seré yo la que lloriqueé y ponga la otra mejilla. Claro que empatizo con el dolor, que a todos nos une. Eso es el humor: embellecer los defectos dándoles un oficio, amar lo malicioso hasta hacerlo desistir, descifrar el orgullo, el fallo y la decadencia para hacerla virtud. El fruto podrido estalla en la boca del humor convirtiéndolo en agua para la garganta seca, es la expresión que alivia. El humor se tiende como adoquín de un escalón hacia un puente para otros pasos, como un deber sagrado para con el prójimo que comienza en uno mismo. No se puede ser neutral con el humor; en cualquier caso, cuando soy neutral nunca sé a favor de quién serlo.

Como les contaba, hubo un tiempo en el que fui loca de dolor entre las locas de dolor, aunque no me gustaba hacer osttación de ello porque la compasión me resulta detestable mientras el humor, ese que no tiene ni sexo ni horario, es gratificante como el orujo en buena compañía. Aprendí a reírme de mis defectos y a exiliarme de mí misma para encontrarme en todos. De mayor quise ser como el humor, que nunca se resigna y desafía. Si la estupidez satisfecha y realizada es antihumorística, el humor es una necesidad de subversión que viene en parte de la discrepancia con lo instituido, una entera personalidad, una forma congénita de ser que de alguna manera todos llevamos dentro en mayor o menor medida. Si uno abandona los prejuicios personales y unilaterales, si deja “ser” al humor, comprobará que éste hermana la gracia con la ironía y lo alegre con lo triste, que es la poesía que alivia el golpe de la vida, la risa triste que facilita la comunicación y circunvala hipersensibilidades, porque en el fondo, el humor es lo que todos saben y pocos cuentan.

Todo puede ser de otra manera y no ser lo que es o ser lo que no es. Cuando uno desconcentra al personaje absoluto que cree ser y sale de sí mismo para verse de lejos, descubre que después de haber pensado toda la vida que es gordo, resulta que lo es, pero que no pasa nada. Señora, si mi personaje es orondo, no piense que está basado en usted o su marido, al que no tengo el placer de conocer, muy al contrario, mi rolliza pechugona no se parece en nada a ustedes porque ni se ofende, ni se da tanta importancia, simplemente disfruta la vida y nos enseña a todos cómo hacerlo. No seamos tan rematadamente afectados, resulta cursi y tedioso. El humorismo es el arte que deconstruye y vuelve a inventar restaurando la bondad que se ha aniquilado en el proceso. Desde luego el dolor no desaparecerá con el humor, pero dará menos la lata.

Háganme caso o no me lo hagan, pero el que sonríe mejor también sonríe el último. Desde la Asociación de Periodistas Irónicos Castrados, les informo que la ablación del tejido texticular hace la voz literaria más fina.

 

Guillermina Royo-Villanova


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