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Dietario de la crisis: Una de fagor y dos de economía global

Por Alfonso Vila , 25 enero, 2014

Lo que ha pasado con Fagor, al igual que con otras muchas empresas que hasta hace poco eran la vanguardia de la industria nacional, es muy fácil de comprender. Pero pese a todo requiere cierto esfuerzo que implica una voluntad que no siempre se tiene. Olvidemos las ruedas de prensa y bajemos al suelo. Sé que cuesta, así que voy a aportar mi granito de arena…

Lo resumiré en pocas palabras:

 

PRIMERO: Por muchas bajadas de sueldo, por muchas horas extra, por muchas perdidas de derechos laborales, nunca estaremos a la altura de los trabajadores asiáticos o, si me apuras, africanos (porque en Burkina Faso seguro que no hacen lavadoras tan buenas pero seguro que son mucho más baratas).

 

SEGUNDO: Combatir una crisis de consumo reduciendo el consumo no puede producir nunca resultados positivos. Y el primer y más evidente efecto de los recortes es reducir el consumo.

 

Dicho lo cual me permito una observación más. A menudo suponemos a los empresarios y a los políticos una inteligencia que no tienen. “Si han llegado hasta ahí será por algo”, nos decimos. Y olvidamos que para tener una empresa a veces lo único que se necesita es que tu padre tenga una empresa y que en el concurso de méritos de la política la inteligencia no es una cualidad que suma sino que resta. Para llegar a algo en la política las mejores cualidades son la sumisión, la mediocridad y la hipocresía. Un político inteligente lo mejor que puede hacer es ocultar esa inteligencia hasta que llegue al poder, o no llegará nunca al poder (y la historia de la política española está llena de grandes ejemplos: uno de los más sonados: Suarez).

Hace 15 años un empresario me dijo que  “pagar una indemnización de 20 millones a un trabajador era un abuso, que una empresa no se podía permitir el lujo de despedir así a un trabajador, y que dos años de paro eran demasiado, que un trabajador con tres meses de paro tenía suficiente, y que si en tres meses no encontraba otro trabajo era que no tenía demasiado interés en encontrarlo”. Yo, en ese momento, lo confieso, no me molesté en rebatirle sus argumentos. Supongo que debía haberlo hecho. Que debía haberle dicho que uno cobra la indemnización que le toca y que uno cobra el paro que le toca y que si la ley dice que eso es lo justo será por algo, no sólo para joder a los empresarios”. Ahora me pregunto muchas veces que habrá sido de ese empresario. Supongo que si sigue en activo recibiría la crisis como una gran oportunidad de poner en su sitio a los trabajadores. Un regalo del cielo para frenarles los pies a esa pandilla de vagos, maleantes y sinvergüenzas con los que tenía que pelear todos los días. Y supongo, aunque supongo que es mucho suponer, que después de todos estos años, con tantos trabajadores arrojados por la borda, empezará a comprender que no se puede gobernar un barco sin marineros (y eso aún en el caso que uno sea el mejor capitán del mundo). Si uno hunde a sus trabajadores, hunde a su empresa. Si uno hunde a los trabajadores hunde al país. ¿Tanto cuesta de entender?

Pero supongo, claro está, que este valiente capitán seguirá toco recto y a todo motor, escuchando los cantos de las sirenas mientras se acerca al arrecife. Y claro… ¿Quién puede culpar a las sirenas?

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