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La fiesta ha terminado: El futuro, de Luis López Carrasco

Por Redacción , 7 abril, 2014

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POR ISRAEL PAREDES

Luis López Carrasco, director de El futuro, nos propone lo siguiente: imagina que alguien, en 1982, poco después de que el PSOE ganara las elecciones generales (ya se sabe: el inicio de una nueva era), hubiera rodado una fiesta cualquiera en una casa, sus conversaciones, su música, sus cuerpos; hablan de política, de sexo, de drogas, de trivialidades. Todo tiene su lugar. Más de treinta años después, alguien encuentra ese material, con sus texturas, con sus imperfecciones por el paso del tiempo; la música en ocasiones se superpone a los diálogos, creando entre estos y la música una cierta confusión sonora. La narración es en apariencia caótica, como lo es una fiesta en sí misma: las secuencias se suceden sin una clara linealidad, con el caos como forma de orden narrativo.

A partir de este planteamiento, el cineasta construye no un falso documental, como podría llegar a pensarse, ni un mero ejercicio de juego con el found footage, sino una ficción bien armada desde una postura experimental en lo formal realmente interesante. Aunque López Carrasco reconstruye lo que bien podría haber sido una fiesta a comienzos de los años ochenta haciendo pasar el material por coetáneo de la época, hay algo irreal en las imágenes de El futuro. Esta sensación viene ocasionada tanto por la imagen como por la música-sonido. Los bruscos cortes del montaje van haciéndose, según avanza la narración, cada vez más bruscos, casi violentos, como si algo impidiera que todo se desarrolle de manera normal, mostrando la fragmentación del momento histórico: a pesar de lo aceptado, no fue una época homogénea, rectilínea: había brechas, grietas, el relato no era continuado. Del mismo modo, la música se presenta en ocasiones con un volumen elevado que a veces no permite escuchar las conversaciones; en otros momentos apenas es un eco de fondo. Pero lo interesante es cómo el director crea un desarrollo de la música estridente al silencio más absoluto, pasando entre medias no solo por una bajada sistemática del volumen sino también por la introducción de simple ruido, que pertenece, en teoría, al supuesto material encontrado pero acaba conformándose como un elemento discursivo dentro de ese trabajo sonoro: entre la música festiva y el silencio, hubo ruido, un ruido confuso, o que buscaba confundir.

López Carrasco mediante la experimentación con la imagen y la música (sonido) ha creado una narración, una ficción, que evidencia la propia ficción del discurso que se ha vendido o impuesto. La fiesta que celebra una nueva era, no era tal. Pero ahora, la fiesta ha terminado. O lo hizo tiempo atrás. Desde el futuro López Carrasco recupera el pasado como si este se manifestara en el presente (¿estamos ante una película de ciencia ficción en realidad o, como poco, ante una película que toma algunos elementos, más de atmósfera o sensoriales que narrativos, del género?). Nos habla de cómo muchos de los problemas presentes proceden de varias décadas atrás. Por eso, poco a poco, en correlación a ese trabajo con el sonido y la música, un enorme círculo negro se va apoderando de la imagen, la va borrando. Una grieta negra que se come la imagen y con ella todo lo que esta ha mostrado hasta ese momento. Los personajes, hasta ese momento inmersos en una fiesta cuyo fin no se plantean ni en concebir, van borrándose. Como su futuro. Como aquel futuro que, comenzada la década de los ochenta, creían que nunca llegaría y si lo hacía sería una ruptura total con las generaciones anteriores, las cuales se veían como lejanas (falsamente lejanas), olvidándose que los problemas sociales y políticos no solo no se habían extinguido, sino que seguían ahí. Pero era mejo seguir mirando al futuro. Y ahora, López Carrasco, desde ese futuro, se posiciona en aquel presente, ahora nuestro pasado, para mostrar que todavía es necesario, y obligado, narrar qué ha sucedido desde entonces.

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