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Lo profundo es el aire

Por David Acebes , 1 diciembre, 2014

«Soy, más, estoy. Respiro.
Lo profundo es el aire.
La realidad me inventa,
Soy su leyenda. ¡Salve!»

Jorge Guillén

¿Quién no ha oído hablar del horror vacui? Esta expresión, que podemos traducir al pie de la letra como «horror al vacío», se emplea en Arte y puede definirse como el “gusto exacerbado por no dejar un espacio libre en la decoración ornamental”. Como máximos exponentes de este gusto, se señalan el arte musulmán, la decoración bizantina o la estética barroca. Por mi parte, señalaré como paradigma de este horror vacui la magnífica y excesiva fachada del Colegio de San Gregorio, en Valladolid, que alberga desde el año 1933 el Museo Nacional de Escultura.

Museo Nacional de Escultura

Museo Nacional de Escultura

Este horror vacui tiene, tenía, una explicación filosófica. Antes del siglo XVII, la ciencia del momento afirmaba que la “naturaleza aborrecía el vacío”. El propio Aristóteles negaba la existencia del mismo, argumentando que la naturaleza no toleraba la total ausencia de aire. Más tarde, primero el italiano Torricelli y luego Isaac Newton demostraron que los efectos que se atribuían al horror vacui se debían, en la práctica, a la presión del aire, por lo que acabó aceptándose, desde un punto de vista científico, la existencia del vacío. Hoy día, ya nadie pone en duda su existencia, y el vacío se define como “un espacio, cuyo contenido está formado totalmente por gases, cuya presión total es menor a la presión atmosférica”…

A la salida de una visita al Museo del Prado, a Salvador Dalí y al poeta francés Jean Cocteau, les preguntaron qué salvarían del Museo en caso de incendio. Cocteau, con una actitud típicamente surrealista, respondió que “el fuego”. Dalí, que no desdeñaba el arte clásico, respondió que “el aire de las Meninas”. Parece una simple ocurrencia, pero no lo es. Con esta gracia, con este chascarrillo, Dalí dejó constancia de que Velázquez es y será para siempre el primer pintor verdaderamente moderno, al tiempo que condensaba en su respuesta una de las máximas más importantes del arte actual: «la naturaleza aspira al vacío». Lo más valioso que podemos encontrar en el Museo del Prado, que en este caso vendría a ser una alegoría del arte premoderno, no es, por ejemplo, El jardín de las Delicias, La maja desnuda o las mismas Meninas, sino, y he aquí la genialidad daliniana, el aire de las Meninas, si entendemos este aire como representación pictórica del vacío.

Las Meninas

Las Meninas

Muchos afirman que el arte moderno es complejo y que no se entiende. En cualquiera exposición a la que acudamos, de cualquier artista, reputado o no, se escuchan a menudo el mismo tipo de quejas. “Mi hijo, que tiene dos años, podría haber hecho esa escultura”. O “ese cuadro lo puede pintar cualquiera”. A todos los que piensan así, les pido que hagan el favor de pararse un segundo a contemplar la siguiente obra del polémico escultor Jorge Oteiza. Su título Homenaje a Velázquez.

Homenaje a Velázquez, de Jorge Oteiza

Homenaje a Velázquez, de Jorge Oteiza

¿Lo entienden ahora? Si lo más valioso del cuadro de Velázquez es el aire, lo que hizo el genial escultor vasco –para homenajearle- fue intentar apresar entre sus tres paredes de acero y mármol ese aire, ese vacío al que Dalí tan acertadamente llamó “el aire de las Meninas”. Desconozco si alguien lo ha dicho antes, pero del primigenio horror vacui hemos pasado a lo que podríamos denominar como amor vacui, expresión esta que, a mi entender, caracteriza todo el arte moderno desde el siglo pasado. Podría poner otros ejemplos. Sin embargo, a modo de colofón que cierre mi discurso, pondré un último ejemplo que, cosas del azar objetivo, se encuentra situado exactamente a los pies de la mencionada fachada del Museo Nacional de Escultura.

Lo profundo es el aire: Homenaje a Jorge Guillén, de Eduardo Chillida

Lo profundo es el aire: Homenaje a Jorge Guillén, de Eduardo Chillida

Así es, a pocos metros de distancia, se yergue silenciosa Lo profundo es el aire, una escultura homenaje a Jorge Guillén, cuyo autor es Eduardo Chillida. ¿Lo ven? Es otra vez el vacío. Confinado, esta vez, en una esfera hueca donde Chillida supo atrapar, precisamente, eso: el vacío, lo profundo, ese aire tan característico de Valladolid.


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