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India, país de contrastes

Por Redacción , 12 noviembre, 2019

India es un país increíble, país de países lleno de contrastes cargado de múltiples contradicciones e igualmente alicientes para ser visitada de norte a sur, de cabo a rabo en tu viaje a la India

Todo eso convive con ciudades como Bangalore, en la que se han establecido multinacionales vinculadas a la informática, que pretenden constituir algo así como un «silicon valley» asiático. Las grandes empresas punteras conviven con las dificultades.

Bangalore es una ciudad caótica en la que los sentidos quedan casi anulados por exceso. La vista porque todo es barroco, recargado y colorido y porque se mezclan los amarillos chillones de los miles de triciclos de transporte público con las ropas de tonos fuertes y las imágenes de mendigos tirados en las aceras.
El oído porque se conduce con el claxon para advertir de cada movimiento de coches y autobuses y se termina por quedar aturdido con el estruendo.El olfato porque los olores son intensos. El de la contaminación y el humo en la ciudad y el de los animales mezclados con las personas y moviéndose a su aire en las aldeas y los excrementos por todas partes. El gusto por la intensidad de las comidas, tan cargadas de especias y de picante que resultan imposibles para los occidentales.El tacto hay que tenerlo para estar a la altura de la amabilidad de la gente y para que no te perciban como alguien que pretende invadir sus costumbres.El tacto lo tienen los voluntarios que  trabajan con paciencia para convencer, no para imponer.
Así, Vicente Ferrer consiguió que años después de su muerte sea venerado en cada aldea de la zona de Anantapur y que sea homenajeado en cada aldea en ceremonias llamadas «puyas«, en las que cantan, engalanan con coronas de flores el busto de Vicente y juntan las manos con devoción cuando se les pregunta por él.

Sus habitantes son dalits, en cualquier aldea de la zona, con accesos complicados, en mitad de ninguna parte y rodeados de terreno árido, seco e inhóspito. Apenas hace unos años que han empezado a estudiar y a tener algo parecido a las mismas oportunidades de cualquier persona en cualquier lugar del mundo como en muchos de los viajes a Asia organizados

 

En la aldea de Chavala, un conjunto de chozas a tres horas de Anantapur, vivía Yuvaraju, un dalits de 23 años. Ahora él vive en Bangadore, es ingeniero informático y trabaja en IBM.
En la aldea sigue viviendo su familia que explica con orgullo que su hijo es el primero de esa casta que ha terminado la carrera. Muestran la modesta casa pagada con el dinero que envía su hijo y cuentan que el medio centenar de niños que les rodean han empezado a estudiar gracias al dinero que Yuvaraju envía para ayudar a los de su misma casta.

La higiene o la educación no ha llegado a la mayoría de las aldeas, en el país en el que florece una industria cinematográfica que supera a la de Hollywood y en el que se venden más teléfonos móviles que en cualquier otro

India es el país en el que los dalits te agradecen con ojos infantiles y las manos juntas que puedas apadrinar a su hija, para que pueda estudiar y dejar de ser intocable. «Namasté«, dicen cada poco inclinando la cabeza y con el peculiar movimiento de cabeza que para nosotros quiere decir «no» y para ellos es «sí».

 

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