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La defensa de los animales

Por Antonio Rodríguez Jiménez , 26 febrero, 2014

México, el país de los gallos de pelea, la lucha libre, el boxeo y las corridas de toros, está revolucionado estos días porque se va a prohibir que los animales salvajes actúen en los circos. Los más de 50 circos que hay en el país están convulsionados porque se les quiere eliminar sus tigres, leones, caballos, elefantes, camellos, jirafas, serpientes, cebras, monos, focas y hasta un sinfín de especies. Los empresarios dicen que tendrán que cerrar sus circos, mientras sus domadores se muestran en la televisión besando en los hocicos a tigres, leones, focas y elefantes. Los partidarios del cierre, asociaciones en defensa de los animales salvajes y políticos de algunos partidos, muestran, por contraste, a una famélica leona cuyos huesos son visibles y su pelaje es pobre, como si la sarna se hubiera apoderado de ella. Los empresarios apelan a los niños del país diciendo que se verán desprovistos del espectáculo más maravilloso, que acatan toda la legislación existente, que pagan cuotas por las licencias correspondientes, que han cambiado de jaulas a sus animales, que gastan fortunas en veterinarios y lo peor de todo, que la mayoría de estos animales llevan más de 30 generaciones en cautividad, por lo que si volvieran a la selva morirían de inmediato. También argumentan que sin animales en sus circos más de siete mil familias se verían sin trabajo. Mientras la discusión prosigue ya hay dos estados que los han prohibido. Pero nadie prohíbe los toros o las peleas de gallos.

Cuando a estas mismas asociaciones se les pegunta por los gallos de pelea y por las corridas de toros dicen que eso es diferente, que forma parte  de la tradición. ¿Qué animal sufre más, el tigre que salta por un aro de fuego o el gallo que se le somete a una pelea a muerte con un similar? ¿O quizás el toro al que se banderillea, pica y mata con el estoque? No voy a entrar en valoraciones. Pero todo esto sería espléndido en un sociedad ideal de pleno empleo, donde el crimen estuviera erradicado y fuera tan humana que maltratar a un animal produjera escalofríos. Pero la realidad es otra y me supone un gran esfuerzo entrar en la mente de esas personas para sentirme un defensor a ultranza de los animales. ¿Por qué? Sencillamente porque me preocupa mucho más la raza humana. En España, en México, en Ruanda, El Congo, en cualquier  país del mundo –y salvando las distancias– hay hambre, necesidades elementales, hay, en unos más que en otros, crueldad con las personas, asesinatos. En México aparecen de vez en cuando zanjas con varias docenas de muertos, enterrados por asuntos de droga, hay maltrato a secuestrados, hay tortura en muchos países del mundo y luego cuando ves a la señora o al señor con el perrito que hace sus necesidades en la vía pública y es capaz de arrancarte la vida o de agredirte cuando le llamas la atención, ves que el mundo está al revés, que nada tiene sentido.

Recuerdo un día –no lo olvidaré nunca– que iba con un amigo en el coche por las estrechas calles de la Judería cordobesa. Íbamos charlando animadamente a 10 por hora. De repente oímos un crujido bajo las ruedas del coche y un turista alemán, mayor, nos hizo señales para que nos detuviéramos. Mi compañero frenó el coche y bajó la ventanilla para ver qué quería y de repente golpeó a mi amigo en el rostro brutalmente con una paloma ensangrentada. Fue desaforado el odio que le causó el que hubiésemos arrollado a aquella paloma accidentalmente. Íbamos a un almuerzo de trabajo, de traje, y nos llenó de sangre las camisas y a mi amigo le produjo heridas en el rostro y en los ojos. En aquellos instantes de amor a los animales y odio a los seres humanos, mi amigo –no lo hizo– podría haberse bajado del vehículo  y haber golpeado a aquel anciano, pero demostró ser más humano que aquel defensor de «animales salvajes».

Amamos a los animales –no cabe duda–, pero la contrariedad de los humanos organiza partidas de caza para exterminarlos, corridas de toros para divertirse con el arte del toreo o funciones de circo que pueden servir para amar a los animales. Toda la defensa de estos animales salvajes es lícita, pero también lo es y mucho más defender a la raza humana, evitar los secuestros, las torturas, las violaciones y defender los derechos humanos sobre todas las cosas. Mientras muera un ser humano asesinado, golpeado o torturado, la defensa a ultranza de los animales será algo secundario.

 

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