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Los nuevos Mesías

Por Francisco Collado , 6 marzo, 2021

                                                              

 Dan miedo los Mesías. Miedo y grima. Ofrecen paraísos y estancias en el jardín del Edén con adosados y vistas al mar.  Prometen hermosas huríes, envueltas en tules. ejecutando exóticas danzas (o castos y vigorizantes bailes regionales, vaya usted a saber) Aparecen con frecuencia en tiempos de sequía, augurando lluvia. En tiempos de hambruna, asegurando manjares exquisitos para todos. En los tiempos del cólera (con permiso de García Márquez) repartiendo elixires milagrosos. Son vendedores de humo, mercaderes de niebla. Pescadores cuyas ganancias se basan en el río revuelto, no en su habilidad con las redes. Parlanchines cuyas ofertas se apoyan en la ineptitud de otros, nunca en su propia valía. Te venden el oro, antes de encontrar el filón, caminan sobre las aguas sin saber donde está el lago. Dan mucho mas miedo cuando su oferta ya era vieja antes de nacer. Cuando la ranciedad de sus propuestas ya ha sido aplastada por el peso de la historia y la realidad. Pero su capacidad de seducción no tiene límites. Para eso son unos iluminados.

Te hacen ver la luz donde reina la tiniebla. Viven para ofrecer fuentes inagotables donde sólo hay páramos desiertos. Aprovechan la desesperación y el cansancio humanos para ofrecer plazas seguras en un futuro optimista, pleno de felicidad que ellos nos van  a construir. Pero no pueden explicar los medios con que cuentan para crear ese paraíso en la tierra. El potencial cliente debe alimentarse de la fe, ya que la lógica le lleva a sospechar que estos ídolos caminan con pies de barro. Narran lo que los desesperados quieren oír, ofrecen aquello que los abatidos desean escuchar. Sus promesas para calmar la sed, carecen de pozos, sus ofertas de calmar el hambre se gestaron en graneros vacíos. Son viejos conocidos por la historia. El mundo clásico; que ya sabía mucho de éstos pájaros; tuvo a bien mentarlos en La Eneida, ese prodigioso culebrón nacido del capricho de una hermosa, casquivana (y pelín zorruela) llamada Helena. Timeo Danaos et dora ferentes (decía Virgilio, que ya los había detectado). O lo que es lo mismo: Temo a los Danaos, aunque vengan llenos de regalos (o sobre todo por esto).  Los habitantes de Troya no se enteraron de la movida y dejaron entrar el regalo envenenado (el caballo de Troya). Y se armó la de ídem. Pues eso.

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