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¿La marihuana acabará con la naciente identidad mexicana?

Por Eduardo Zeind Palafox , 9 diciembre, 2015

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Por Eduardo Zeind Palafox

Leo en varios periódicos disputas que pretenden persuadirnos, explicarnos las virtudes del drogarse con marihuana. Drogarse es alterarse. Creo que toda persona que busca mudar su esencia, su peculiar manera de enfrentar el mundo, busca la eternidad, ingente idea que nos hace sentir o acompañados, vigilados, o solitarios, abandonados.

En el prefacio que Kant puso a su “Crítica de la razón pura” leemos que nuestro espíritu hace siempre preguntas incontestables, y que trata de contestarlas usando los principios aprendidos en el mundo empírico, saberes insuficientes para superar tal proeza. Es posible, si atamos los deseos de alteración del aficionado a las drogas a la filosofía de Kant, hacer la siguiente pregunta: ¿Es el uso de drogas una manera de responder las preguntas filosóficas incontestables que a todos nos atañen o es una inocente manera de divertirse?

No se dé respuesta alguna sin antes meditar en las concepciones antropológicas que forja un pueblo que ve en las drogas algo “normal”. Las drogas, según dicen eruditos degustadores de ellas, tales como De Quincey, Baudelaire y Huxley, más afectan la intensidad de las sensaciones que la manera que tenemos de percibir. No cambia, alterados, la llama que sobre la vela vemos, pero sí lo que comunica. Alterados, siendo otros, entendemos lo que era indescifrable. Si el ser humano cambia radicalmente leyendo libros, mucho más lo hará leyendo cosas.

Es el drogadicto, en mi opinión, un cómico trastornado que voluntariamente muda su personalidad, esto es, su conciencia. Tengo para mí, que he probado esas quimeras hechas substancias llamadas drogas, que alterarse con opio, vino o cualquier otra cosa es soñar, y que todo sueño, como apuntó Freud, reprende nuestros deseos, invierte nuestros afectos, aumenta el masoquismo y transforma en imágenes las vaguedades de que estamos llenos.

¿Qué construye un pueblo amigo de los sueños, harto imaginativo, tanto como el inglés, dueño de una de las más fantásticas literaturas, a decir de Borges? Pero dejemos “La interpretación de los sueños”, de Freud, y abramos “Las puertas de la percepción”, de Huxley, que dice que las drogas, bien usadas, liberan la inteligencia, que andando contemplativa impide toda acción. ¿Conviene que México, tan falto de una revolución, se eche a imaginar y a contemplar?

Pienso que las drogas bien están en pueblos ordenados, en sitios donde se puede ser otro sin riesgo. Sólo sobre lo firme es posible bailar magníficamente. Pero ahora sepamos lo que Baudelaire pensaba sobre el alterarse. En su libro “Los paraísos artificiales” nos cuenta que el opio organiza el ser, lo recoge, y que avasalla la voluntad. En síntesis, el opio concentra y paraliza cuando es usado excesivamente.

Nuestro espíritu, que huye por nuestros sentidos, es vuelto a su lugar, vemos, por el opio, lo que no asegura la inherencia. No todo lo que está junto, digámoslo de sencillo modo, constituye unidad o armoniza. Una cosa es encerrarse en un monasterio para luchar contra nuestras inclinaciones y otra encerrarse en una pocilga siendo víctimas de ellas.

Pero hagamos otra pregunta: ¿Qué resulta de la suma de vivencias diurnas, sueños nocturnos y constantes alteraciones? No confundamos la causalidad con la simultaneidad. Baudelaire, que fue uno de los principales poetas modernos, buscó por todos lados asideros del mundo, y al no hallarlos recurrió a la alteración narcótica, que en él fue más una intensificación que una transformación. Y lo mismo podemos afirmar de Huxley y de De Quincey.

Autorice la legalidad de las drogas no un político ni un abogado, servidores casi siempre de las ideas que campean, sino “gente muy bien nacida”, es decir, conocedora de las verdaderas necesidades metafísicas del mexicano del actual siglo. Lo contrario hará que las drogas, que no son buenas ni malas, sino meros medios, parezcan “venenos con que vuelven locos a los hombres”, que diría Cervantes, viejo soldado que palió sus achaques no siendo otro, sino siendo el que era con fuerza inaudita. Sea legal la marihuana cuando nuestras leyes sean aplicadas por doctos justos y acatadas por ciudadanos honestos.


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