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Homofobia gay

Por Fernando J. López , 14 marzo, 2015

«Nosotros, pareja gay, decimos no a las adopciones gay. Basta hijos de la química y úteros en alquiler. Los hijos deben tener un padre y una madre».

Con este argumento -es un decir- defienden su postura Dolce y Gabbana, imagino que sin pensar en que esa familia de la que hablan es solo una de las miles de formas de familias que existen en la actualidad. Así que lo siento por todos los hijos de parejas de gays o lesbianas, y por los de las familias monoparentales, y por los de padres divorciados, y por los que han perdido a uno  de sus padres, y por los que han sido adoptados, y por los que viven lejos de sus familias en país distinto al de su nacimiento, y por… Lo siento por todos ellos, porque la única familia verdadera es la tradicional. La que tiene un padre y una madre. Y punto. Todo lo demás no son más que sucedáneos de ese entorno ideal en el que, como sabemos, no cabe nada negativo. Porque en la familia tradicional no hay riesgo de incomunicación, ni de violencia, ni de malos tratos, ni de desapego. Eso jamás. Esos son males de las otras. De las familias artificiales que con tan buen criterio denuncian Dolce y Gabbana.

Era de esperar que los artífices de campañas tan machistas como las que ellos  nos han regalado en los últimos años tuviesen en su interior a dos homófobos mayúsculos, pero queríamos convencernos de que sus estrategias publicitarias -mujeres sometidas por un grupo de modelos masculinos entre otras lindezas- no eran más que estereotipos sexuales con los que pretendían provocar desde un cierto distanciamiento. Ahora ya sé que no, que esas campañas son parte de su forma de ver el mundo, de ese machismo que es causa y raíz de la homofobia.

No hay homófobo más nocivo que un gay. O, en este caso, que dos gays. Y esa homofobia gay es, y todos lo sabemos, una realidad. Basta darse un recorrido por ciertas aplicaciones y redes sociales para asomarse al fenómeno de la plumofobia, esa aversión a la pluma que se justifica bajo pretextos sexuales («es que no me pone») y que, en realidad, encubre algo mucho más profundo. «Fuera del ambiente» o «Muy masculino» son otros de los rasgos que o bien se exigen o bien se ostentan en esas mismas aplicaciones, porque la masculinidad en sí es un valor y el ambiente -Chueca nos libre- un entorno a evitar.

Que Dolce y Gabbana se opongan en sus declaraciones a la adopción de las familias homosexuales es, además de un ejemplo de esa homofobia gay, un acto de suma irresponsabilidad. De vez en cuando no estaría mal que quienes ocupan lugares tan visibles se planteasen qué hacen o quieren hacer con sus palabras. Lo que no saben Dolce y Gabbana es que, a pesar de su ignorancia sobre este tema, en unos años habrá cambiado el sentido del adjetivo tradicional. Porque lo tradicional es lo que se mantiene en el tiempo y la familia que pervivirá no es la que ellos defienden, sino cualquier modelo de familia -gay, hetero, monoparental…- en el que haya suficiente amor y suficiente diálogo para que esos vínculos se mantengan y hagan cada vez más fuertes. Todo lo demás, queridos Dolce y Gabbana, no son más que residuos machistas y arcaicos de mentalidades pleistocénicas. Gracias a los dos por recordarnos que, en el mundo gay hay gente que piensa -sí, de nuevo es un decir- como vosotros: es bueno estar alerta.

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