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Mis ángeles blancos

Por José Luis Muñoz , 6 abril, 2020

En las guerras, esas artimañas que montan los canallas para saciar sus ansias de poder, apropiarse de territorios y recursos ajenos, los héroes no son esos soldados anónimos obligados a matarse unos a otros, que seguramente compartirían una cerveza si no hubieran de enfrentarse, sino ese ejercito de batas blancas que repara sin descanso los destrozos que causan los disparos, las bombas y las bayonetas y acompañan a los agonizantes desconocidos de uno u otro bando apretando sus manos. Se mueve ese ejército blanco entre el dolor, la sangre y la muerte y cada vida que salvan es para ellos una epifanía. Se vuelcan en ellos en todos los conflictos inimaginables, están a su lado en las hambrunas, los atienden cuando los rescatan de los gélidos mares, montan hospitales en donde otros arrasan ciudades, palían con su esfuerzo altruista, porque jamás están bien pagados, lo que los gobernantes avariciosos y criminales destrozan. Son los guardianes de la vida frente a los depredadores de la muerte.

Estos días, por la pandemia del Covid 19 (no entiendo el criterio de la RAE de convertirlo en femenino y me resisto a ello) la sociedad española se vuelca con nuestros sanitarios, los aplaude todas las noches, los familiares de los salvados los abrazan en sus corazones cuando los devuelven a la vida. Unos sanitarios que luchan contra la epidemia muchas veces mal equipados, con jornadas extenuantes, que suman sus bajas al resto de la población. Están en primera línea de fuego y son nuestros héroes indiscutibles ahora que son vitales y los necesitamos, pero no nos olvidemos de ellos mañana, cuando todo esto acabe, no nos venza el egoísmo de nuestra memoria de pez.

 

Seguramente habrá que levantarles un monumento de reconocimiento cuando toda esta pesadilla pase, o convocar una manifestación masiva en todo el país, cuando sea inocua y aconsejable, pero lo que ellos piden, ahora y siempre, cuando se privatizaron y cerraron hospitales públicos, redujeron personal y salieron a la calle convertidos en una marea blanca, es que se refuerce la sanidad, que todos los recortes se reviertan, que aumente la partida presupuestaria destinada a ellos y sea ésta intocable, y que este músculo de emergencia sanitaria, que finalmente se ha puesto en marcha, esté ahí para quedarse por si hay nuevos coletazos de ese monstruo impredecible e invisible, y eso lo podrán conseguir los ciudadanos no manifestándose, que también,  sino no equivocándose a la hora de depositar su voto en la urna para que jamás de los jamases se recorte la sanidad. Habrá que recordarlo en su momento.

 

Mis ángeles blancos, de los que me siento orgulloso, tienen nombres y apellidos. Juan José Rubio Muñoz, mi primo Juanjo, jefe de cuidados intensivos de la clínica Puerta de Hierro de Majadahonda, Madrid, toda su vida volcada en la medicina y en la investigación, que tenía que jubilarse este año y sigue al pie del cañón y seguirá hasta que todo esto pase, y será llamado a filas si se le necesita de nuevo porque nunca se deja de ser médico. Carlota Muñoz Briongos, sobrina, auxiliar de enfermería en el hospital Universitario Ramón y Cajal de Madrid, en primera línea de fuego, haciendo de tripas corazón en jornadas tan largas como dolorosas sin desfallecer con el coraje que la caracteriza. Antonia Freile, enfermera desde siempre, amiga desde hace muchos años y mi doctora de cabecera a distancia cuando algún mal me aqueja, que se muere de rabia e impotencia todos los días por los que no puede salvar en el Hospital del Mar de Barcelona y se le reconcomen las entrañas cuando llega a su casa exhausta para llorar por cada uno de los que se fueron de esta guerra sin disparos porque nadie está vacunado contra el dolor ajeno, y ella menos. Por ellos y por todos los que ponen en juego sus vidas por nosotros, mi agradecimiento.

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