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Nebraska, de Alexander Payne

Por José Luis Muñoz , 18 febrero, 2014

  • nebraskaNos había dado Alexander Payne una de cal—la divertidísima Entre copas—y otra de arena—la mediocre Los descendientes—para que existieran dudas razonables acerca de la bondad de su última película. Dudas desvanecidas. Nebraska, película nominada a 6 óscar de Hollywood, entre ellos al mejor guion para Bob Nelson, galardón que ya consiguiera el propio director por las dos películas antes mencionadas, está muy por encima de ellas, es un relato tierno, emotivo, realista, cruzado por el humor, que habla de la difícil relación padre/hijo sin  ningún tipo de blandenguería, que eso sería lo fácil.

Woody Grant (Bruce Dern), un anciano dipsómano a un paso de la demencia senil, recibe uno de esos engañosos anuncios de que le ha tocado un millón de dólares. Desoyendo los consejos de su esposa, la gruñona Kate (June Squibb), que lo quiere encerrar en una residencia de ancianos porque ya no aguanta más sus excentricidades y locuras, consigue convencer a su hijo pequeño David Grant (Will Forte), un vendedor de electrodomésticos, para que le acompañe en coche desde Billings, Montana, a Lincoln, Nebraska, a recoger ese inexistente premio. Por el camino pararán en el pueblo en donde el anciano Woody creció y vivió, Hawthorne, y allí se reencontrará con tipos despreciables como Ed Pegram (Stacy Keach), que le reclamará una deuda creyendo que es millonario, o su familia, a la que hace mucho tiempo no ve, formada por una serie de nonagenarios medio sordos e impedidos y sus maleducados hijos Cole (Devin Ratray) y Brad (Tim Driscoll).

El director de A propósito de Schmidt construye una road movie sentimental e intergeneracional con ese padre de tan pocas palabras que se expresa con secos monosílabos la mayor parte de las veces, y muchas veces retardados, lo que da lugar a algunos incidentes jocosos—cuando sus hijos David y Ross roban un compresor de aire a unos vecinos de Hawthorne creyendo que es el que hace cuarenta años le robó Ed Pegram a su padre—, y oculta con pudor su pasado (guerra de Corea, idilio con la propietaria de un diario, un amor loco con una nativa americana), y su hijo, un viaje vital por las llanuras del interior de Estados Unidos, por esos paisajes yermos barridos por el sol, moteles de poca monta, bares de carretera en donde la gente canta en karaoke, granjas y graneros. A través de esos kilómetros, y de las paradas en pequeñas poblaciones, el abnegado David—su otro hermano Ross (Bob Odenkikr) es locutor de televisión y pasa bastante de sus progenitores—irá encariñándose de ese padre hosco al que realmente no conoce, uno de los motivos de ese viaje, y al que acaba por seguirle el juego sin contradecirle—le compra el compresor de aire y la camioneta con la que Woody se pasea orgulloso por su pueblo como si hubiera cobrado ese millón de dólares.

Sin el sentimentalismo en el que sería muy fácil caer, sustituido por dosis de humor que nacen de forma natural—ese cónclave de ancianos parientes, todos medio sordos, disfrutando de un partido de béisbol es una imagen impagable—y dan como fruto la sonrisa que no la risa, y vueltas nostálgicas al pasado que ya no está—el viejo Woody paseando por la casa en donde nació, ahora en ruinas— Alexander Payne nos ofrece un retrato realista de ese estado vital, la tercera edad, a través de unos personajes perfectamente dibujados como son la pareja Woody/ Kate que no se soportan—Me habría divorciado de ella al primer día, le confiesa entre cerveza y cerveza a su hijo—pero se necesitan y simplemente se aman, o los parientes de Woody, todos entrañables en su ruinoso estado físico.

Rodada en un excelente blanco y negro necesario—Phedom Papamichael está nominado al óscar por su trabajo fotográfico—, todo un lujo en los momentos actuales, sencilla, efectiva, absolutamente clásica y con un plantel de actores en estado de gracia, tanto principales—atención a Bruce Dern, un actor que nunca fue excesivamente brillante y hubo de conformarse con papeles mediocres en un sinfín de películas quizá por su físico, que literalmente se sale en la composición que hace de Woody Grant por la que en justicia podría recibir el óscar al mejor papel principal después de haber sido ya premiado en Cannes—como secundarios como June Squibb, también aspirante a un óscar a la mejor actriz de reparto, Will Forte o Stacy Keach, las casi dos horas de metraje pasan volando en este film que recuerda, en sus personajes y en sus itinerarios, a una de las películas más atípicas de David Lynch, por ser la más sencilla y comprensible: Una historia verdadera.

Alguien ha comparado a Payne con Capra. No le falta razón.

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