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Good Bye Europa

Por Carlos Almira , 21 febrero, 2015

Tras un tira y afloja más o menos tenso y orquestado para la galería, el Gobierno de Atenas ha cedido en lo fundamental, ante las presiones de la Comisión Europea y deberá presentar este próximo lunes una lista creíble de reformas, que prolongarán el sufrimiento de buena parte de su población, si quiere recibir la ampliación del crédito acordado por el Banco Central Europeo y el FMI entre otros, por otros cuatro meses.

¿Qué otra cosa podía hacer? En cualquier caso, buena parte de la opinión pública se regocija a esta hora ante lo que parece la confirmación del sentido común, que siempre ha reclamado una vigencia universal: “las deudas hay que pagarlas”; “el dinero manda”, etcétera. También habrá quien se alegre porque “su país” no perderá los miles de millones de euros que, a tenor de las informaciones de los medios, los griegos iban a “robarnos” con su impago. Estarán igualmente exultantes quienes quieran ver en este gesto de claudicación un anticipo del fracaso de movimientos similares a Siryza, que amenazaban con extenderse en otros países europeos. Por último, ¿los menos?, deben andar consternados por este gesto, que interpretarán bien como una traición más de los políticos a sus ciudadanos, bien como una demostración de la primacía de la Razón de la Fuerza sobre la Fuerza de la Razón, a que la Historia nos tiene tan acostumbrados, por desgracia.

¡Atenas ha cedido, al fin! El niño malo vuelve a la fila. Ahora, pensarán muchos, empezarán a despejarse algunas incertidumbres macroeconómicas: los inversores se calmarán; la Bolsa recobrará su alegre impulso; los Mercados volverán a confiar en la vieja Europa. No es descabellado aventurar que, en pocos meses, la odiosa crisis se empiece a alejar de nosotros: que aumente el crédito a las empresas y a las familias; que repunte el consumo; que vuelvan las inversiones; que crezca por fin, el empleo; y sobre todo, que la mala cabeza de tanta gente indignada, seducida por los “populismos”, vuelva a creer en sus instituciones, vuelva al redil del sacrosanto Estado de Partidos, que desde 1945 ha labrado el bienestar y la prosperidad de Europa. Los Rajoy, los Pedro Sánchez, los Albert Rivera del viejo continente, deben estar al borde de las lágrimas, de emoción.

Siento tener que aguarles la fiesta con estas razones:
1. No es verdad que el crecimiento económico se traduzca automáticamente en un crecimiento del empleo, el consumo y el bienestar social. La coexistencia de inflación y estancamiento del PIB (stangflación), conocida desde los años 1970, dio paso en el nuevo siglo a la coexistencia de crecimiento del PIB, deflación y paro estructural. Aunque el PIB en España volviera a tasas de incremento del 3%, del 4% anual, ello no iba a mejorar necesariamente el empleo, ni menos aún las condiciones laborales ni de bienestar social de la población, por la sencilla razón de que el modelo de desarrollo del Capitalismo basado en el pleno empleo, el consumismo y el bienestar, que rigió durante la fase de expansión (años 1950/60), ha quedado hace tiempo desfasado, desde la Primera Crisis del Petróleo de 1973, cuando empezó a ser sustituido por un modelo de desarrollo basado en el paro estructural, la precariedad (“flexibilidad”) laboral, el endeudamiento público y privado, el miedo y la coacción (el fin del sueño de la Democracia que, ironías de la Historia, ha empezado a materializarse en Atenas). Esto último tiene que ver con el dinero.

2. No es verdad que el Banco Central Europeo, el FMI, los inversores privados internacionales, etcétera, hayan desembolsado nunca los miles de millones de euros que ahora exigen, con sus correspondientes intereses sacrosantos, a los díscolos griegos. En torno al 90% de los medios de pago que circulan desde los años 90 del pasado siglo por todo el mundo, no están constituidos por dinero fiduciario, legal (por papel moneda del Estado), sino por dinero bancario (apuntes en cuenta creados por los propios bancos privados e instituciones similares, para prestarlo a interés). Estos miles de millones de euros que los griegos “nos deben” nunca existieron hasta que sus acreedores, los llamados mercados financieros, los anotaron como débito en cuenta. Nacieron ya como dinero deuda (dinero de esclavos). Ningún inversor privado ni institucional hubo de renunciar nunca a ellos en beneficio de los alocados griegos, por la sencilla razón de que estos miles de millones de euros (una buena parte de ellos), a diferencia de los sí tendrán que devolver los griegos, fueron creados de la nada, por utilizar la expresión del Premio Nobel de Economía, Allais Maurice.

3. Si esto es así, si en torno al 90% de los medios de pago (dinero) con los que compramos, transferimos, etcétera, en nuestra vida cotidiana, es dinero-deuda (véase el interesante estudio de los catedráticos de Economía Vicent Navarro y Juan Torres López “Los amos del mundo. Las armas del Terrorismo Financiero”), es decir, constituyen medios de pago puestos a disposición de empresas y familias bajo la forma de crédito a interés (o en su caso, inversión), a petición de los interesados en la correspondiente ventanilla del Banco privado de turno, entonces el modelo económico basado en el pleno empleo, el bienestar, las cuentas públicas saneadas, los derechos sociales, etcétera, obstaculiza el negocio bancario, que consiste en crear de la nada (con sólo el 10% de garantía en depósito o recursos tangibles propios) y obtener un interés de su préstamo, este dinero bancario. En la medida en que el dinero manda, quienes disponen de él hoy por hoy (como ha puesto una vez más de manifiesto la claudicación del gobierno griego ante los mamporreros de Bruselas), impondrán, están imponiendo ya, el modelo más acorde a sus intereses: esto es, una economía basada en el endeudamiento acelerado, ruinoso, público y privado; en la reducción de ingresos; en la precariedad; en el miedo y la resignación y la mentira de toda nuestra vida; y en la destrucción (desmantelamiento) de lo poco o mucho que tenían nuestros Estados de Partidos, de Democracia.la guerra
Yo no me identifico ni con los que se alegran ni con los pesimistas. Creo que ésta es una lucha muy larga, histórica: de un lado, los esclavos, sus capataces y sus señores; de otro, quienes aún creemos que la esencia del ser humano es ser libres. Decía Dostoievski, criticando a los revolucionarios rusos y a los nihilistas de su época, que la creación del Paraíso en la Tierra no vale las lágrimas de un niño atormentado. Yo añado: “la conservación del mundo en el que vivimos, tampoco”.

El sueño de Europa va camino de convertirse en una pesadilla. Si a tantos alemanes, franceses, italianos, españoles, etcétera, les parece bien la tasa de mortalidad infantil actual en Grecia, el índice de suicidios, por no hablar de la miseria vergonzante de tantos seres humanos que podrían ser nuestros hermanos, hijos, compañeros y amigos, si eso es visto con tanta distancia y naturalidad por la mayoría de los «europeos», ¿por qué tengo yo que escandalizarme de la barbarie de la guerra en Ucrania? ¿Por qué debería yo lamentar que el ejército ruso llegase un día a Polonia, a las puertas de Alemania? Esta Europa ya no simboliza para mí la civilización, ni las libertades, ni la democracia, ni nada positivo, y por lo que a mí respecta no merece perdurar ni un instante más.


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