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Dignidad

Por José Luis Muñoz , 23 marzo, 2014

dignidadLas diferentes marchas que, desde todos los puntos de España, tomaron ayer la ciudad de Madrid y colapsaron el centro de la capital—no vamos a entrar aquí en la discusión de si eran dos millones de personas o varios cientos de miles, el asunto es que eran muchos y nos representaban, a mí, por ejemplo, a muchos que no estuvimos en ellas—lo hicieron ayer por la dignidad, lo único que les queda a unos cuantos millones de españoles, cada vez más, a pesar del optimismo sin base del gobierno, que han perdido el trabajo, las prestaciones sociales, la sanidad, la vivienda, la educación, que, literalmente lo han perdido todo y, por lo tanto, ya no pueden perder más que eso, la dignidad, porque es intangible.

Las diferentes mareas, blancas, verdes, rojas, las protestas sectoriales—allí estaban también los trabajadores de Coca-Cola y Pan Rico haciendo oír su voz y pidiendo el boicot de la población a sus empresas—hicieron oír de forma unánime y contundente una sola voz contra la insoportable situación a las que, día a día, con medidas cada vez más injustas y lesivas contra la población, nos aboca el gobierno de Mariano Rajoy del que no se salva un solo ministro—el mirlo blanco de Ruíz Gallardón ha devenido en aguilucho del ideario más reaccionarias de la Conferencia Episcopal de Roucco Varela; del religioso ministro opusdeísta de interior aún se esperan las explicaciones claras, y a la asunción de responsabilidades, sobre la tragedia de Tarajal; las reformas educativas de Wert han suscitado una unánime repulsa social; nunca la Sanidad, uno de nuestros logros del estado de bienestar por el que hemos entonado un réquiem,  había estado tan mal como con Ana Mato, y eso sin hablar de la sombra de corrupción que pesa sobre buena parte del Partido Popular y que espero que los jueces, si les dejan, lleguen a dirimir—.

La situación política y social de España es, en estos momentos, muy compleja, y a ello se suma el desafío independentista del presidente de la Generalitat de Catalunya Artur Mas, para tensar aún más la cuerda. Si la calle no se ha incendiado, que ya se incendia—los sucesos de Gamonal; el violento desenlace de la manifestación de ayer con un balance considerable de heridos, sobre todo de las fuerzas antidisturbios, trabajadores que, como los que se manifiestan, sufren los brutales recortes de este gobierno y no son, por tanto, el enemigo sino el compañero, con lo cual condeno los excesos vandálicos de algunos manifestantes que se ensañaron con ellos, de la misma forma que condeno la violencia policial cuando esta se produce—es por la estructura social de la sociedad española que gira en torno a la familia y la solidaridad que funciona de forma admirable, pero eso son habas contadas, una carga que no se puede soportar demasiado tiempo, que cesará cuando esos padres o abuelos pensionistas queden sencillamente exhaustos o fallezcan.

No sé si el gobierno es consciente del polvorín que está alimentando, quizá no porque espera no tener que gobernar en un plazo breve de tiempo—y eso depende de nosotros, de nuestros votos más la presión de la calle, ambas tácticas democráticas para apartar del poder a los que tanto mal nos están haciendo—y si su cortoplacismo no les hace ver más allá de las anteojeras con las que parecen caminar. La sociedad española, y buena parte de la europea, está harta de que las decisiones que atañen a su vida diaria las tomen unos señores a los que nadie ha elegido, que gozan de desorbitantes prebendas, cenan caviar y champán y son los que nos dicen que nos apretemos el cinturón para que la distancia entre clases sea cada vez más abismal y la riqueza crezca exponencialmente para unos pocos al mismo tiempo que la pobreza se extienda, también exponencialmente, entre muchos, cada vez más. Cuidado porque en ese abismo, aunque no lo crean, pueden ser enterrados ellos en poco tiempo y todo depende de ese chispazo que prenda la mecha de ese barril de pólvora que es Europa en estos momentos.

Un amigo mío me decía, hace unos días, que ni los mismos capitalistas se debían creer que podrían hacer todo lo que están haciendo—esquilmar a toda la ciudadanía a lo largo y ancho de Europa—sin que nadie les detuviera. Puede morir de indigestión esa clase parásita que no se sacia nunca, pero antes, mejor, echarlos del restaurante.

Y un último apunte: qué ocasión de oro perdieron ayer los sindicatos mayoritarios, Comisiones Obreras y UGT, y los partidos de izquierda, el PSOE en el supuesto de que se considere a sí mismo de izquierdas, de marchar al lado del pueblo por las calles de Madrid y apoyar esa marcha masiva. Ayer también se escenificó esa brecha entre la clase trabajadora y unos sindicatos que tampoco les representan.

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