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Juego de tronos y la Literatura comparada (contiene spoilers)

Por Irene Zoe Alameda , 15 junio, 2015
La princesa Shireen Baratheon es sacrificada por su padre, Stannis Baratheon, en la serie de HBO Juego de tronos.

La princesa Shireen Baratheon es sacrificada por su padre, Stannis Baratheon, en la serie de HBO Juego de tronos.

Al final del episodio nueve de la quinta temporada de Juego de tronos, la incertidumbre acerca de qué me depararía el último capítulo me llevó a aplicar las herramientas de la Literatura comparada. Tal vez así sabría cuál iba a ser la única reacción posible a la acción atroz que acababa de presenciar. Stannis Baratheon, como Abraham en el Génesis y como Agamenón en la Orestíada, no había dudado en acatar la sugerencia divina de sacrificar a su hija.

Sabemos que en la tradición judeocristiana Yahveh frenó a Abraham antes de que cortara el cuello de Isaac. El dios judeocristiano puso a prueba la fe de su fiel, pero evitó el infanticidio. La griega Artemisa, por su parte, aceptó la sangre de Ifigenia y retribuyó a Agamenón con unos vientos favorables para su regreso a Argos.

A la vista de estos precedentes, si George R.R. Martin era un autor judeocristiano, la muerte de la princesa Shireen no quedaría impune, mucho menos premiada. El mal padre adoraba al dios equivocado y sería castigado por la lógica narrativa. En el siguiente episodio iba a morir.

Sin embargo, si la cultura literaria del creador de Juego de tronos se levantaba sobre la tradición griega, la ofrenda de Shireen Baratheon, por muy dolorosa que fuera, habría sido necesaria para el buen desempeño bélico de su progenitor. Y en el siguiente capítulo sería recompensada.

Por otra parte, una de las reglas inequívocas de causa-efecto que sigue Martin es que aquellos que abandonan su plaza pierden su hogar y su vida. Eddard Stark abandonó Winterfell y perdió literalmente la cabeza; su hijo Robb Stark siguió los pasos de su padre y perdió a su madre, a su esposa, a su hijo nonato y su propia existencia; Oberyn Martell dejó el reino de Dorne y acabó masacrado por The Mountain en Kings Landing. Y el error táctico de Jon Snow, cuando se alejó de Castlerly Rock para forjar una alianza con los Wildlings, le acarreó el desafecto de sus hombres, los Nightwatch, y puso en riesgo su liderazgo y su vida.

Con estos elementos en mano, me aventuré a pensar que el final de la temporada cinco traería la muerte segura de Stannis Baratheon, un actor menos en el tablero del juego. Y si yo estaba en lo cierto, y el hermano de Robert Baratheon en efecto moría, yo podría responder a la cuestión primera: ¿qué tradición literaria prima en la mente imaginal de Martin?

Volví a la náusea que me produjo la secuencia en la que el rey ordenaba quemar viva a su niñita. Y me respondí: si el creador de Juego de tronos castiga esta acción, la suya es evidentemente la tradición juedocristiana, en la que el verdadero Dios jamás permitiría que un padre matara a su hijo.

Tras ver el ansiado episodio final de la temporada, estas certezas derivadas de las cavilaciones de la semana pasada me hacen aventurar con pocas dudas (herramientas de la Literatura comparada en mano) que en el futuro veremos una resurrección al modo mesiánico.

Adivinen de quién.

www.irenezoealameda.com


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