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El secreto de Adaline

Por Irene Zoe Alameda , 1 agosto, 2015
Cartel de la película El secreto de Adaline (Lakeshore Entertainment, Sidney Kimmel Entertainment, Sierra / Affinity)

Cartel de la película El secreto de Adaline (Lakeshore Entertainment,
Sidney Kimmel Entertainment,
Sierra / Affinity)

 

El secreto de Adaline, dirigido por Lee Toland Krieger, es un filme con aspiraciones de cine clásico, un drama romántico con una preciosa fotografía, una sugestiva banda sonora y una interpretación grácil por parte de su sólido reparto: Blake Lively, Michiel Huisman, Harrison Ford, Ellen Burstyn y Kathy Baker.

Pese a que el planteamiento de la película, en torno a una mujer inmortal obligada a ocultar el secreto de su eterna juventud, se presta a interesantes derivas narrativas -el sentido de la vida, la importancia del conocimiento y la naturaleza de los afectos-, el guión no las explora en ningún caso, dejando patente que la sobrenatural condición de Adaline es simplemente una anécdota para justificar el verdadero propósito de la producción, que no es otro que el de capturar la redención mediante el amor de la bella protagonista.

El resultado es hermoso y por tanto agradable de ver. Sólo en una ocasión se logra plasmar el verdadero drama que supondría para alguien la vida eterna en un mundo efímero: en la secuencia en la que Adaline se enfrenta al álbum de fotografías de todas las mascotas que ha tenido en su vida. Es al despedirse del último de sus perritos, las únicas compañías que se ha permitido tener a lo largo de todo un siglo, cuando sospechamos el infinito dolor que encierra el corazón de una inmortal. Blake Lively sobrecoge en un momento que logra trascender lo anecdótico y asomarnos al abismo de soledad en el que su personaje ha habitado sin desearlo. Se trata este de un instante profundo que nos conduce a otra notable secuencia, en la que la protagonista se reencuentra con su ya anciana hija.

Pese a estos destellos, el resultado está plagado de oportunidades perdidas: el director intenta, pero no logra, revisar la historia americana al modo de Robert Zemeckis en Forrest Gump; tampoco consigue hacer que nos impliquemos en cuestiones trascendentes sobre el tiempo y la mortalidad, como sí lo consiguió Russell Mulcahy en Los inmortales; ni siquiera se detiene, pese a que apunta a ello, a reflexionar sobre la sustancia, experiencial y física, de la que tal vez esté hecho el amor. Por el contrario, da la impresión de que los creadores de El secreto de Adaline han hecho un verdadero esfuerzo para apartar del metraje la plena vivencia de alguien que lo ha visto y lo ha vivido todo en favor de un desdibujado y plano retrato emocional… Elementos sustanciales apartados del guión y supeditados a la innegable química de la pareja protagonista.

Una película linda e insulsa para adolescentes enamorados o con ganas de estarlo.

 

www.irenezoealameda.com

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