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Literatura y Totalitarismo

Por Eduardo Zeind Palafox , 6 marzo, 2018

 

Por George Orwell
Traducción: Eduardo Zeind Palafox 

 

Dije al principio de mi primera plática que la nuestra no es una época crítica, sino una época de partidismo y no de imparcialidad, una época en que es especialmente difícil ver el mérito de un libro cuyas conclusiones nos son discordantes. La política -política en el sentido más general- ha invadido la literatura de un modo que rara vez ocurre, lo que ha traído a la superficie de nuestra conciencia la perenne lucha entre el individuo y la comunidad. Uno considera, luego, la dificultad de escribir honestas, imparciales críticas en un tiempo como el nuestro, en que se empieza a sopesar lo que amenazará a toda la literatura en la época venidera.

Vivimos en una época en la que el individuo autónomo ha dejado de existir -o tal vez deberíamos decir: en la que el individuo ha dejado de tener la ilusión de ser autónomo. En todo lo que decimos de la literatura, y sobre todo en lo dicho acerca de la crítica, creemos que el individuo autónomo es un hecho. Toda la literatura europea -hablo de la de los pasados cuatrocientos años- se basa en el concepto de honestidad intelectual, o si se quiere decir de otra manera, se basa en la siguiente máxima de Shakespeare: «Sé veraz contigo mismo». Lo primero que se le pide a un escritor es que no mienta, que diga lo que realmente piensa, lo que realmente siente. Lo peor que se puede decir de una obra de arte es que es insincera. Esto es todavía más cierto en la crítica que en la literatura, donde algo de impostura y manierismo, e incluso algo de farsa es admisible mientras el escritor sea fundamentalmente sincero. La literatura moderna es esencialmente cosa individual. Ella es o la expresión verídica de lo que un hombre piensa y siente o no es nada.

Como he dicho, admitimos tal noción, mas apenas se pone en palabras uno comprende lo que amenaza a la literatura. Por eso la nuestra es la época del estado totalitario, que impide y probablemente impedirá cualquier tipo de libertad al individuo. Cuando uno dice totalitarismo se piensa inmediatamente en Alemania, en Rusia, en Italia, pero creo que debemos aceptar que tal fenómeno acaece mundialmente. Resulta obvio que el periodo del libre capitalismo se acaba y que muchos países adoptan la economía centralizada, a la que podemos llamar socialismo o capitalismo de estado, según se prefiera. Con eso la libertad económica del individuo, y también la libertad de hacer lo que le plazca, de elegir trabajo, de moverse alrededor del planeta, se terminan. Las implicaciones de esto no fueron previstas. Nunca se entendió que la desaparición de la libertad económica influiría de modo alguno en la libertad intelectual. El socialismo fue usualmente visto como un liberalismo moralizado. En él el estado se responsabilizaría de la vida económica y nos libraría del miedo a la pobreza, al desempleo, etc., pero no intervendría en la vida intelectual privada. El arte florecería casi como lo hizo en la época del capitalismo liberal porque el artista no padecería más la coerción económica.

Según la evidencia existente, uno debe admitir que han sido falsificadas tales ideas. El totalitarismo ha abolido el librepensamiento de modo inaudito en las épocas pasadas. Esto importa mucho al entender que el control susodicho no sólo es negativo, sino positivo también. No sólo nos prohíben el expresar -incluso el pensar- ciertas cosas, sino también nos dictan qué debemos pensar, y nos crean ideologías y tratan de gobernar nuestra vida emocional y de configurar nuestros códigos de conducta.

Diversas diferencias hay entre el totalitarismo y las ortodoxias del pasado, ora de Europa, ora de Oriente. Lo que más importa es que tales ortodoxias no cambiaban, o al menos no cambiaban rápidamente. En la Europa medieval la Iglesia dictó qué debía creerse, pero permitió que las dictadas creencias se conservaran desde el nacimiento hasta la muerte. No pedía creer algo el lunes y algo distinto el martes. Y lo dicho es más o menos cierto para cualquier hindú, budista o musulmán ortodoxo del día. Sus pensamientos están circunscritos, pero viven siempre según la misma estructura mental y sus emociones no son manipuladas.

En el totalitarismo lo opuesto es precisamente lo cierto. La peculiaridad del totalitarismo es que controla el pensamiento, mas no lo fija. Impone incuestionables dogmas que altera de un día a otro. Necesita los dogmas porque necesita absoluta obediencia de sus súbditos, pero no puede soslayar la mudanza, dictada por los menesteres del poder político, que declarándose a sí mismo infalible ataca el concepto de verdad objetiva. Ejemplo de ello crudo, obvio, es cada alemán, que hasta septiembre de 1939 tuvo que considerar el bolchevismo ruso con horror y aversión, y desde la misma fecha con admiración y afecto. Si Rusia y Alemania guerrean, cosa posible en los años próximos, otro cambio igualmente violento acaecerá. La vida emocional alemana, con sus amores y odios, se espera, mudará de la noche a la mañana cuando sea necesario. Sobra señalar el efecto que tal clase de mudanzas tendrá sobre la literatura. Para la escritura importa muchísimo lo sentimental, que no siempre puede controlarse externamente. Es vacua toda la palabrería de la ortodoxia actual. La escritura, sea cual sea, sólo acontece cuando un hombre siente la verdad de lo que enuncia, sin lo que el creador impulso amengua. Y esa es la principal razón por la que aseveramos que el totalitarismo, triunfando sobre todo el mundo, acabará con la literatura tal cual la conocemos. Y, de hecho, el totalitarismo parece influir de dicho modo en la actualidad. La literatura ha sido zaherida en Italia, y en Alemania parece haber cesado. El quehacer más característico de los nazis es incendiar libros. Y hasta en Rusia, donde no aconteció el esperado renacimiento literario, los más prometedores escritores tienden al suicidio o a fenecer en la cárcel.

Antes dije que el capitalismo liberal pronto acabará, y que por consiguiente podría decirse que el librepensamiento se acabará inevitablemente. Pero no creo que así suceda. Y diré a guisa de conclusión que pienso que la literatura sobrevivirá en los países donde bien ha enraizado el liberalismo, es decir, en los no militarizados, como los de Europa occidental o los de América, o la India o China. Creo -será mera esperanza pía- que aunque la colectivización económica es inevitable, tales países desarrollarán formas de socialismo no totalitarias, donde el librepensamiento sobreviva a la desaparición del individualismo económico. Tal, al menos, es la única esperanza dable para quienes se preocupan por la literatura. Quien justiprecia el valor de la literatura, quien nota la principalidad de ella en el desarrollo de la historia humana, nota también la necesidad vital de resistir al totalitarismo, sea impuesto interna o externamente.-

1944


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