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Los bárbaros III y fin

Por Oscar M. Prieto , 19 marzo, 2015

Nos gusta pensar, que los bárbaros son otros y así, cada noche, nos vamos a dormir con la conciencia tranquila, por no ser bárbaros como los de las barbas largas o las cabezas rapadas. Pero yo no estaría tan seguro de ello.
Un bárbaro puede adoptar la forma más insospechada, el vecino de al lado, un profesor de Derecho Constitucional, un arquitecto, el guardia de tráfico que te multó y además te echó la bronca, el jugador de fútbol, incluso algún amigo tuyo, un familiar y, no lo descartemos por principio, también nosotros mismos. Para demostrar que esto es así, recurro a una anécdota histórica que habla de los bronces del Panteón de Roma.
El Panteón, probablemente, sea el monumento que más me ha impresionado y que más me sigue cautivando a día de hoy. Me emociono cada vez que traspaso el umbral de sus inmensas puertas y me encuentro en ese espacio, sin tiempo, al que da vida su soberbia bóveda. La bóveda del Panteón fue levantada en el siglo II dC. y aunque hoy la vemos desnuda, durante siglos estuvo recubierta de bronce. Estuvo así, hasta que al Papa Urbano VIII, en el siglo Maffeo Barberini, un mal día, se le ocurrió la idea de que con ese bronce bien podía levantar el Baldaquino, el mismo que hoy contemplamos sobre la tumba de San Pedro, en el Vaticano, obra de Bernini.
Así fue, el Papa, arrasó los bronces del Panteón y nos privó del resplandor maravilloso de esa bóveda a las generaciones posteriores. Los romanos, que siempre han tenido mucha sorna y alguno de ellos sabía hasta latín decían después de tamaña tropelía: Quod non fecerunt barbari, fecerunt Barberini. Que se traduce: ”Lo que no hicieron los bárbaros lo hicieron los Barberini”.
Así es, cualquiera puede ser un bárbaro, hasta un Papa ilustrado. Es por esto, por lo que yo no dormiría tan tranquilo, porque es más sencillo de lo que parece convertirse en un bárbaro. Muy bien lo explica Thomas de Quincey en su obra “Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes”: “Se empieza por un asesinato, se sigue por el robo y se acaba bebiendo excesivamente y faltando a la buena educación”. Y ésta, precisamente, es la clave y condición que nos impide transformarnos en bávaros: la educación. Porque el bárbaro es aquel no piensa en el otro, que no respeta a los demás y la educación, por el contrario, es lo que nos permite convivir armoniosamente con los demás. El día que dejemos de darnos los buenos días, ese día, habremos dado el primer paso hacia la barbarie. Estad atentos. Saludad.

Salud

www.oscarmprieto.com

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