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El mundo que se nos viene encima.

Por Carlos Almira , 27 agosto, 2020

La característica que quiero resaltar aquí es el paso de una sociedad basada en recursos y fuentes de energía fundamentalmente renovables (el sol, el viento, el agua, la madera, la fuerza de trabajo animal y humana), a una sociedad basada en el carbón, el petróleo, el gas natural… Este paso se produjo a partir de la Primera Revolución Industrial. Se combinó con una fuerte innovación tecnológica (máquina de vapor…); con una notable transformación social y productiva (paso del taller a la fábrica, del campo a la ciudad); con una revolución de la cultura política (de la sociedad de los estamentos y los privilegios a la sociedad de las clases y la soberanía ciudadana). La vida cotidiana experimentó una transformación única en la Historia, gracias a las revoluciones en la producción, el consumo y el transporte. Todo ello repercutió y se vio, a su vez, favorecido, por el progreso de las Ciencias Naturales. Se pasó de la sociedad tradicional (articulada en torno a la autoridad, el parentesco, la vecindad, la religión, la tradición local) a la sociedad del individuo, la sociedad de masas.

Ahora supongamos (me he levantado optimista) que este modelo extractivista se ha agotado. ¿Qué consecuencias puede tener esto? Primero, la cantidad y variedad de bienes y servicios disponibles se reduce a la propia de la sociedad pre industrial. ¿Y la tecnología? Puede corregir esto al alza, pero sólo hasta cierto punto, pues la propia tecnología, hoy por hoy, depende de este modelo extractivista (por ejemplo, de la electricidad producida con fuentes de energía no renovables). Segundo: la movilidad de la gente cae a parámetros comparables a los de la sociedad pre industrial (donde lo corriente era nacer, vivir y morir en un radio de unos cuarenta kilómetros). Tercero, la población vuelve a dispersarse en el territorio, revirtiéndose el proceso de urbanización, al no poder garantizar ya la supervivencia las grandes y medianas ciudades. Cuarto, esta población sujeta a la nueva escasez y dispersa fuera de las ciudades, se aglutina en torno a nuevos «señores» (re-feudalización), contra la cultura y las formas de relación política basadas en los derechos ciudadanos. Aquí la tecnología puede introducir también alguna corrección, siempre entre la reinvención de lo nuevo y el colapso. Aquí, también, la pervivencia de normas de conducta individualistas, propias de la sociedad de masas, puede solaparse con la reaparición de formas de socialización anteriores, basadas en el parentesco, la vecindad, la definición común, local, del Mundo, del Bien, la Tradición).

Las epidemias (pandemias) pueden reforzar estas tendencias regresivas, e introducir matices. Mueren antes los más viejos, los enfermos, los más vulnerables, los más pobres (hacinados, obesos). Se congelan las relaciones humanas para evitar el contagio. Se congelan las libertades. Se activan las tecnologías de control. En cuanto al cambio climático, puede provocar grandes movimientos migratorios (al volver inhabitable buena parte del planeta). Aumentar los conflictos, las guerras regionales, por los recursos básicos cada vez más escasos (la tierra, el agua, el aire). También aquí la tecnología puede introducir matices (por ejemplo, favorecer aunque sea temporalmente, la existencia de burbujas habitables, en términos climáticos y de recursos, donde sólo tengan acceso los más ricos y quienes renuncien a ser libres).

Los seres humanos que podíamos haber revertido estas tendencias destructivas, aún vivíamos en ciudades grandes o medianas. Aún disponíamos de bienes y servicios a escala planetaria. Aún viajábamos en avión y recorríamos alguna vez largas distancias. Aún disponíamos del tiempo, la información, el conocimiento y los recursos necesarios para cambiar el mundo, o para hacerlo, simplemente, habitable. No lo hicimos.

¿Lo harán las generaciones que vienen, constreñidas, sometidas a la lógica de la supervivencia?

 

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