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Héroes cotidianos

Por Oscar M. Prieto , 16 diciembre, 2021

Despierto un minuto antes de que suene la alarma del teléfono móvil. No acabo de fiarme de la tecnología, sospecho que en algún rincón esconde una traición. Levanto las persianas. Observo el parque, los árboles de enfrente, iluminados por la agonizante luz de las farolas. Es el césped quien me facilita el dato (confío más que en Google): no ha helado. Prefiero saberlo antes de vestirme. De alguna manera presiento al frío como la única amenaza que me puede esperar fuera. No por mí, por mi hijo. Enciendo algunas luces y me dedico a esos pequeños quehaceres con los que arranca el día y que tienen lo placentero de los movimientos mil veces repetidos, sabidos, memorizados, perfectamente ajustados. El placer de lo que funciona, el placer de cada cosa en su sitio y saber dónde está. Más allá de que hoy es lunes -y parece que siempre cuesta un poco más volver a hacer girar el eje de la noria de los días y que levantarse por obligación fastidia más que levantarse a la misma hora, pero por decisión propia-, ningún monstruo nos acecha afuera. Llegamos sin problemas al colegio y dejamos a León sin preocupación. Va a aprender, con Patricia, comerá bien, con Mercedes, Carmen, Paula, y jugará y disfrutará con sus compis y amigos: Javier y Tomás, Diego, Mateo, Olivia, Inés, Guille, Daniel… Su único problema será comprobar que no le metan algodón en las zapatillas.

Ninguna angustia, ningún temor, ningún ataque concibo posible en estas rutinas cotidianas. No veo nada extraordinario en llevar sin problemas a mi hijo al colegio, lo doy por hecho, como doy por hecho un Estado de Derecho democrático que me protege y ampara, que está para darme esta seguridad, que su razón de ser es garantizarme derechos fundamentales, como es el de la educación de mi hijo.

Bendita normalidad que no exige héroes. Pero ¿se imaginan despertar cada mañana sabiendo que en la puerta de casa les esperan pintadas amenazadoras, que puede que les hayan pinchado las ruedas del coche?, ¿que al llegar al colegio les reciba un piquete de energúmenos vociferantes? ¿Imaginan a un niño de cinco años al que escupen, apartan, desprecian, porque quieren que se eduque también en Castellano? ¿Se imaginan ustedes? ¿Y que además este linchamiento se promueva e incite desde las instancias que en teoría deberían protegerlo? Cuesta imaginarlo, sí, pero este linchamiento está pasando. Impunemente.

Salud.

www.oscarmprieto.com

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