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Homenaje a Rose Luxemburg el Día del Trabajo.

Por Carlos Almira , 1 mayo, 2014

Hace mucho tiempo que el sistema capitalista fue aceptado, con más o menos entusiasmos y reservas según quien, como un orden económico y social natural. Es decir, como algo que se puede transformar sólo a condición de cambiar antes la “naturaleza humana” (la propensión al egoísmo y a la acumulación de riquezas; el miedo y el odio a la miseria; la lucha de todos contra todos en el mercado, etcétera). Siendo esto así, hoy se celebra el Día del Trabajo como se podría celebrar el ascenso de Apolo al Cielo Cristiano. La Historia, sin embargo, no la de los libros sino la de las personas de carne y hueso, parece empeñada en apuntar hacia algo muy distinto. Quizás sea hoy un día oportuno para recordar algunas cosas y, de paso, rendir un pequeño homenaje a una mujer que sí creyó en la transformación de este “orden natural”; que dedicó su vida a la organización y la lucha de los Trabajadores y a la reflexión sobre la dura realidad que le tocó vivir; y ello con honestidad y valentía (como por ejemplo, cuando se opuso tajantemente a todos los jerarcas del Socialismo europeo de la época que se desgañitaban en el verano de 1914 llamando a los trabajadores a la Primera Guerra Mundial); la mujer que participó en la revuelta espartakista, liderándola en Berlín junto a Karl Liebnecht, y que pagó, como su compañero, con su vida por ello en 1919, torturada y ejecutada por los grupos paramilitares de los que resultaría, andando el tiempo, y gracias al apoyo de la miope y amedrentada clase media y la amoral burguesía, el ascenso imparable de Partido Nacionalsocialista en Alemania: me refiero a Rose Luxemburg

Rosa Luxemburgo

Rosa Luxemburgo

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De la fecunda obra política y teórica de Rosa Luxemburgo, quiero destacar aquí una idea importante, desarrollada en su obra de 1913: “L´Accumulation du Capital”. Para el pensamiento marxista, el Sistema Capitalista no era un orden natural sino un producto de la Historia, especialmente de la Historia de Europa, que se basaba en algo tan sencillo como la expropiación de una parte (creciente) del producto del trabajo humano por parte de los propietarios de los medios de producción. Según esta concepción, anticipada a su manera por la Escuela Económica Clásica Inglesa, (la idea de la plusvalía apuntada por Adam Smith y desarrollada brillantemente, antes de Marx, por David Ricardo), el trabajador no percibe la totalidad del valor de su trabajo en concepto de salario, contenido en la mercancía, sino sólo una parte a modo de anticipo para satisfacer sus necesidades de consumo, y poder seguir trabajando el día siguiente: el resto, la llamada plusvalía, se incorpora como trabajo no retribuido en el valor total de la mercancía producida. Sin entrar aquí a juzgar otras concepciones posibles del valor (las teorías marginalistas), ni la legitimidad de esta plusvalía (que la Escuela Clásica justificaba por el aporte del propietario del capital bajo la forma de los medios de producción, sin los que el trabajo humano vivo, presente, nunca podría generar ese valor), el hecho es que hay una parte, mayor o menor según se realice el reparto entre salario, beneficio y renta, de valor en las mercancías que el propietario, que dispone de ellas para realizarlas en dinero u otros bienes equivalentes en el mercado, no ha pagado (o mejor dicho, sí ha pagado, pero con el capital ya producido, existente en la sociedad, en cuya formación ha operado la misma forma de acumulación de plusvalía no pagada salvo de este modo indirecto). Ello quiere decir que, en el momento de desembolsar el salario, el propietario no ha puesto en circulación en el mercado los medios de pago equivalentes a todo el valor del producto del trabajo contenido en ella. Esto es: que hay una parte de las mercancías para cuya compra, con independencia de los precios, el capitalista no ha desembolsado ningún valor equivalente en la sociedad.
Partiendo de esta idea, que ya desconcertara a Marx cuarenta años antes, Rosa Luxemburgo se hace una pregunta inquietante: ¿de dónde pueden salir los compradores de un valor no pagado, sino indirectamente, con una riqueza social ya realizada en su momento en el mercado (mercado de trabajo y mercado de bienes y servicios)? ¿Dónde están los compradores de lo que no ha sido pagado (los marxistas y los anarquistas dirían, de lo que ha sido robado)? ¿Cómo puede desembolsarse en el mercado el equivalente al valor de una mercancía que no ha sido puesta en circulación, sino apropiada directamente por el propietario de los bienes de producción? ¿Cómo es posible, en suma, el Sistema Capitalista?
Los propietarios no pueden consumir recíprocamente todas sus mercancías, comprándose unos a otros todo el producto no pagado en forma de salarios contenido en cada una de ellas, porque para que el sistema capitalista se desarrolle, para que se produzca una acumulación del Capital, con su consiguiente concentración cada vez en menos manos, ellos deben dedicar una parte de sus ganancias a la reinversión, al desarrollo técnico, a la compra de medios de producción renovados, al pago de salarios futuros, etcétera. Pero si ellos no pueden comprarse unos a otros las mercancías que no han pagado a sus trabajadores (ni al resto de la sociedad que pone a su disposición cada ejercicio, merced al derecho a la propiedad privada, toda la riqueza del pasado, es decir, el mundo entero), si no pueden hacerlo ni siquiera ayudados por todos los grupos sociales “no productivos” que viven a su sombra, entonces, ¿quién las comprará?
La respuesta acaso sea: Nadie. Si esto fuera así, el Sistema Capitalista estaría condenado a la superproducción crónica y creciente (acumulación de valor no pagado, y por lo tanto invendible a la larga, pese al crédito); a la autofagia y a la guerra, con o sin lucha de clases; a la destrucción de unos capitalistas por otros semejante, salvando las distancias, a la que se vería en una banda de ladrones que, viéndose impotente para “colocar” su botín, se viera obligada a matarse por él.
Rosa Luxemburgo fue despiadadamente criticada por estas ideas, por Lenin, por Kaustki, por casi todo el pensamiento socialista de su época. Tal parece ser el destino de lo nuevo y lo vivo. Para que un siglo después salgamos a manifestarnos el Primero de Mayo, a reclamar con la boca pequeña, no un orden nuevo, más justo, razonable, libre (¿somos aún capaces de imaginarlo?) sino sólo un poco de piedad a los dueños y los poderosos de este mundo: por ejemplo, más gastos sociales.
¡Viva Rose Luxemburg, viva para siempre!


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