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El mundo de nuestros hijos.

Por Carlos Almira , 3 septiembre, 2014

Muchos tenemos la impresión de que las próximas generaciones (por no hablar de las presentes) van a vivir en un mundo mucho más difícil que el nuestro: es decir, en unas condiciones económicas y sociales peores que las que parecían consolidadas en Europa y, en general, en el mundo desarrollado desde la edad de oro del capitalismo (años 1955-1973). Sin prejuzgar nada, pues nadie conoce el futuro, quiero resumir aquí dos posibilidades extremas y expresar lo que yo aconsejaría a mis hijos, aquí y ahora, si creyera que va a cumplirse una u otra.

El día de mañana

El día de mañana

La primera opción es la más optimista: según esta, la crisis que estamos viviendo no afectará al sistema capitalista tal y como se configuró desde la Primera Revolución Industrial. Esta lectura incide en el carácter cíclico y coyuntural de la presente contracción económica, agravado en todo caso por unas prácticas financieras desreguladas y por ciertos elementos medioambientales negativos, como la escasez de recursos energéticos básicos tradicionales como el petróleo, algunos procesos de desertización localizados, la escasez de agua, el incremento de la población, etcétera. Todos estos elementos, coyunturales, en la visión optimista, podrían ser subsanados por formas de gestión más racional y por un desarrollo tecnológico compensador. En cuanto a la crisis propiamente dicha, para esta interpretación neoliberal sería económica (y no institucional, y menos aún de Civilización); exigiría un reajuste duro, en especial del factor trabajo en las zonas donde este había sido “demasiado” protegido por el Estado al menos desde 1945; pues al haberse globalizado la economía, el precio del trabajo (salario) debería bajar en estos nichos antes privilegiados hasta homologarse en términos de productividad y competitividad con el coste del mismo en el resto del mundo. Una vez hecho esto, y una vez desregulada la contratación, estos países volverían a remontar en el crecimiento de sus PIB nacionales, gracias a un crecimiento de sus exportaciones y de las inversiones de capital exterior en sus economías saneadas. Por supuesto, contando con un control severo del gasto público (con el consiguiente desmantelamiento de los servicios básicos a la comunidad), en un proceso de inmersión pura y dura en la economía de libre mercado, uno de cuyos principios ideológicos básicos es que la búsqueda del interés privado, en condiciones de plena libertad (ausencia de trabas extra económicas institucionales) favorece, tarde o temprano, el progreso del conjunto de la sociedad.
Si esta visión optimista fuera la mía, como padre, yo intentaría por todos los medios que mis hijos se prepararan para buscar en los próximos años trabajo en el mercado global (Europa, EE.UU., Australia, etcétera). Es decir, que se cualificaran hasta el nivel óptimo en estudios técnicos, ingeniería, jurídicos o de servicios con fuerte demanda en el mercado laboral internacional, y que aprendieran el inglés y otro idioma secundario hasta el nivel más próximo al bilingüismo. Para este mundo posible el mejor enfoque sería el cosmopolita: los animaría y ayudaría a ingresar por méritos y cualificaciones propias en el segmento más alto de la masa laboral global, en vistas a la demanda futura, o a acercarse lo más posible a ese estado.
En el otro extremo estaría la visión pesimista (que desde la postura neoliberal anterior, sería descalificada como “catastrofista”). Según esta perspectiva, la crisis actual no es cíclica ni coyuntural, sino de fondo y sistémica. No estaríamos pues, ante una mala coyuntura económica sino ante un desajuste global, una crisis institucional, o incluso una fractura de modelo de Civilización, sin vuelta a atrás. Ello sería así, entre otras cosas: 1ºpor las contradicciones insolubles a que habría conducido al sistema el propio capitalismo financiero (no por problemas puntuales, por malas prácticas individuales o grupales, etcétera, sino por la esencia misma del sistema: a saber, la creación y destrucción privada, continua y sin control de la masa monetaria por la Banca y las Instituciones financieras privadas –el dinero secundario-; y por la imposibilidad estructural de hacer crecer el mercado de bienes y servicios al par que la competitividad global –por no hablar de la creciente masa de plusvalía que, por definición, sólo puede colocarse como mercancía en el mercado de bienes y servicios, a crédito, al no haber puesto en circulación los medios necesarios para su compra efectiva); y 2º por la degradación sistémica del nicho ecológico humano, incompatible (por sus límites, tamaño y ritmos de renovación, adaptación y crecimiento) con un progreso material ilimitado, aún en el mejor de los escenarios posibles de la evolución tecnológica.
En esta visión pesimista, la actual crisis es en realidad el preámbulo de una mutación sin vuelta atrás hacia condiciones de vida extremas que, por un camino u otro, (guerras, revoluciones, epidemias, sequía, etcétera) van a conducir a la extinción a una parte de la humanidad.
Si yo creyera que este escenario es probable, intentaría orientar y ayudar a mis hijos de la siguiente forma: 1º que se enraizasen, a ser posible en una comunidad pequeña (fuera y lo más lejos posible de las ciudades), estableciendo fuertes lazos de cooperación con sus allegados y vecinos, algo parecido a lo que ocurrió durante la crisis del Bajo Imperio Romano; 2º que aprendiesen los oficios manuales más prácticos e inmediatamente relacionados con la supervivencia (a cultivar la tierra, a cuidar del ganado, a reconocer y utilizar las plantas, a fabricar toda clase de utensilios, casas pequeñas, etcétera, y a defenderse y proteger sus casas y sus pueblos, a sus vecinos y familias de toda clase de merodeadores, poderosos o no); 3º que no se endeudasen, pues si el sistema quiebra es muy posible que los actuales acreedores traspasen sus derechos a otros con menos escrúpulos aún, que querrán cobrarse a toda costa, y en unas circunstancias económicas degradadas, fundamentalmente con trabajo obligatorio (esclavo).
Francamente, yo espero que el mundo de nuestros hijos no sea ni el previsto por los optimistas ni el vislumbrado por los más pesimistas. Podrían darse muchas situaciones intermedias (nadie sabe el futuro): por ejemplo, que la crisis fuera sistémica pero permitiese un cierto margen de maniobra a los agentes sociales, donde prevaleciese la sensatez y la imaginación, no para refundar el Capitalismo sino para crear otro mundo mejor. Quizás es preciso que todo parezca hundirse para que se empiece a ver algo distinto, concreto y posible en bien de la humanidad.
Como decía el poeta: Quizás “hay que caer con todo el peso/para volar con toda el alma”. Esperemos.


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