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La publicidad

Por Nicolás Melini , 16 diciembre, 2015

La publicidad, Rajoy… No es nada. No es un estímulo –para la gente— de carácter económico, la publicidad. Clama que le pregunten al Presidente del Gobierno por el exceso de dinero público que destina a la producción y adquisición de coches (el sacrosanto coche nuestro de todos los días, que se encuentra por todos lados, como si jamás hubiésemos habido piernas u otra rueda), y el Presidente del Gobierno responda que: 1, eso tiene un retorno para el estado; y 2, que es muy necesario porque resuelve un problema que teníamos, el negocio de la publicidad, que había caído estrepitosamente en este país.

La publicidad es un algo/nada que genera una ansiedad en nosotros que no es de recibo. No se puede dar a la gente publicidad sin ofrecerle al mismo tiempo la posibilidad de satisfacer su necesidad de responder al estímulo de esa publicidad. Tenemos que poder consumir (al menos en parte) la vida que esa publicidad promete. La publicidad es la pulla que genera el rencor de los jóvenes desfavorecidos, frustrados por el abandono que les perpetra una política meramente publicitaria. No nos debe caber la menor duda de las buenas intenciones de Rajoy, pero, también, ¿había que comprar a los magnates de la prensa, Rajoy?, ¿a los que despiden y dan trabajo sin pagarlo? Dinero público, vía fabricantes de coches, para financiar indirectamente a los medios de comunicación. Sin caída de publicidad ¿el país parece, aún, el mismo que antes? ¿Con publicidad no se nota, tanto, la crisis? Vivimos en estado de publicidad. La publicidad como referencia de normalidad (de que todo va, más o menos, bien). Esa es la recuperación económica de Rajoy, su forma de salvar los muebles. No hay recortes en publicidad. Porque la publicidad es la marca del sistema.

Pero en nuestro contexto económico no tiene maldita gracia la publicidad. La gente está jodida (sin saberlo) de publicidad. Es un estímulo enervante. Cierto que los medios de comunicación son parte fundamental de la calidad democrática, y también que sin publicidad esto sería el postapocalipsis. Si los medios de comunicación estuviesen caninos sería el acabose. Una España de hoy sin publicidad sería el escenario perfecto para The walking dead. Pero de publicidad no come la gente. Es ver uno publicidad de bancos y de coches y de lo que sea e indignarse sin remedio. A esos jóvenes que no tienen trabajo, la publicidad les promete, les enseña el camino, los reta con la realidad y al mismo tiempo los indispone con el mundo, los defrauda, los maltrata. Es una burla ofrecer publicidad al hambriento, precisamente, de todo lo que la publicidad muestra. Una estafa en toda regla. ¿Estás jodido?, toma publicidad. Toma vacío y anida la nada. Este país está más enfermo de las promesas de la publicidad que de las promesas de sus políticos. Y ya es decir, Rajoyes. Debería leer Rajoy a Guy Debord cuando dice que en nuestro tiempo “lo verdadero es un momento de lo falso”. A lo mejor se identifica al leer que “el espectáculo es la afirmación de la apariencia y la afirmación de toda vida humana, o sea social, como simple apariencia”. O, mejor, quizá deberíamos leerlo nosotros cuando dice: “El espectáculo se presenta como la sociedad misma y, a la vez, como una parte de la sociedad y como un instrumento de unificación”. Debería leer Rajoy, también, a Pierre Bourdieu y a Byung-Chul Han (para que profundice en lo que propicia a conciencia), pues ha cubierto el país con una pátina publicitaria –para que parezca, para que dé el pego— y por debajo lo ha dejado casi casi como estaba.

Empresarios que reciben dinero del estado con la condición de que se publiciten mucho. Los medios de comunicación encantados, haciendo democracia, dinero de los españoles destinado ¿al consumo? No, al consumo sin consumo; dinero público que sale de las arcas públicas para entrar en los bolsillos de los consejeros e inversores de la prensa mientras a la ciudadanía se le ofrece anuncios. Y no sólo de coches, Rajoy, no sólo de cosas, sino de ideología, adocenamientos, endogamias y opciones políticas, que es en lo que se ha convertido la información: publicidad de ideas y circo conveniente. ¿Dónde está la bolita?, en la publicidad, pues. Vivimos en una estupenda democracia dependiente de la publicidad. Sin publicidad no habría ni viejos partidos ni nuevos (debatiendo por todos los platós de televisión). Había que rescatar a la gente y rescatamos a los bancos (que son muy publicitarios ellos, ponen mucha publicidad). Pero no sólo: rescatamos al pinche estímulo en sí (el vacío del anuncio), el mensaje publicitario por el mensaje publicitario, la nada descomunal que le duele al doliente de la carencia. La publicidad no es nada, Rajoy, aunque lo parezca. Ninguna solución es la publicidad. Sea de bancos o de los fabricantes de coches. Con eso no come el homo capitalista. No necesita ese homo la noticia de lo que tan flagrantemente se está perdiendo, sino dinero en el bolsillo para no perdérselo.

La publicidad vende a los jóvenes (que dormitan en los pupitres de España) un modelo de vida imposible para ellos. España una fábrica, posiblemente, de frustración. Y cuidado si no de sinrazón y nihilismo.

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