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El desastre

Por José Luis Muñoz , 30 julio, 2019

El poder es un mal compañero de viaje. Lo imagino, porque jamás ostenté poder y dudo que lo haga en una próxima reencarnación. El espectáculo que ha dado el PSOE capitaneado por Pedro Sánchez en los últimos ochenta días debería inhabilitarle de por vida para ejercer funciones de presidente de una nación. Confieso que, en un momento de debilidad emocional, cuando fue defenestrado por su propio partido, acuchillado por la espalda como Julio César, sentí simpatía por él. Debe de ser mi querencia por los perdedores. Luego, cuando en su lucha titánica, recuperó la secretaría del partido contra su propio aparato y los barones, con el apoyo de sus bases, concebí la vaga esperanza de que el PSOE, por fin, se escorase a la izquierda. Me equivoqué, como en casi todo.

A nadie, con dos dedos de inteligencia, se le ocurre no dialogar con su socio preferente, sino insultarlo, humillarlo en todos los foros y echarle encima la culpa de una negociación que jamás tuvo lugar por la sencilla razón de que Pedro Sánchez jamás se planteó un gobierno de coalición. Anda flojo de matemáticas y los resultados de su sesión de investidura acreditan el suspenso. El bloque de la moción de censura estaba dispuesto, a cambio de casi nada, a darle la presidencia del país, pero él se encargó de ningunearlo y despreciarlo. Seamos serios. Pedro Sánchez tuvo 80 días para sentarse con Unidas Podemos, con el PNV y con ERC, y no lo hizo. No sabemos con quién se reunió en ese largo periodo vacacional que se tomó tras disolver las cortes y ganar las elecciones. Pedro Sánchez es jugador de póker mediocre, pero no político. El buen político se caracteriza por su habilidad de llegar a acuerdos y pactos con sus afines, tener cintura y reflejos, ser conciliador y seductor. Suerte que Unidos Podemos era su opción preferente. El desprecio con que ha tratado a esa formación y su resentimiento personal hacia Pablo Iglesias, pasarán seguramente a la historia política de este país. Pablo Iglesias pecó de inocente si creyó que alguna vez iba a sentar a miembros de su formación en el consejo de ministros. Esto jamás estaba planteado. Pedro Sánchez quería la sumisión total y absoluta de su formación a su izquierda sencillamente para laminarla, y, a ser posible, liquidarla. El caínismo que siempre persigue a la izquierda, suponiendo que el PSOE sea izquierda y pulpo animal de compañía, ha propiciado el desastre. Es de una torpeza inaudita que en su sesión de investidura el presidenciable se harte de hacer guiños a la derecha e insulte a su socio preferente. Dicho esto, Pablo Iglesias, que se cercenó la cabeza para nada, no estuvo a la altura al no aceptar la última oferta del PSOE, arrancada con arcadas al partido fundado por su homónimo, aunque habrían saltado chispas en cada consejo de ministros. Esa última oferta no era tan mala como para ser rechazada, pero los puentes ya estaban rotos y la testosterona de los dos machos alfa estaba muy subida.

 

En el Congreso se enterró la posibilidad de un gobierno progresista que habría salido sin ningún problema si hubiera primado la política, porque los números daban y el país lo exigía. Pedro Sánchez, como le vaticinó Pablo Iglesias, jamás será presidente del gobierno otra vez. Su incapacidad para gestionar esa coalición que le pidieron sus electores y los de Unidos Podemos le pasará factura si convoca nuevas elecciones. La izquierda castiga este tipo de comportamientos con la abstención y sus asesores deberían decírselo. Si cree que un mejor resultado electoral le va a capacitar para formar gobierno sigue suspendiendo las matemáticas. La última oportunidad la ha dejado escapar. Pedro Sánchez le ha disparado un tiro en la nuca a Pedro Sánchez. No se pierde el país gran cosa, la verdad.

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