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En la tierra del olvido

Por David Acebes , 8 mayo, 2015
CESAR DE MEDINA BOCOS

CESAR DE MEDINA BOCOS

Lo lógico sería amar la tierra que te ha visto nacer. Esto ocurre en el caso de los catalanes, de los gallegos o de los andaluces, quienes suelen vanagloriarse de lo que tienen y saben vender «este amor por su tierra» al resto de los españoles. Sin embargo, esto no sucede en Castilla. Aquí, sobre todo en Valladolid, donde nací y donde resido, a menudo me encuentro con personas que desdeñan esta tierra; sus costumbres, sus personajes o simplemente sus paisajes. Para corregir este hecho, que juzgo como una ofensa injusta, he decidido rescatar del letargo la figura de un gran poeta vallisoletano, César de Medina Bocos, a quien sus propios paisanos sepultaron en la tierra del olvido.

César de Medina Bocos nació en Pedrajas de San Esteban (Valladolid) a finales del siglo XIX. La primera referencia que tuve de él la encontré en un libro de Lorenzo Rubio González, que recogía las palabras de su gran amigo, el también poeta Nicomedes Sanz y Ruiz de la Peña, quien por su parte le describió de esta manera un tanto quijotesca: «Enjuto de carne, con perfil semita, rubio, con la hirsuta barba florida, acicalada y noble, el don César de mi tiempo tiene estampa bíblica, que resulta entonada con el ceño de la gleba y con la tradición castellana». He de reconocer que la descripción del maestro Nicomedes me subyugó sobremanera, pues enseguida me imaginé al bueno de Medina Bocos como un poeta hidalgo de la vieja estirpe. Un poeta, de los de antes, al que sería interesante conocer.

Por tal motivo, en cuanto tuve ocasión, me propuse encontrar su libro, publicado en 1915, «Espigas y racimos. Poesías Castellanas», que según Lorenzo Rubio contenía los mejores poemas del poeta. La verdad es que no fue tarea fácil. El único ejemplar que pude encontrar pertenecía a una biblioteca que no me lo prestó, pues –como simple poeta que soy- carezco de carné de investigador. La suerte, sin embargo, estaba de mi parte. Una amiga, cuyo marido es descendiente lejano de don César, lo encontró en su trastero y me lo cedió. De esta manera, el libro cayó en mis manos y en cuanto lo hojeé confirmé lo que había intuido: me encontraba ante un gran poeta olvidado. Cierto es que no toda su obra tiene el mismo nivel poético, pero no es menos cierto que tiene dos poemas («Convite» y «Pintado del Natural») que, desde mi punto de vista, merecen ser conocidos por el gran público. ¡Ay, cuántos poetas han pasado a la historia con solo un par de poemas buenos! Sin embargo, antes de comentar uno de esos poemas que en particular sobresalen de su obra, quisiera transcribir los últimos versos con los que el poeta castellano termina su libro. Son unos versos premonitorios: “Bien sé que andando el tiempo, de seguro, / lleno de polvo, en el desván obscuro, / dormirás olvidado en un rincón.” ¿No les parece sorprendente? Son versos escritos desde la más absoluta conciencia de lo que significa ser poeta. Hace cien años, Medina Bocos ya intuía que su futuro sería este; amontonar polvo en un trastero, lejos de la gloria literaria, olvidado por sus propios paisanos. Sí, aquellos paisanos a los que él tanto había loado. Mas, fíjense cómo son las cosas, justo un siglo después, llega un servidor y recupera su libro, exhumando sus viejos poemas del olvido. No me negarán ustedes que en todo esto hay una suerte de justicia poética.

ESPIGAS Y RACIMOS. POESÍAS CASTELLANAS

ESPIGAS Y RACIMOS. POESÍAS CASTELLANAS

En su honor, les invito a que lean un fragmento del poema «Pintado del Natural» y que, a mi entender, es uno de lo más representativos de la obra de Medina Bocos. Un poema de estilo sencillo que aglutina en sus versos un amor ilimitado por su tierra.

   ¡Y dicen que en Castilla no hay paisajes!

Lo que no hay es pintores; yo quisiera

que viesen todos hoy desde este sitio

la vista de mi aldea

como alondra posada

sobre un terrón en la llanura escueta.

   ¡Qué calma y majestad en el terruño!

¡Qué solemne quietud y qué grandeza!

¡Aquí hay ambiente, hay alma, hay poesía!

¡Y notas de color! ¿Pues no ha de haberlas?

En Castilla hay paisajes, ¡ya lo creo!

Pero pintores no… ¡Si yo pudiera!

    El cielo limpio, azul y transparente.

A un lado el verde gris de la alameda.

Y campos siena y amarillo y grises

en perspectiva inmensa.

[…]

   En Castilla hay paisaje; ¡y es magnífico!;

pero hace falta quien pintarle sepa.

Yo sé pintar barbechos y rastrojos

y también la alameda,

los tordos en el prado

y las casas, la torre… ¡y la cigüeña!

¡Pero quien pinta el alma del paisaje!!

¿Hay alguno que tenga

el soberano acierto

de fijar en la tela

la grave majestad de esta llanura

y de este cielo azul la transparencia?

    Pintores: ya lo oís; aquí hacéis falta.

¡Yo le cedo el pincel a quien se atreva!

¿Cómo no compartir la opinión de Medina Bocos? No es que Castilla no tenga paisajes. Es que no hay pintores que sepan pintar su verdadera alma. Pintores que tengan el soberano acierto de plasmar en sus telas la grave majestad de su llanura o la deliciosa transparencia de su cielo azul… Por tanto, queridos pintores de España, yo os invito a que vengáis a esta tierra pulcra y bella. A esta tierra que piso con orgullo y que con firmeza me sostiene. A ver si alguno de vosotros es capaz de pintarla como ella se merece…


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