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La verdad, relativistas, los liberará

Por Eduardo Zeind Palafox , 10 abril, 2019

 

Por Eduardo Zeind Palafox 

El término “verdad”, recuérdese, no significa “concepto” en tradicional sentido (comunidad de notas compartidas), es decir, la descripción o el nombre de alguna generalidad existente, ni “definición”, esto es, el acotamiento lingüístico de alguna singularidad perceptible. La “verdad” es, filosóficamente, una idea, o por mejor decir, “necesario y racional concepto” (“nothwendigen Vernunftbegriff”, que diría Kant). En el joánico Evangelio (8: 32), vertido al latín, leemos: “et veritas liberavit vos”. La palabra “veritas”, en griego, es “αλήθεια”, y según los comentaristas franceses de la Biblia de Jerusalén tal término no significa “verdad mundana”, sino divina, moral. Pero ignorar el mundo, atender sólo lo moral, es acto relativista, y no es útil para realizar proyecciones sin error ni en asuntos físicos, terrestres, ni en cuestiones biológicas o psíquicas. Luego, escamoteando dogmatismos, concepto significará función lógica.

Las funciones lógicas son meras formas del pensamiento (“Form des Denkens”) y legitiman, objetivan (“objetive Gültigkeit”), cualquier afirmación. No hay subjetividad, así, donde hay lógica, aunque la lógica sea necesaria, no suficiente, para conocer los objetos, la realidad, hecha de “elementos”, “causas” y “principios”, según mostró Aristóteles (Física, libro I, 184a 15).

La idea de “verdad” es sustentada por dos ideas, la de “universalidad” y la de “necesidad”. El relativismo, moda consistente en subjetivar ignorando lo real, atomizando en demasía y negando la existencia de elementos sociológicos (uso la jerga realista de Aristóteles en los ámbitos sociológicos a guisa de recurso heurístico, nada más), como el lenguaje o la familia, y reduciendo toda causalidad política a capricho étnico, y entenebreciendo los psicológicos principios operantes en toda humanidad, no admite la idea de “universalidad” y admite la de “necesidad” sólo si se basa en la subjetividad. El relativismo, así, es causa de eso que hoy los bárbaros llaman “posverdad”, o verdad individualizada (hórrido, incongruo oxímoron), o dicho llanamente, verdad hedonista.

Los conocimientos universales posibilitan, piénsese, prever, y soslayan toda improvisación porque por fundamento tienen leyes, no reglas, leyes que permiten proyectar, vislumbrar el porvenir. Prever sosiega, no provoca vital desgaste vano, con vaticinios que transforman lo simplemente posible en factible. Improvisar, en parangón, es inventar sin método, o no comprender los acaecimientos obscureciéndolos con argumentos laxos, con falacias que vitorean no la ciencia, sino la astucia, la picardía. Las leyes son las expresiones de lo insoslayable, no decires que se interpretan arbitrariamente, con las que se arrostran intelectivamente las cosas para ser hilvanadas con otras, es decir, para que se produzca el conocimiento (conocimiento, “Erkenntniss”, es “conexión de lo múltiple”, “Verbindung des Mannigfaltigen”, dice Kant, al que venimos citando). Pensar universalmente es, en suma, proyectar sin yerro lógica, objetivamente, considerando lo inevitable.

Expongamos el contenido del término “necesidad”. Lo necesario, sea de la naturaleza, sea de la sociedad, disuelve la individualidad (en ánimo psicológico), y mucho impide el desarrollo de las singularidades, ora animales o vegetales, ora personales o folclóricas, y todo lo ciñe al mero sobrevivir. Sobreviven, carecen de vivencias, los seres que sólo captan, mas no conocen, la realidad de los objetos. Tal captación los retiene siempre en el caos sensorial. Lleva razón Kant escribiendo: “wir erkennen Gegenstände, wenn wir in dem Mannigfaltigen der Anschauungen synthetische Einheit bewirkt haben” (“conocemos los objetos cuando lo múltiple de las intuiciones es sintetizado unitariamente”).

Lo sociológicamente necesario no armoniza con el libre albedrío (recuérdese la famosa brega entre libertad y paz que meditan los teóricos de la jurisprudencia), sino conlleva pungas entre la colectividad y el “yo” que crean contratos sociales cuyo objetivo es la paz, la síntesis. Tales contratos o quehaceres inevitables adquieren cariz de moralidad y después se vuelven cultura basada en la idea de “humanidad”. Pensar lo necesario es, en suma, lograr vivir pacíficamente resolviendo los problemas inevitables para lograr lo proyectado sin yerro, y no lo que algunos promotores del desorden pretenden, que es el rebajarlo todo a “juego” (el “Sprachspiel” de algunas pseudominorías), a “relativismo cultural” (la “Lebensform” de los etnocéntricos), a “opinión”. Desacatar el léxico filosófico, científico, que es crítico, moral, es retornar a la ingenuidad realista con angustias lingüísticas, es creer que el lenguaje, tal cual nace de la lírica popular, es sistema bastante para abarcar el drama humano.

Formulemos distinta y minuciosamente lo dicho afirmando lo que sigue: lo verdadero, lógica y físicamente, es lo discernible (hombre, mujer, perro, gato), lo constante (virilidad griega, romana, medieval, renacentista), lo semejante (lo afín, origen de la empatía), y por ende es lo perdurable, lo claramente causado, lo contextualizado (lo manifiesto, firme y efectivo, dice Zubiri en Sobre la Esencia). Lo falso, luego, es lo contrario, lo ambiguo, lo endeble, lo extraordinario, que por ende es fugaz, espontáneo, sin significado, no asible para las “formas lógicas”.

El relativismo no fomenta el análisis de lo socialmente necesario, sino el acrecimiento de la voluntad bruta, esto es, dependiente de lo estimúlico. Esa voluntad, claro es, no es libre, pero para parecer libre, racional, transforma lo sensorial, el gusto egoísta, con la idea de “personalidad”. De ese embozamiento nace la “rationalised hedonistic society” que George Orwell mentó al criticar las utopías hedonistas, tan caras, pienso, para los relativistas (Why Socialist Don’t Believe in Fun?, Tribune, 20 de diciembre de 1943).

Imposible es para el relativismo, que quita todo “sentido” de universalidad, de bondad y de cosmopolitismo, el gregarismo, y posibilita las pequeñas tiranías o tiranías de provincia. El relativismo, además de ignorar lo realmente necesario, es fuente de disputas sin fin (democracia no es parlar infinitamente, sino parlar, acordar y actuar), y además no resuelve problemas complejos, sino disuelve o complica los existentes, y no proyecta porvenires comunitarios, sino fragmentarios, pues olvida que los seres humanos, de tanto multiplicarse, día alguno convivirán cercanamente.

El relativismo, aunque parece deseable merced a la mascarada de las palabras “respeto”, “multicultural”, “diversidad”, etc., es no factible económica y políticamente. Imposible es conciliar, por ejemplo, la química médica verdadera, la que no yerra, con la alquimia curandera de algunas tribus, que algunas veces atina y algunas mata. ¿Quién respetará los saberes primitivos, verbigracia, de los tzotziles, en México, que creen que las carbonatadas bebidas aniquilan enfermedades? (ver En una ciudad con poca agua, la Coca-Cola y la diabetes se multiplican, New York Times, 16 de junio de 2018). Imposible será en el mundo totalmente unificado conciliar la política democrática, cuyo ideal sustentador contabiliza la realidad, con la política tiránica fundada en el tótem, cuyos ideales provienen, por ejemplo, de matrilineales sueños.-

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