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Extranjeros

Por José Luis Muñoz , 29 septiembre, 2020

Hace unos días cogí un convoy de los ferrocarriles de la Generalitat y me sorprendió gratamente saber que estaba viajando en el tren Joaquim Carbó. Las paredes del vagón estaban ilustradas, en homenaje al autor catalán al que conozco personalmente y con el que tuve, en un momento de mi vida, una relación más estrecha, con algunas frases brillantes salidas de su pluma.  Celebré la iniciativa, inmediatamente, como toda que vaya en fomento de la lectura. Me dije que los ferrocarriles de la Generalitat habían tenido una brillante idea en cuanto a la promoción y difusión de los autores catalanes. Mi alegría fue transitoria pues, en el mismo momento que  celebraba la iniciativa cultural, me pregunté por qué no habría también, en el caso de que el parque de trenes de los FCGC lo permitiera, un tren Joan Marsé, Manuel Vázquez Montalbán o Enrique Vila-Matas y cien escritores catalanes más que utilizan el castellano.

El Govern de Catalunya lleva, desde el minuto uno, promocionando la literatura de autores catalanes que escriben en catalán, algo que no puedo más que apoyar. Todo lo que sea promoción cultural, bienvenido sea. Pero ¿y los autores catalanes que escriben en castellano y son tan catalanes, o quizá a ojos de la Generalitat no, como los que escriben en catalán? Leo que a estos se les excluye de una campaña de promoción de la lectura, se les discrimina por el hecho de utilizar en sus creaciones literarias una de las tres lenguas oficiales de la Comunidad, ya que el occitano que se habla en la Val d’Aran sí está incluida en esa campaña.

Podría doler, aunque a estas alturas creo que no, se acepta y produce indiferencia, el sistemático ninguneo de los autores catalanes que utilizan el castellano como su lengua de expresión en Cataluña. El carácter excluyente de esta campaña me recuerda mucho a la que, desde el polo opuesto, por parte de algunos partidos políticos, hacen de las lenguas que se hablan en la península y la enriquecen culturalmente hablando: castellano, catalán, occitano, euskera y gallego. Si no fuera por reyertas políticas, que todo lo tergiversan, deberían sentirse orgullosos aquí y allá, y me consta que lo están. Orgullosos los españoles de tener a un Joan Maragall, una Mercè Rodoreda, un Llorenç Villallonga, un Ramon Llull o un Manuel de Pedrolo, y orgullosos los catalanes de tener un Juan Marsé, un Manuel Vázquez Montalbán, un Carlos Barral o un Juan y Luis Goytisolo.

La política, o mejor dicho, el politiqueo de baja estofa y vuelo corto, lo corrompe y distorsiona todo. Uno de los grandes valores de Catalunya fue el mestizaje, el aceptar otras culturas que permearon en la sociedad catalana y forman parte ya de ella por propio derecho pese a las afirmaciones racistas de algún político nacionalista pendiente de ser juzgado por trama mafiosa. En Catalunya se habla indistintamente catalán, castellano y occitano, si uno se dirige al Val d’Aran, se celebra una feria de abril popular y una catalana aflamencada triunfa con su voz por medio mundo. Los idiomas no se hicieron para desunir sino para comunicar, aunque hubo algún editor iluminado al que se le ocurrió traducir El Quijote y Cien años de soledad al catalán como si los catalanes no supieran leerlos en su idioma original. Lo cierto es que la mayor parte de los gobiernos de Cataluña (no los catalanes), territorio en donde residen casi todas las mayores editoriales de España que publican en castellano, lleva toda la vida ninguneando a quienes escribimos en castellano como si fuéramos extranjeros. Excluirlos expresamente de esa promoción de la lectura retrata el provincianismo y papanatismo de los gobernantes que nos tocan sufrir.

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