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Historias Cotidianas

Por cesarbacale , 17 abril, 2014
2014-04-16 20.15.53

Broken Sunset, by César Bacale.

Llevaba semanas coqueteando con la idea -loca, cómo muchas de las que solía tener- de cambiar de rumbo, de hacer un trombo en su carrera hacia ninguna parte, cuando le llegó el ofrecimiento de colaborar en un nuevo proyecto de periódico digital llamado El Cotidiano. Escribir en el apartado «Historias Cotidianas» se le antojó una oportunidad preciosa para cambiar el foco de atención de su escritura.

Agotado de contemplarse y narrarse a sí mismo desde todas las formas posibles, consideró que aquella era una buena oportunidad  para escapar del narcisismo psicológico versión 2.0 en el que estaba encerrado, para probar en la arena del circo si los años de entrenamiento anónimo y su nuevo proyecto de hacer periodismo literario servirían de algo y encontrarían algún eco en el mundo real.

Tomó algunas notas en su smartphone. Quería, sobre todo, evitar  la grandilocuencia, y también, los grandes tópicos.  De tanto leer y pensar sobre todo, había llegado a reconocer y aborrecer todos los matices con los que muchos artistas y escritores justifican su auto-complacencia. Se alegró de no tener una columna propia: para eso ya tenía sus propios monumentos. Sus muchas variaciones y formas de masturbación psicológica.

Sin duda había entrado por la puerta adecuada. Nada de rimbombancias. Nada de demostraciones de erudición y snobismo retro. Debería estar prohibido atragantar al otro con la propia sabiduría (¿o es en realidad ignorancia?). Escribir pequeñas historias sobre otras personas y cosas le ayudaría a poner en cuarentena esa tediosa tendencia a sojuzgar y explicar el mundo. Huir como la peste de las parrafadas estéticas e ideológicas. Dejar de disimular y cubrir con palabras elocuentes su ignorancia,  su miedo y su torpeza.

De este modo, la vida le empujaría poco a poco a franquear la membrana de su túnel de realidad, a abandonar lentamente la zona segura y el refugio de pseudo-intelectualidad desde el que proyectaba su queja,   le haría cuestionar y burlarse de todas esas percepciones solidificadas  convertidas en creencias. Pero  sobre todo, le obligaría a abrir los ojos, a mantenerse despierto.   Eso era lo que más valoraba. Infinitamente más que el dinero y la fama que en fondo y en el no-tan-fondo buscamos todos:  No question.

Sonrió. Ese sería su mejor pago. Tener un pequeño rincón en el que aprender a sembrar, proteger y cuidar la belleza de lo cotidiano y en el que, de paso,  sanar viejísimas heridas haciéndolo.  Poder hablar desde la flexibilidad y la tranquilidad que otorga dejar de ser el centro del mundo. Poder escribir sobre la piel de un otro, al igual que hacía cada vez que daba un masaje. Seguir el contorno,  la textura y las huellas con los que la vida esculpía el cuerpo y la psique de las personas. Ahondar en ellos,  y afirmarlos también con sus ojos y su palabra, al igual que cada día intentaba hacer, y a veces hacía,  con sus manos.

Visto desde esta óptica, su trabajo no parecía tan malo. Visto desde esta óptica,  escribir parecía, de nuevo,  una tarea hermosa.


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